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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una Rusia sombría

El informe sobre derechos humanos en Rusia realizado por el Consejo de Europa y divulgado ayer en Estrasburgo es demoledor. Viene a confirmar la evidencia de que bajo Vladímir Putin, al que no se menciona, y en contra del cliché que el Kremlin pretende imponer como verdad oficial, Rusia es cada vez más una autocracia mal dirigida, y menos el escenario de un supuesto reformismo liberalizador.

El comisario de Derechos Humanos, Álvaro Gil-Robles, señala como algunas de las manifestaciones más alarmantes de la precariedad democrática rusa el auge del racismo y la xenofobia y el de un nacionalismo cada vez más virulento. Del sombrío cuadro forman también parte la rutinaria violencia policial, la debilidad del sistema judicial, la corrupción administrativa o el estado de las prisiones, donde, por ejemplo, los internos afectados de sida no reciben tratamiento médico especializado.

En la Rusia de Putin, donde se sigue manifestando un antisemitismo de hondas raíces, incluso en el Parlamento, el racismo y los racistas eligen ahora otras minorías como víctimas preferentes. Con la desintegración de la URSS, viejos demonios sociales y culturales reprimidos por el comunismo han encontrado un nuevo cauce de expresión. La xenofobia más violenta, a cargo de decenas de miles de cabezas rapadas, se centra especialmente en asiáticos y africanos. La palma entre los rusos se la llevan las poblaciones del Cáucaso en general y de Chechenia en particular, sometidas ritualmente al hostigamiento o la sospecha.

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El informe del máximo órgano europeo encargado de vigilar la evolución de los derechos humanos, la democracia parlamentaria y el imperio de la ley, señala que una de las más graves carencias es la mentalidad antidemocrática de quienes precisamente deben velar por el cumplimiento de la ley y los derechos de los ciudadanos. Junto a ella, una extendida e imparable corrupción que está en la raíz de algunos de los más serios problemas del país, desde la penosa situación de las Fuerzas Armadas a los brutales excesos de Chechenia o la ineficacia de la lucha contra el terrorismo. El propio Putin ha admitido que muchos rusos temen más a su policía que a los delincuentes, pero el empeño del jefe del Kremlin por erradicar esa lacra deja mucho que desear.

El presidente ruso, un autócrata por entrenamiento e instinto, ha venido empleando buena parte de su autoridad desde el año 2000 en fortalecer su cuota de poder personal, embridando a las instituciones, los medios de comunicación y las fuerzas económicas, algo en lo que sin duda ha triunfado. Hasta tal punto, que la jefa de la diplomacia estadounidense, de visita en Moscú, no duda en considerar muy preocupante el rígido e ilimitado control de Putin sobre el aparato del Estado y la opinión pública. El inquilino del Kremlin ha respondido siempre a las críticas exteriores con declaraciones generales de hostilidad hacia Occidente, en línea con el nacionalismo rampante que se disemina desde los cuarteles del poder. En este sentido, es más que probable que la radiografía del Consejo de Europa no ayude a mejorar las equívocas relaciones con Moscú.

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