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Columna
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Fiesta

El alcalde de Granada ha tenido la idea luminosa de pedir más guardias. A este señor le ha explotado en las manos una botella que él se encargó de agitar convocando a una fiesta digna de toda confianza y que derivó en una avalancha de porquería que todavía no sabemos dónde acabará.

Hablo del botellón, claro. No tengo la menor idea de lo que se puede hacer para que, de la noche a la mañana, miles de individuos absolutamente convencidos de que tienen todo el derecho a echarse a la calle y a disfrutar dejando todo hecho una porquería, no se echen a la calle y se lo pasen bestialmente bien ensuciando todo y más que hubiera. Tampoco entiendo cómo se puede esperar que respete lo público, lo común y lo compartido una masa de individuos a la que, cada vez de forma más explícita, se le proponen pautas de conducta que responden a los valores exactamente contrarios al respeto por lo común y lo compartido. ¿Conflicto de derechos? ¡Claro! ¿Cómo se nos ha pasado por la cabeza la posibilidad de poner un pequeño límite al derecho que asiste a estos individuos de usar y abusar de lo común y lo compartido hasta destruirlo, si están convencidos de que todo cuanto existe está a su disposición?

Pero una cosa sí tengo clara: el alcalde que animó a acudir al botellón limpio y seguro no tiene derecho a decir ahora que la culpa del derroche de porquería sobrevenido es de la Junta de Andalucía porque no permite al Ayuntamiento prohibir beber alcohol en la calle, que es a lo que él había convocado a la gente. En realidad, se trata de una cuestión de principio suficientemente verificada en la práctica: ante cualquier problema, sea de la índole que sea, la solución que menos tiempo de reflexión, menos coraje político y vista más corta requiere es la de pedir más guardias.

Desde luego, lo ocurrido en Granada no debe repetirse, pero se va a repetir, porque la situación que ha culminado en esta manifestación extrema de desprecio de lo común tiene raíces que no se eliminan en unos meses y con cuatro guardias más. Me parece más realista interpretar que este grado de barbarie es el tipo de bienestar que hoy se prefiere y que, por tanto, las lecturas jocosas y la apología del desmadre, que en otra época tuvieron un valor de recuperación de los espacios públicos para el público, hoy funcionan de manera perversa como legitimación del exhibicionismo de la falta de educación y de la ausencia completa de respeto por nada ni por nadie. Pregunten en los hospitales qué tal les fue a ellos con la fiesta de la Cruz.

De todas formas, a la cometa le queda hilo. El sábado pasado la Gran Vía de Granada estaba atestada de carretas que salían camino del Rocío. Y pueden estar seguros sus usuarios de que llegarán sin problemas a su destino, gracias a la intervención (que no sé si calificar de providencial) del ministro Bono: Canal Sur Televisión ha informado puntualmente de que el Ejército español ha construido un puente con el que salvar el último arroyo que dificultaba la llegada a la aldea de autos.

Y cuando vuelvan faltará poco para el Corpus: y el alcalde encenderá la luz: vestido de paisano, no de guardia.

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