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Columna
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El cigarrillo de Sastre

Rosa Montero

Veo en EL PAÍS una foto espeluznante: es la portada del catálogo de una exposición que se celebra en París, en la Biblioteca Nacional Francesa. La muestra es sobre Jean- Paul Sartre, y la portada es una gran foto en blanco y negro del filósofo, un retrato muy conocido de un Sartre cuarentón. Y digo que es espeluznante no ya por la consabida y legendaria fealdad del pensador, por sus ojos estrábicos y su cara batracia, sino porque de su mano derecha, claramente visible, alguien ha borrado el cigarrillo que siempre sostuvo Sartre en esa foto, de modo que ahora la mano se ve como engurruñada y sin sentido, en una posición forzada y artificial. Cielo santo, ¿acaso llega hasta este extremo la larga y embrutecedora zarpa de lo políticamente correcto? ¿Hasta el punto de alterar una fotografía? ¿En un catálogo de una Biblioteca Nacional, supuesto baluarte del respeto a la verdad intelectual, y en Francia, el país de las luces y la razón? Porque no creo que hayan quitado el cigarrillo para mejorar la estética de la foto: el gesto queda raro y Sartre parece estar a punto de estirar del todo el dedo corazón y hacer un ademán grosero muy poco adecuado para un filósofo.

Soy ex-fumadora, drogadicta nicotínica de por vida y partidaria de las medidas antitabaco, pero borrar un cigarrillo de una foto por razones ideológicas (y no se me ocurren otras razones) pertenece a otro orden de cosas y entra en el territorio del fanatismo. Siempre me estremeció de manera especial, como perfecto emblema del horror totalitario, la constante manipulación a que fueron sometidas las imágenes oficiales de la Unión Soviética a medida que las purgas estalinistas iban teniendo lugar y los antiguos héroes de la revolución pasaban a convertirse en villanos (y en muertos ejecutados por sus antiguos colegas). Y no fueron sólo las imágenes: también la Enciclopedia Soviética fue cambiando sus entradas de texto y haciendo desaparecer de entre sus páginas, sin dejar rastro, aquellos personajes que, como Trotsky, habían caído en abismal desgracia.

Lo más inquietante es ese afán de borrar todo vestigio del enemigo, ese deseo de extirparle del recuerdo y de la existencia, como si jamás hubiera nacido. El totalitario se sueña Dios y, en su delirio, cree que puede deformar la realidad a su antojo. Por eso todos los dictadores, desde Mao a Fidel, han manipulado las fotografías, aunque las alteraciones más escandalosas y abundantes fueron las soviéticas. Existen diversas instantáneas antiguas en las que Stalin aparecía acompañado por los tipos a los que luego fulminó y cuyas siluetas fueron siendo eliminadas progresivamente, en una escalofriante representación simbólica de eliminaciones más truculentas. Recuerdo haber visto una foto en la que llegaron a borrar a cinco o seis personas. Al final, a Stalin se le veía muy solo, encima de un estrado, rodeado de ese aire artificial que algún chupatintas había dibujado sobre los represaliados y los muertos.

Hacer desaparecer un cigarrillo es cosa harto más leve, desde luego, pero conceptualmente me parece igual de peligrosa. A fin de cuentas parte de consideraciones semejantes, esto es, de la presunción de estar en posesión de una verdad absoluta, supuestamente tan verdadera y tan beneficiosa a la larga para la Humanidad, que incluso la realidad, tan obcecada y remisa, debe plegarse y violentarse para que se adapte a ese ideal. No voy a argumentar que, de haberlo sabido, Sartre se hubiera indignado, porque sí, estoy casi segura de que le habría parecido una necedad, pero, por otra parte, también Sartre contribuyó a borrar en vida demasiadas cosas y fue excesivamente dogmático en su izquierdismo, así es que desde ese punto de vista me da igual que le borren el cigarro o las narices. No es por respeto a él por lo que me inquieto, sino por respeto a mí misma. Me irrita y desasosiega que alguien se haya erigido en censor de mi vista y que se haya atrevido a reinventar el pasado, aunque sea en una menudencia como esta. Dentro del código deontológico periodístico, alterar una imagen es una falta gravísima. Recordemos que durante la pasada guerra de Irak el diario norteamericano Los Angeles Times despidió al fotógrafo Brian Walski porque había retocado una instantánea para lograr "mayor dramatismo". En este mundo tan lleno de manipulaciones informativas y de mentirosos vociferantes, sólo nos faltaba el bienintencionado y fatal fanatismo de borrar cigarrillos.

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