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Reportaje:

La región de Transdniéster se aleja de Moldavia

Los independentistas pretenden crear un Estado reconocido internacionalmente con el apoyo del nuevo Gobierno de Ucrania

Pilar Bonet

En junio de 1992, una lluvia de balas recibió a los tanques moldavos dispuestos a cruzar el Dniéster para someter a los habitantes de una estrecha franja de terreno situada entre la margen izquierda del río y Ucrania. El enclave del Transdniéster se había autoproclamado República Moldava de Dniéster en 1991, un Estado no reconocido por la comunidad internacional. Los eslavos (rusos y ucranios), que son mayoría en el Transdniéster, temían que esta importante zona industrial ex soviética se convirtiera en la periferia del latino Estado rumano unificado con el que soñaban muchos moldavos al derrumbarse la URSS.

Las tropas rusas pusieron fin al sangriento fratricidio y crearon una zona de seguridad entre las dos regiones que, hasta el conflicto, formaban una misma república soviética. El problema estuvo congelado durante 13 años, mientras Moldavia y el Trandsniéster secesionista negociaban, con Moscú y Kiev como mediadores y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa como observador, sin lograr una fórmula de convivencia en un Estado.

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El Transdniéster tiene su Ejército, su rublo y sus sellos postales. Pero todos estos atributos carecen de valor fuera de este entorno de 600.000 habitantes, suspendido en el tiempo, donde ondean las banderas soviéticas. En Tiráspol, la capital, una estatua de Lenin preside la plaza principal, un vetusto locutorio telefónico suple las deficientes comunicaciones con el mundo exterior y los escaparates tienen el estilo de los ochenta. En el Transdniéster se habla ruso, ucranio y también "moldavo", tal como llaman aquí al rumano escrito con alfabeto cirílico, como se hacía en la URSS, y no con caracteres latinos como en Moldavia. Vender material impreso en rumano con alfabeto latino está prohibido, según la dependienta de una librería.

Autobuses de línea recorren los 70 kilómetros que separan Chisinau, la capital de Moldavia, de Tiráspol y cruzan el puesto de control entre los dos territorios. A la entrada de Tiráspol está el lujoso estadio del club de fútbol Sherif, que lleva el nombre de la principal empresa local. Mastodónticas plantas industriales vacías, jóvenes que se agolpan en un cibercafé, ancianas vendedoras de pipas de girasol en el mercado y un brandy muy apreciado en toda la ex URSS componen el paisaje cada vez más asilvestrado de la ciudad. La vida es dura en Tiráspol, donde falta incluso la esperanza de futuro. María, una maestra, se llevó a sus tres hijos a Chisinau y vende en un mercado. Vladímir ha prosperado en Moscú y da trabajo a sus paisanos. Irina, empleada en un hotel, se queda, aunque enviará a su hijo con su padre, emigrante en Canadá.

Gobernado por una élite viciada por el poder, el Transdniéster ha permitido a algunos hacer negocios bajo la tutela del presidente, Igor Smirnov, y sus allegados. Las tropas rusas garantizan la supervivencia del enclave, y por eso mismo los dirigentes de Chisinau insisten en su retirada.

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Moscú, que en la época soviética tuvo aquí armas nucleares tácticas, ha sacado ya todo el armamento pesado de la región, donde mantiene cerca de 1.300 soldados, dedicados a destruir viejos arsenales y a tareas pacificadoras.

Rusia suministra gas a Moldavia y a los secesionistas. Ese gas alimenta a la central energética de Kuchorga, en el Transdniéster. Kuchorga, controlada por el monopolio ruso de electricidad, abastece el 80% de la energía moldava. De ella depende la empresa española Unión Fenosa, principal distribuidora de electricidad del país.

Ucrania también tiene intereses económicos en el enclave, como la importante acería de Ríbnitsa, participada por la empresa ucrania Krivorozhstal, según el ministro de Asuntos Exteriores del Transdniéster, Valeri Listkai. Si es cierto que en el enclave secesionista prolifera el contrabando, como aseguran en Chisinau, y que los aviones de Rusia no vuelan desde hace años, como afirma el jefe del contingente ruso, el general Borís Serguéiyev, el dedo acusador apunta a la frontera con Ucrania, que se extiende a lo largo de más de 400 kilómetros y que es la única exterior del Transdniéster. A dos pasos, está el puerto de Odessa, en el mar Negro. Rusia, Ucrania y Moldavia han repartido pasaportes a los habitantes del Transdniéster, que carecen de documentos propios reconocidos internacionalmente.

En su plan para resolver el conflicto secesionista, el presidente ucranio, Víktor Yúshenko, no mencionó el bloqueo de fronteras en el que insiste Chisinau. La Unión Europea, por su parte, presiona a Yúshenko para que muestre su vocación europea y acabe con el contrabando. "Importamos de Ucrania por valor de 170 millones de dólares y les vendemos 14 millones, así que nuestro comercio beneficia sobre todo a los ucranios, que son un pueblo muy calculador", señala Litskai.

A medio camino entre dos zonas turbulentas -los Balcanes y el Cáucaso-, el Transdniéster (y su producción industrial) son objetos de atención tanto de la OTAN como de Rusia. "Estamos interesados en un control internacional de nuestras fronteras y de nuestras fábricas de armamento", dice Litskai. "Moscú nos ha dicho que si encuentran armas nuestras en Chechenia o en el Cáucaso, nos iban a ahogar; tal como los estadounidenses, si las encuentran en Afganistán o Irak", afirma.

Tras la retórica, entre las dos comunidades hay hilos invisibles como los que permiten a Moldavia administrar una prisión en el enclave secesionista. Litskai insiste en la naturaleza europea del conflicto y opina que la solución está en modelos como Serbia-Montenegro, Kosovo, Chipre o Irlanda del Norte. El ministro quisiera que Ucrania se implicara más en tareas de pacificación: "Debería haber soldados ucranios aquí, porque sería un factor estabilizador. Si Kiev mandó 1.600 hombres a Irak, ¿por qué no aquí?".

Habitantes del Transdniéster cruzan la frontera para votar el pasado 6 de marzo en las elecciones de Moldavia.
Habitantes del Transdniéster cruzan la frontera para votar el pasado 6 de marzo en las elecciones de Moldavia.AP

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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