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Columna
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Impostores

Enric Marco es un impostor. Después de cientos de entrevistas, actos de testimonio y solidaridad, comparecencias ante altos mandatarios, homenajes y medallas, el superviviente de Mauthausen se ha visto obligado a reconocer que nunca fue deportado a un campo de exterminio nazi. Me alegro por él, no le deseo a nadie una experiencia de terror extremo. El mundo es paradójico, y podemos acabar indignándonos porque alguien no fuese maltratado de verdad. Supongo que este farsante, al regresar a la soledad de su casa después de cada celebración, hubiera vendido el alma al diablo por una desgracia real en su memoria. Ahora lo daría todo por haber sido torturado en su juventud delante de una cámara de gas. Yo me alegro de que sus sufrimientos hayan resultado tan falsos como su heroísmo, y me cuesta trabajo condenar su impostura. ¿Quién tira la primera piedra? La impostura está demasiado mezclada con nosotros, parece hoy la piel de nuestra realidad. La simulación de Enric Marco es poca cosa al lado de la sonrisa con la que los presidentes Bush y Putin depositaron ramos de flores en las tumbas de las víctimas del nazismo. Se diría que sus bombas racimo, sus torturas, sus matanzas en Irak o Chechenia, sus negocios, sus demagogias patrióticas, no tienen nada que ver con la tragedia escrita en los campos de concentración de Hitler. Es casi farisaico criticar a un pobre tartufo cuando los grandes líderes de Occidente representan a una democracia cada día más parecida al totalitarismo, con la autoridad política de los ciudadanos herida de muerte y con una parte decisiva de los medios de comunicación humillados a la mentira. Una vez que hemos visto que Blair, Aznar y Bush desencadenaron la destrucción masiva de Irak en nombre de una mentira, ¿es posible sentirnos cómodos ante el recuerdo de Auschwitz? ¿Qué hacemos con las flores? La famosa pregunta de Adorno sobre la posibilidad de escribir poesía después de Auschwitz, no alude tanto a la difícil justificación del lirismo tras el dolor extremo, como a la impostura de una flores que pueden desembocar en el terror. ¿De qué estaba hablando la poesía? ¿Se puede creer en una poesía que celebra el final de un terror antiguo sin renunciar a su propio terror?

Los poetas participantes en el Festival de Poesía de Granada firmaron el año pasado un manifiesto pidiendo la libertad de Raúl Rivero. El poeta cubano, ya libre, ha podido asistir este año al Festival. Unos estudiantes, aleccionados por maestros tan vanidosos que no están dispuestos a admitir una mínima contradicción en sus sueños, lo recibieron con panfletos bajo el lema: "disidente por un puñado de dólares". Resulta desolador que el marxismo, una vía de conocimiento indispensable para interpretar las complejidades de la realidad, acabe en esta caricatura, tan parecida a las viejas acusaciones contra los comunistas españoles por el oro de Moscú o contra los ilustrados por el dinero de Francia. Opinar así de Cuba convierte a la izquierda en un elemento más de la impostura contemporánea, porque la farsa de la libertad imperialista no se puede combatir en nombre de una cárcel. Sólo me faltaba por ver esto en Granada: unos estudiantes de izquierdas pidiendo la cárcel para un poeta por estar en contra de su gobierno. ¡Qué prometedor!

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