Moderado optimismo
La economía española mantiene un crecimiento muy aceptable. Según las estimaciones del Banco de España para el primer trimestre de 2005, el ritmo interanual de expansión del PIB fue del 2,8%. Acompañan a este registro indicadores favorables, como la intensa creación de empleo, de la que también se benefician unos crecientes ingresos tributarios y de la Seguridad Social. Además, la inversión en bienes de equipo, que el primer trimestre ha crecido al 11%, supera con mucho al otro componente de la formación bruta de capital fijo, la construcción (5%). El fortalecimiento de la base de capital fijo, distinto a la construcción residencial, es una de las condiciones necesarias para que lo haga la capacidad competitiva del conjunto de la economía.
No sucede lo mismo con el sector exterior. Su adversa evolución es consecuencia de una relativamente intensa pulsación del consumo final, tanto de los hogares como de las Administraciones Públicas, pero también de un marcado deterioro de la competitividad exterior de nuestros bienes y servicios que ilustra el déficit por cuenta corriente. La persistencia de ritmos de crecimiento de los precios relativamente elevados, en un contexto internacional cada vez más competitivo, favorece las importaciones de productos alternativos a los que se producen en España y amenaza la viabilidad de las empresas productoras de éstos.
Sería un error que el Gobierno interpretara ese aceptable ritmo de crecimiento como una invitación a la complacencia. La vulnerabilidad del patrón de crecimiento es hoy superior a la de hace un año, con la diferencia de que la inversión directa ha menguado significativamente. Lo inquietante de ese desequilibrio es que revela un déficit de inserción en sectores más intensivos en conocimiento, menos vulnerables a la competencia de economías emergentes y más baratas. Cambiar el patrón de crecimiento, hacerlo más equilibrado, sigue significando un mayor hincapié en tecnologías de la información y en educación.
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