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Signos

Un libro describe el mundo de la delincuencia y el bandolerismo en la Málaga de los años treinta

Campesinos que no poseían tierra y rechazaban el estado de pobreza se lanzaron en los años treinta al mundo de la delincuencia y el bandolerismo, según el historiador José Velasco Gómez, que presentó ayer el libro Luchas políticas y sociales durante la II República en Málaga: 1931-1936, con el que ganó el primer Premio de Historia Gerald Brenan. Velasco señala que en aquellos años el robo de caballería, cometido por "quirinistas" o "cuatreros", estaba "muy extendido".

"Toda caballería robada era conducida campo a través y normalmente se guardaba en cuadras subterráneas, donde se practicaba la transformación de la misma, bien quitándoles las manchas o pintándole otras, para luego poder venderla en otro lugar", añade el libro.

Por su parte, los "gumeros" asaltaban los cortijos y caseríos en busca de las aves de corral, y los "luises" o "balachores" se dedicaban al robo o hurto de cerdos, cuyas matanzas se practicaban en los ventorrillos con la complicidad de sus dueños.

También alcanzó protagonismo la figura del bandolero. Por ejemplo, generó alarma social a finales de 1931 la aparición en la zona próxima al Torcal de Antequera de una banda de salteadores de caminos que tenía como cabecilla a El Chirri, un ex legionario que, vestido a la vieja usanza del bandido del siglo XIX, intentaba imitarlo en su práctica.

La actividad de Francisco Flores Arrocha comenzó por la oposición de su cuñado a venderle un trozo de tierra. Como venganza, le asesinó a él y a su hija, lo que le llevó a seis meses de numantinismo en la sierra hasta que fue abatido por los disparos de la Guardia Civil en los límites entre Marbella y Ronda a principios de 1933.

Uno de los más conocidos fue Pasos Largos, quien, después de cumplir una larga condena, salió de la cárcel ya sexagenario, aunque volvió a empuñar la escopeta y, después de asesinar a un guarda rural, se echó al monte y murió en 1934 también en un enfrentamiento con guardias civiles.

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Antonio Fernández del Pozo, El Almirez, comenzó sus andanzas con asaltos a labradores, aunque después mató al guardia civil José Pendón, que inspeccionaba la cueva donde se había refugiado. A continuación, se arrepintió y achacó su comportamiento a su analfabetismo, que le impedía tener conciencia de la gravedad de los hechos.

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