Reforma general
Sin demasiado ruido, sin grandes discursos, quizás porque estos son tiempos poco dados a los despliegues ideológicos aparatosos, el presidente Rodríguez Zapatero ha puesto en marcha el proyecto de reformas más ambicioso que la democracia española ha tenido desde la transición. Y en plena mudanza ha llegado su primer debate del estado de la nación. No es extraño que la derecha acuse el golpe y que Rajoy haya empezado diciendo que la historia recordará a Zapatero "no por lo que ha hecho sino por lo que ha deshecho".
La legislación en materia de costumbres, los derechos civiles, la política social, la organización territorial, la financiación autonómica, la Constitución, últimamente todo se está moviendo mucho. La irritación de la derecha tiene dos causas: el resentimiento por el triste final del aznarismo, pero también la reacción contra el trabajo de Zapatero que va minando, sin contemplaciones, todos los referentes ideológicos, morales y estratégicos del Partido Popular. El cambio ha sido fuerte: el PP había puesto en marcha, en su último mandato, un sucedáneo de la revolución conservadora dictada desde Washington, que debería haberse completado en este mandato. El PP había llegado predicando el liberalismo y, a medida que sintió la impunidad de gobernar, evidenció su carácter profundamente conservador y se convirtió en el Gobierno más intervencionista de la democracia. De pronto, llega Zapatero y coloca al país en una dirección sensiblemente distinta. La podríamos llamar liberalismo de izquierdas. Por su vistosidad, el icono del cambio fue la retirada de las tropas de Irak. Pero para la vida cotidiana de los españoles y para el paisaje del país vendrían después otros cambios más importantes.
Zapatero ha empezado por las reformas en materia de derechos civiles y de costumbres, en las que el matrimonio homosexual ha sido la estrella, afirmando rotundamente la laicidad del Estado. La Iglesia ha ejercido de fuerza de choque, apelando incluso al Rey para que ejerza la insumisión, lo cual ha permitido a Rajoy quedarse en segundo plano. Zapatero ha podido aprobar estos cambios con su mayoría parlamentaria, sin el Partido Popular, porque sabe perfectamente que estos derechos, una vez adquiridos, no tienen vuelta atrás. Cuando se produce la alternancia no hay Gobierno, por muy ideológico que sea, capaz de retirar los derechos adquiridos.
También para la reforma social, el Gobierno puede bastarse con su mayoría. Es perfectamente lógico que la percepción de la derecha y la izquierda sea distinta en estas materias. Y, sin duda, los electores de Zapatero esperan que su presencia deje huella. Cuando la derecha regrese, también en este terreno le costará limitar conquistas ya adquiridas. El ejemplo de la derecha francesa es ilustrador: ha querido cargarse la ley que fijaba en treinta y cinco horas el trabajo semanal y está contra las cuerdas.
Pero hay tres terrenos en que sería deseable para Zapatero contar con el PP: las reformas educativas, para las que ha propuesto solemnemente un pacto en su discurso; las modificaciones estatutarias y constitucionales (para éstas el PP es legalmente indispensable); y el proceso de pacificación de Euskadi. En los tres casos el consenso, además de seguir la pauta de la breve historia de la democracia española, es garantía de estabilidad y condición para evitar maniobras que puedan dar al traste con determinadas expectativas. Sin embargo, ha quedado claro en la intervención de Rajoy que el PP no está por la labor. Y que su presidente ha preferido gustar a los fans de Aznar que hablar de cuestiones de fondo. Realmente Rajoy anda con dificultades y escaso de argumentos cuando lo fía todo al incendiario discurso del Gobierno rehén de Esquerra Republicana y Pasqual Maragall. El catastrofismo de la parte de su discurso dedicada al desmantelamiento de España, confirma que Rajoy no tiene hoy otra estrategia que envolverse en la bandera española.
El bronco discurso de Rajoy hace pensar que el PP sólo confía en la movilización de los incondicionales. En sus agrias palabras resonaba el eco de la incitación a la insumisión de la Iglesia católica. Zapatero ha podido confirmar que sus reformas han hecho daño a la derecha. Está rabiosa. Pero Zapatero debe saber también que el proceso de cambios será mucho más difícil de recorrer con un PP atrincherado en el pasado. Y que difícilmente podrá contar con él en su intento de pacificar Euskadi. Si esa es la reacción de la derecha civilizada a un año de Gobierno socialista, ¿cómo reaccionará la que no lo es?
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