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Columna
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El orden del mundo

La otra tarde, mientras un millar de alumnos y profesores de Historia del Arte se concentraba ante el Museo Reina Sofía para desplegar sus pancartas contra la exclusión de esa carrera en los nuevos planes de estudios universitarios, en una sala del Círculo de Bellas Artes una de nuestras mejores poetas, la bonaerense afincada en Madrid Noni Benegas, desplegaba las páginas de su deslumbrante último libro, Fragmentos de un diario desconocido, galardonado con el XXVI Premio Esquío de Poesía. Ambos actos estaban relacionados entre sí por una similar perplejidad ante la decadencia del mundo. En el primero se manifestaba como un grito de supervivencia colectivo frente a lo que se considera un suicidio social; en el segundo, la voz de la poeta constataba la íntima vivencia de esa libertad, amenazada y redentora, que son el arte y las palabras (su función: / mantenerte vivo). Quizá sin saber que a esa misma hora, no muy lejos de su reducto de pasión por el conocimiento, otros apasionados defendían el derecho del mundo a un orden distinto, aunque no contrario, al tecnológico (pero distinto y contrario al tecnocrático), Noni Benegas contaba su particular visión humana de esa necesidad que, al hilo de su reflexión, se comprueba humanística y universal: "De repente cruza una imagen que no llega a ser tal, apenas un vaciado de algo que intuye, y entonces ve. Ve las razones, las causas, las motivaciones, pero ni tan siquiera. Entiende, de golpe, una situación. Le parece comprender, y todo encaja, entonces. Piensa que debería escribirlo, consignar eso que vio en un relámpago. Lo que hay detrás de los actos, inasible. Y el mundo se ordenaría". A ese orden incierto del arte y las palabras, a esa visión de lo inasible que hay detrás de los actos, propia del creador, pero también del receptor de la obra (cuyo más disciplinado exponente es el historiador), se apelaba la otra tarde: "No dejes que devoren nuestra cultura", decían los de Historia del Arte; "Vivir es algo menos que soñar y ver", decía Noni de su diario desconocido.

Acaso sólo desde un sentido de clandestinidad cultural, casi natural a la poesía, pueda llegar a comprenderse la infravaloración oficial del territorio del arte y de su historia (dejadme en mi terreno herido); sólo desde ese lugar difícil, tan familiar a los poetas, donde, sin embargo, el pensamiento se nubla o se ilumina como todos los seres y cualquier paisaje (pero si me arrastro día tras día / en charcos mentales / y admiro el retrato de art brut con lágrimas de sangre / es en busca de la vertiginosa esfera de cristal / donde tan pronto nieva o asoma el sol). ¿Qué será de la vida, pues, cuando no haya ni luz ni campo arado / y venga el alimento / de no se sabe dónde? ¿Qué será de nosotros cuando el arte y la historia no sean sino anécdotas raras con las que se alimenten individuos excéntricos, contertulios marginales? Y del mundo, ¿qué será? Ya se va viendo. Qué gran fracaso de la Historia, es decir, de la Humanidad, si nuestra civilización corre hacia el desprecio y el olvido de sus mejores obras, las que los hombres y las mujeres han creado para representar, para comprender, para explicar, para indagar, para aprehender todo aquello que supera a los hechos. ¿Alguien se atreve a afirmar (qué error de apreciación) que haya quedado algo mejor de nuestras guerras que los fusilamientos de Goya o el Guernika de Picasso?

El arte y la poesía apelan a esa parte de la conciencia que se imagina a sí misma y se recrea y se trasforma. A la que se crea a sí misma. Sé más de mí después de observar un cuadro y de leer un poema: de la que soy y de la que quiero ser. Y una sociedad es, en colectivo, esa misma conciencia. Si me niegan las palabras que he aprendido, me mutilan; y si me niegan lo que dijeron antes y me dicen otros. Si me ocultan lo que creo, me roban; y si me ocultan lo que crearon antes y crean otros. Si la sociedad pierde de vista (le roban) esa parte de su memoria y de su ser en el tiempo, quedará una tribu de productores de nada, atribulada de incomprensión por el caos del mundo. Pero arte y poesía pervivirán siempre, pues siempre prenderán en nuestros ojos relámpagos de imágenes, visiones de saber que nos ordenen: quiénes somos o qué (ni tan siquiera). Porque, aunque No hay rumor afuera / no hay espejos / no hay recíproco / recóndita armonía / no hay, siempre buscaremos la vertiginosa esfera de cristal que brilla en los Fragmentos de un diario desconocido de Noni Benegas.

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