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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En la inquietante provincia

William Irish, Jean-Patrick Manchette, Ed McBain, Ellery Queen, George Simenon, Stanley Ellin, Nicholas Blake, Patricia Highsmith: realmente, es impresionante la nómina de los grandes escritores policiacos, de toda escuela y época, adaptados por Chabrol a lo largo de una carrera sencillamente impresionante. Y desde hace algún tiempo, también otro nombre ha pasado a engrosar la lista, el de Ruth Rendell, que ya le suministró el argumento para su mejor película en muchos años, La ceremonia, y que ahora hace lo propio con esta Dama de compañía que se une, con todo honor, a la nómina de las mejores adaptaciones criminales chabrolianas.

A diferencia de muchas de sus ficciones, ésas en las que se disecciona a la burguesía de provincias, sus fobias, sus secretas pulsiones, sus más que lúbricos recovecos mentales, aquí se trata de contar una pasión pura, directamente sexual, la que se establece entre un formal joven empleado de familia pequeño burguesa (Magimel) y una atrabiliaria, desconcertante joven de orígenes inciertos y existencia aún más extraña (Smet, un hallazgo). Es La dama de compañía el filme más sexual de Chabrol en tiempos y, probablemente, el que más incisivamente investiga sobre las raíces de una pasión malsana.

LA DAMA DE COMPAÑÍA

Dirección: Claude Chabrol. Intérpretes: Benoît Magimel, Laura Smet, Aurore Clément, Bernard Le Coq, Suzanne Flon, Solene Bouton. Género: criminal. Francia, 2004. Duración: 100 minutos.

Porque de eso va en realidad la cosa: de Tánatos escondido detrás de la máscara de Eros, de la pulsión destructora de vida que vive escondida en los enloquecidos pliegues del deseo de una mujer poco convencional, que tiene, o ha tenido, una madre nada común y que vive en un entorno entre enrarecido y excluyente. Y, en este sentido, es La dama de compañía también un interesante ejercicio de cómo mostrar el carácter destructivo de una pasión sin caer en moralismo, o sin dejar que el péndulo de la culpa viaje inexorablemente hacia la mujer, sujeto que aquí parece empujar, con sus acciones y con la cruda explicitación de su deseo sangriento, al hombre hacia la comisión del delito.

Chabrol analiza a sus personajes con esa sabia, un tanto cachazuda mirada de anciano listísimo, pero también de vividor y de gourmet consumado (alguna vez alguien se entretendrá a hacer la lista de las reflexiones o recomendaciones gastronómicas que campan por sus películas). Más etólogo que nunca, el francés mete a sus personajes en faena, pero, como en él es ya tradición, sin condicionar jamás el juicio del espectador sobre sus peripecias: estamos aquí en los territorios del científico social que mira hacer a sus criaturas, más que ante el moralista que nos indica cómo debemos mirarlas.

Y el resultado es, como en sus últimas películas desde La ceremonia, un elegante ejercicio de estilo (atención a la fotografía hosca, ríspida del gran Eduardo Serra) que no está reñido con una visión, entre crítica y pesimista, de la pasión como dañino motor de la vida. Una película que parece nacida de un soplo, de una elegancia contenida y un tono que jamás pierde su norte.

Un fotograma de <i>La dama de compañía.</i>
Un fotograma de La dama de compañía.

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