_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lapidación sin Estado

La lapidación de una mujer, de 29 años, el pasado fin de semana en un pueblo al norte de Kabul pone de manifiesto los límites y carencias de la autoridad del Estado y del Gobierno en un Afganistán en teoría liberado del régimen medieval de los talibanes. Un tribunal islámico, no reconocido oficialmente, ha dictado esta horrible sentencia por adulterio, tras las acusaciones vertidas por el marido de la víctima a su regreso después de cinco años de ausencia.Y para mayor crueldad fue él quien lanzó la primera piedra contra la condenada. Es la primera ejecución de este tipo desde la caída del poder talibán en 2001. A diferencia de otras épocas, el Gobierno de Karzai sí ha abierto una investigación. Pero el asesinato se ha producido en confines a los que no llega la escasa realidad estatal del nuevo Afganistán, y en una zona aislada y montañosa, que se cuenta entre las más pobres del país y del mundo.

La terrible práctica de la lapidación de adúlteras es preislámica, por lo que no hay que mezclar siquiera la aplicación de la sharia -la ley coránica- con este tipo de pena de muerte. Pero tampoco ignorar que se produce en los regímenes radicales más integristas, como en Irán, donde Amnistía Internacional ha alertado sobre la inminencia de una ejecución de esta clase. En Afganistán, la nueva Constitución de la "República islámica" establece a la vez la igualdad entre hombres y mujeres y que ninguna ley irá contra los preceptos del Corán. Pero convertir la letra en realidad aún requerirá esfuerzo y perseverancia. Es lamentable que no se haya aprovechado la nueva Carta Magna afgana para prohibir la pena capital. Al menos ahora se requiere la autorización expresa del jefe del Estado para ejecutar a un reo, que Karzai sólo ha concedido en una ocasión.

El problema de Afganistán sigue siendo la falta de Estado -y de garantías de seguridad física, jurídica o económica- fuera de Kabul. El cambio de arriba hacia abajo que impulsa Karzai va demasiado lento. En la mayor parte del territorio, e incluso en la capital, el poder está en manos de los llamados señores de la guerra, estrechamente vinculados al creciente tráfico de opio, cuando no de resistentes talibanes o restos de Al Qaeda. Las tropas internacionales están hoy más seguras, pero no así la población.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_