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El Holocausto, 60 años después

Se cumplen ahora 60 años de la rendición alemana en la Segunda Guerra Mundial y son muchos los datos que se conocen sobre las causas y consecuencias de la purificación racial y expansión territorial puestas en marcha por Hitler y los nazis. Antes de que éstos provocaran aquel largo y brutal conflicto bélico, la historia ya había aportado un buen puñado de ejemplos de crímenes de guerra y de asesinatos en masa de poblaciones civiles. Pero el descubrimiento del Holocausto, del aniquilamiento sistemático de millones de judíos por los nazis y sus colaboradores, transformó el significado y comprensión del fenómeno del genocidio.

Los hechos son bien conocidos. Hasta el inicio de la guerra en 1939, sólo unos cuantos centenares de judíos habían sido asesinados en Alemania, pese a que los nazis habían comenzado a acosar y perseguir con leyes y actos violentos a la población judía desde su llegada al poder en 1933. La matanza masiva empezó con los judíos que los alemanes capturaban en las zonas conquistadas de la Unión Soviética en el verano de 1941, y en menos de cuatro años la "solución final" segó las vidas de más de cinco millones de hombres, mujeres y niños, casi la mitad de ellos en Polonia. Los nazis causaron esa destrucción y la Segunda Guerra Mundial fue el escenario apropiado en el que se expandió esa brutalidad. Para que todo eso fuera posible, no obstante, tenía que haber mucha gente dispuesta a identificar a otros como sus enemigos o a considerar aceptable el exterminio.

Si se dejan de lado las opiniones de esos que defienden que el Holocausto nunca tuvo lugar, o de quienes tratan de minimizarlo con comparaciones con otras manifestaciones de genocidio provocadas por los aliados, lo que los historiadores han debatido y sacado a la luz en los últimos años es quién decidió proceder con esa "solución final", cuándo y por qué se hizo así, y qué es lo que se perseguía con ella.

Una cuestión investigada y debatida por muchos autores es el lugar central ocupado por el antisemitismo en el pensamiento de Hitler y después en la ideología nazi. Más difícil resulta, sin embargo, explicar por qué tantos alemanes participaron en esa oleada de odio y persecución. El libro de Daniel Goldhagen publicado en inglés en 1996 y traducido al castellano con el título de Los verdugos voluntarios de Hitler (Taurus, 1997) suscitó un acalorado debate que traspasó las fronteras universitarias, donde notables especialistas en historia alemana le plantearon profundas objeciones, y llegó a los principales medios de comunicación de todo el mundo. La tesis básica de Goldhagen era que muchos alemanes de a pie, gente común, participaron voluntariamente en el Holocausto porque habían desarrollado una "mente eliminacionista antisemita", una singularidad alemana que diferenciaba a ese Holocausto del resto de los genocidios de la historia. Para demostrarlo, Goldhagen utilizó fuentes primarias y secundarias e investigó especialmente, y como caso específico que podía extrapolarse, el comportamiento genocida de una unidad de policía, el Batallón 101, formado por "alemanes comunes".

Pese a las sólidas y abundantes críticas que el libro levantó, centradas fundamentalmente en su método "reduccionista" y en su análisis superficial del antisemitismo anterior a la conquista nazi del poder, Goldhagen consiguió que, dado el impacto publicitario de sus tesis, se planteara abiertamente la complicidad "popular" de los alemanes, pero también, y ése fue otro de los efectos de su libro, que aparecieran por todas partes investigaciones ya publicadas o en marcha, poco conocidas hasta entonces, sobre la colaboración de la policía, de las administraciones locales y de las poblaciones de otros países invadidos por el Ejército y las fuerzas de seguridad alemanes. Aunque el número de personas implicadas y la complejidad de sus motivos impedía cualquier explicación simple, lo que quedó al descubierto fue no sólo el círculo de responsables y altos cargos nazis que organizaban las deportaciones, desde Himmler a Eichmann, pasando por Heydrich, sino también la amplia red de informantes y delatores que vieron necesario ese castigo mortal, por no mencionar a los británicos y norteamericanos que, desde el otro lado de la historia, abandonaron a los judíos.

Es la cara más cruel de un siglo que conoció guerras, genocidios, violencias de Estado y revolucionaria sin precedentes. Pero ese siglo presenció también, gracias entre otras cosas al impacto del Holocausto, la creación de tribunales internacionales, la persecución de criminales de guerra, la formación de comisiones de la verdad. Y muchos hombres y mujeres, especialmente en los últimos años, protegidos por el paso del tiempo, necesitados de liberar sus terribles pesadillas, se han atrevido a contarlo, a documentar sus vidas, a la vez que contribuían a documentar la de todos, a denunciar la traición y cobardía de algunas de sus patrias y ciudadanías. Ésa es la cara de la esperanza, la que invita a vigilar y cuidar la frágil democracia, a recordárselo a los responsables políticos, a perseguir la intolerancia, a extraer lecciones de la historia, a educar en la libertad. Sesenta años después.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza.

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