La primera piedra de España
La iglesia visigótica mejor conservada del país se alza al oeste de Toledo, entre La Puebla y San Martín de Montalbán
Resulta todo tan extraño. Que, después de 1.400 años, España siga siendo la nación más o menos unida, católica y monárquica que construyeron los Liuvas y los Recaredos. Que, a pesar de lo anterior, no se conserve en toda ella más que un edificio cien por cien visigodo.
Y que esa edificación no se encuentre, como sería de esperar, en Toledo, la que fue urbs regia desde los días de Atanagildo hasta las postrimerías de don Rodrigo, sino a 40 kilómetros al oeste de la ciudad, río Tajo abajo, entre La Puebla de Montalbán y los montes de Toledo, en mitad de la nada. Allí, más olvidada de todos que la lista de los reyes godos, está Santa María de Melque.
Erigida en el siglo VII, en pleno esplendor del reino visigodo de Toledo, Santa María de Melque fue el corazón de una importante comunidad monástica, luego templo mozárabe, atalaya fronteriza islámica -de ahí, la torre central, único añadido que presenta el edificio original-, ermita rural y, tras la desamortización, pajar, encerradero de ganado y secadero de tabaco. De modo que, rizando el rizo de lo extraño, la más valiosa joya de la arquitectura visigoda, por no decir la primera piedra de España, ha sobrevivido los últimos dos siglos, para pasmo de los doctores en arte, siguiendo una insólita terapia a base de pajas, baños de estiércol y nicotina.
Erigido en el siglo VII, el templo fue corazón de una importante comunidad monástica
Rodeada de corrales y casas labriegas, tal como la descubrió el conde de Cedillo al alborear el siglo XX, se halla hoy Santa María de Melque. Corrales y casas que, en 2003, fueron remozados para albergar un centro de interpretación donde, a través de un vídeo y paneles informativos, se da una idea de lo que debió de ser un monasterio grandecito, de unas 12 hectáreas, con la iglesia ocupando el patio central y, alrededor, un edificio basilical de dos plantas, una muralla perimetral y cinco presas en los arroyos más a mano.
El tiempo, ese Atila invisible, sólo ha respetado la iglesia, que es de recia sillería de granito, con planta de cruz griega, bóvedas de cañón peraltadas, cimborrio de inspiración bizantina y, por doquier -en las uniones del crucero, en puertas y en ventanas-, arcos de herradura. Arcos que semejan ojos de cerradura, bocallaves por la que (uno se imagina) el Dios aún inseguro y vigilante de la Alta Edad Media podía espiar a una grey y a un oficiante que, para más secretismo, estaban separados por cortinas durante la consagración.
En el exterior, el templo aparece circundado, en una parte, por una necrópolis monástica visigoda; en otra, por sepulturas antropomorfas talladas en roca de la época de la repoblación cristiana (siglos XII al XV), y, hasta donde alcanza la mirada, por un paisaje de olivares, campos de cereales y vallecicos tapizados de encinas -los de los arroyos de las Cuevas, Ripias y Cubillo- que bajan desde los montes de Toledo hasta el río Tajo sin tropezarse en 20 kilómetros con un alma, como no sea la de algún monje visigodo.
No siempre fue, éste de Melque, un lugar tan solitario. Antaño lo atarearon calzadas y cañadas, y debió de ser un paraje asaz estratégico, a juzgar por las ruinas del vecino castillo templario de Montalbán, el más grande y complejo y digno de ver de Castilla-La Mancha. Eso afirman los que lo conocen. Que no son muchos. Porque es particular y está sometido a un régimen de visitas tal -sólo sábados por la mañana, siempre y cuando no esté criando allí el águila real- que, a efectos turísticos, es como si estuviera en la Luna. Lo que puede visitarse a discreción es La Puebla de Montalbán, villa que, además de una bonita plaza porticada, tiene un flamante museo dedicado a La Celestina, pues aquí dicen (aunque tampoco puedan jurarlo) que nació su autor, Fernando de Rojas. Muy cerca, hacia Burujón, queda el paraje de las Barrancas, donde una senda señalizada permite recorrer en un par de horas las cárcavas arcillosas, rojas y de cien metros de altura, que ciñen el embalse de Castrejón. Es un lugar extraño. No tanto como Melque, pero casi.
Cocido casero y conejo al ajillo
- Cómo ir. Melque (Toledo) dista 96 kilómetros de Madrid yendo por la A-5 hasta Santa Cruz del Retamar y luego por la CM-4009 hasta La Puebla de Montalbán. A 12 kilómetros de La Puebla, por la carretera de San Martín de Montalbán, aparece señalizada la iglesia.
- Visitas. Santa María de Melque (Tel. 653 79 34 22): de miércoles a domingo, de 10.00 a 14.00 y de 15.00 a 18.00; entrada gratuita. Castillo de Montalbán (Tel. 925 77 65 42): sólo sábados por la mañana, a partir del 30 de mayo; entrada gratuita. Museo de La Celestina (La Puebla de Montalbán; Tel. 925 77 65 42): de martes a sábado, de 10.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00; entrada, 1 euro.
- Alrededores. En San Martín de Montalbán (a 4 km): puente romano sobre el arroyo del Torcón e iglesia parroquial del siglo XVI con frescos de Boris Lugowski. En Burujón (a 17 km): senda ecológica de Las Barrancas. En Malpica de Tajo (a 28 km): castillo de los duques de Arión y bodegas de Osborne (Tel. 925 86 09 90).
- Comer. El Nogal (La Puebla; Tel. 925 75 15 02): fritura de verdura, perdiz estofada y cabrito asado; 30 euros. Las Ruedas (La Puebla; Tel. 925 75 12 73): cocido casero al fuego de paja y cabrito en salsa; 15-20 euros. Legazpi (La Puebla; Tel. 925 75 00 32): guisos caseros, conejo al ajillo y arroz con liebre; 10-15 euros.
- Dormir. Fernando de Rojas (La Puebla; Tel. 661 37 01 88): casona del siglo XVII, recién rehabilitada, con patio de columnas y salón con chimena; doble, 51 euros. La Señorita (El Carpio; Tel. 687 44 14 30): casa castellana del siglo XVIII, con jardín y piscina; 60 euros. Dorado (La Puebla; Tel. 925 75 02 26): hostal céntrico, muy sencillo; 42 euros. La Cigüeña (La Rinconada; Tel. 627 96 86 29): casa de alquiler completo cerca del río Tajo; 150 euros.
- Más información. Oficina de Turismo de La Puebla de Montalbán (avenida de Madrid, 1; Tel. 925 77 65 42; www.pueblademontalban.com)
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