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Columna
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Falta de previsión

Era de prever que la reunión mantenida por Julio de España con algunos de los más relevantes empresarios y constructores alicantinos despertara una enorme curiosidad. No es frecuente que un presidente de las Cortes Valencianas se reúna con los empresarios de su ciudad y pretenda mantener en secreto el encuentro. Cuando esto sucede y se conoce públicamente, el suceso se convierte de inmediato en noticia y se desatan las cábalas sobre él. Julio de España aspira a ocupar la presidencia del Partido Popular de Alicante en las elecciones que se celebrarán próximamente, y ha sido con este fin para lo que ha solicitado la ayuda de los empresarios.

La prensa ha criticado la conducta del presidente de las Cortes Valencianas, por considerarla reprobable. Se ha censurado que un cargo público utilice su autoridad para obtener el apoyo de personas influyentes. Incluso se ha escrito que, con esta acción, el político hipoteca su futuro si algún día logra acceder, como pretende, a la alcaldía de Alicante. Todo ello es cierto y no puede negarse. Pero también veo yo en el comportamiento de España una cierta lógica, y hasta diría que su conducta no ha estado desprovista de franqueza.

Si la pretensión de Julio de España hubiera sido escribir una novela, probablemente habría solicitado la ayuda de escritores y, tal vez, la de algún editor, para que le aconsejaran sobre la mejor manera de hacerlo. Como a lo que aspira es a un cargo político, ha recurrido a constructores y empresarios, que son quienes mejor pueden prestársela. En este sentido, ha actuado, pues, con una absoluta consecuencia. Constructores y empresarios son, en estos momentos, las personas más influyentes en la política de la Comunidad Valenciana y, especialmente, en la alicantina. Nada más natural, por tanto, que acudir a ellos en demanda de apoyo. Con su acción, España no ha hecho más que reconocer formalmente lo que todo el mundo admitía de manera oficiosa.

Hace algún tiempo, propuse que algunos alcaldes de nuestras poblaciones figuraran en las nóminas de las empresas constructoras. La sugerencia fue considerada una exageración literaria cuando, a decir verdad, estaba formulada con la más seria de las intenciones. Con ella, pretendía que nos adaptásemos a una realidad que cada vez parecía imponerse con más fuerza. El tiempo ha venido a darme la razón y muchos de los escándalos que ahora se conocen y publican los periódicos son el resultado de aquella falta de previsión.

Para recompensar los servicios que les prestan ciertos alcaldes, los constructores deben recurrir con frecuencia a dudosas operaciones comerciales. Por muy legal que sea el trujamaneo -estas empresas disponen de profesionales que realizan su trabajo de una forma exquisita- se crea, no obstante, un clima de inseguridad moral que contamina a la sociedad y ejerce un efecto perverso sobre la juventud. ¿Qué muchacho va a querer estudiar una fatigosa carrera cuando cualquier mozo de botica puede hacerse multimillonario con un baño de política?

¿Que la formula que propongo sería deshonesta? Naturalmente. Pero no mucho más que la actual. A cambio, nos ahorraríamos la hipocresía y no deberíamos escandalizarnos cuando Julio de España pide ayuda a quienes se la pueden dar.

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