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Un Canetti cotilla, malvado y deslumbrante

Se edita 'Fiesta bajo las bombas', reunión inédita de apuntes sobre personajes de Inglaterra

"Fui testigo de la fama de Eliot. ¿Alguna vez nos avergonzaremos lo suficiente de ella?". "Podría definirse a Iris Murdoch como el ragú de Oxford. Cuanto aborrezco de la vida inglesa está representado por ella". Éste es, más o menos, el tono de Fiesta bajo las bombas. Un libro explosivo que ha editado Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores y que es una recopilación inédita de apuntes: hay cotilleos, feroces juicios literarios y retratos más o menos crueles de los personajes célebres y anónimos a los que Elías Canetti (1905-1994) conoció durante su largo exilio en Londres.

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Zúrich narra la vida del escritor en una exposición

Elías Canetti llegó a Inglaterra desde París en 1939. Huía de la anexión nazi de Austria, en presumible estado de pánico tras la noche de los cristales rotos (noviembre de 1938) y, según Ignacio Echevarría (coordinador de las obras completas de Galaxia / Círculo, traducidas por Juan José del Solar), "con una mano delante y otra detrás".

En Londres, Canetti tenía 34 años, había publicado una novela, Auto de fe, recibida gélidamente en Alemania, y encima era judío: él y su mujer, Veza, eran perfectos donnadies en aquel país decadente que Canetti describe como "hambriento y disciplinado". Pero el exiliado llevaba en la maleta una temible arma de defensa / ataque: su infinita capacidad de odio.

"Canetti fue un gran odiador", explica Ignacio Echevarría, "un infalible detector de imbecilidades, un verdadero maestro de la ira y de la queja insaciable".

Pero a la vez tenía una virtud, que le granjeó de inmediato la simpatía de la aristocracia literaria e intelectual británica: era capaz de escuchar "largas e insípidas conversaciones" sin perder ripio y con su mejor cara, hasta el punto de que, según escribe en Fiesta bajo las bombas (traducción de Genoveva Dieterich), había oyentes que le confundían con "uno de esos analistas" que tanto odiaba.

"Fue un extraordinario oidor", añade Echevarría, que presentó Fiesta bajo las bombas junto a otro fiel canettólogo, José Manuel de Prada, para quien "Canetti escuchaba tan bien que, siendo casado, bajito y feo, fue capaz de seducir a algunas de las mujeres más inteligentes y guapas de esa época". Una de ellas fue la escritora Iris Murdoch, de la que Canetti fue amante y a la que dedica páginas terribles, infamantes ("de desprecio indecente", dice Echevarría) que marcan el cénit de esta vívida galería de retratos, una especie de vodevil por el que desfila desnuda la empingorotada sociedad británica de los años cuarenta y cincuenta.

Estos textos de Canetti, unos bastante más esquemáticos que otros, mezclan ataques demoledores y anécdotas geniales, sarcasmos inapelables, cotilleos puros y duros con elogios (pocos y sobre todo póstumos, pero maravillosamente fundamentados) y algunos bombardeos tan indiscriminados como deslumbrantes; para De Prada, "el libro tiene un extraordinario interés porque recuerda a sus 50 caracteres y se lee como un gran estudio satírico y moralista, antropológico y etnológico, sobre las parties y las faunas londinenses".

De su virulencia no se libran ni el totémico T. S. Eliot ni sus propios discípulos de aquellos días. Y los que salen mejor parados son Bertrand Russell, el sinólogo Arthur Waley y un anónimo barrendero judío.

Quizá lo más curioso del libro, publicado en Alemania en 2003 por decisión de la hija de Canetti, Johanna, es que el Nobel escribió estas notas dispersas con toda frialdad y distancia, entre 1990 y 1994, medio siglo después de vivir lo que recuerda, en Zúrich, muy poco antes de morir (Echevarría apunta que en aquellos años dibujó este aforismo: "Nostalgia del odio").

Pero es otra nostalgia la que mueve los hilos secretos de Fiesta bajo las bombas: la melancolía de la Inglaterra que Canetti conoció a principios del XX, cuando era un niño. En aquel país culto y ordenado que su padre adoró, él empezó a leer y a formar "el fundamento moral" de su obra. Escribe Canetti (página 214): "A veces digo Inglaterra y me siento como si hubiera mentido. Mi fe en esa Inglaterra era inconmovible en mí cuando a los siete años vivía allí con mi padre. Él me traía libros para que los leyera, y yo hablaba de ellos, eran los primeros libros que sostenía en mis manos, los primeros que leí (...). Si alguna vez hubo algo que me hiciera feliz, fueron los libros que me traía mi padre".

Así que tal vez lo más polémico del rescate no sea tanto el contenido, su chocante visceralidad, como el hecho de que su autor se negara a publicarlo en vida. Echevarría reconoce que "produce perplejidad, apuro y morbo" leer a este Canetti "distinto, desnudo, susceptible, desinhibido, íntimo, en esbozo"; sobre todo porque fue "tan exigente, tan cuidadoso, tan estricto con su moral y sus textos, tan secreto para su privacidad". Admite que dejó cerradas sus obras completas, pero concluye: "Queda mucho por descubrir de Canetti. Sus Diarios no se podrán conocer hasta 2024, pero en Zúrich hay muchísimo más material inédito, y Canetti permitió que se empezara a publicar a partir de 2002".

SCIAMMARELLA

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