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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El héroe cansado

"Me he pasado la mitad de la vida queriendo cambiar el mundo. ¡Qué ingenuo he sido!", afirma en un momento, casi al final de esta cansada peripecia que es Hormigas en la boca, el protagonista máximo de la función, Martín (Eduard Fernández). Esta frase, dicha con la rotundidad de las grandes declaraciones programáticas, no tiene, empero, un claro correlato en lo que acabamos de ver en la pantalla: allí, Martín no aparece como un héroe cansado, como un antiguo revolucionario en busca de un ideal perdido, sino como alguien que ansía la restitución de lo que considera suyo, que ha perdido por la traición de su antigua amante y compañera de armas Julia (Ariadna Gil). Y todo lo que hasta entonces hemos visto no ha sido más que la búsqueda de la prófuga... y algunas cosas más.

HORMIGAS EN LA BOCA

Dirección: Mariano Barroso. Guión: M. Barroso y Alejandro Hernández. Intérpretes: Eduard Fernández, Ariadna Gil, Jorge Perogurría, José Luis Gómez. Género: policiaco, España, 2005. Duración: 92 minutos.

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Un reencuentro en La Habana de los 50

Narrada con el tono y las intenciones de quien, como demuestra Mariano Barroso, ha visto mucho cine negro; amparada en una factura técnica impecable (al frente, la espléndida fotografía de Javier Aguirresarobe y la ajustada ambientación de Onelio Sarralde), pero desasistida por un guión con agujeros, alguno de ellos más grande de la cuenta, Hormigas en la boca adapta la novela del hermano de Mariano, Miguel Barroso, y por lo menos tiene un punto de arranque novedoso y una situación de la trama inédita entre nosotros: La Habana, en vísperas de la caída de la ciudad a manos de las tropas de Fidel Castro. Estamos en diciembre de 1958, y Martín y Julia son apenas nada más que los restos de una guerra perdida, la civil española, y de una posguerra igualmente derrotada.

Pero esa ambientación, esos personajes (muy bien interpretados) y esos sueños rotos lucen muy poco. Y ello es debido a un guión que confunde su punto de vista narrativo, salta de la narración en primera persona a una omnisciencia que huele a chamusquina, porque sólo está para enmascarar situaciones que el protagonista no puede conocer. Y porque ese mismo guión prefiere pasar por encima de contingencias casi increíbles y, lo que es más grave para la verosimilitud general de la vivencia, porque se conforma con mostrar sólo arquetipos: el héroe cansado, el político corrupto, la heroína dudosa, el sastre homosexual...

Demasiadas facilidades para una película que pretende ser "un clásico del cine negro", y que se queda sólo en un intento técnicamente solvente, pero argumentalmente lastrado por la impericia de su escritura.

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