_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El pasado

Hay personas a las que les parece muy mal que en España se hable del pasado. Ya sucedió, cuentan, y mejor no removerlo. Es el mismo argumento que se utilizó hace ya más de un cuarto de siglo, durante la transición. En aquel tiempo era peligroso hablar de los delitos del franquismo, tan inminente y abrumador entonces. Los militares no querían, muchos civiles tampoco, y tal vez fue inevitable pagar esa factura de silencio para que el frágil entoldado de la recuperación democrática no fuera desmantelado por los tanques. Y aún así hubo tanques.

Mucho tiempo después, a sesenta o setenta años de distancia de tantos hechos infames, parece ser que tampoco se puede hablar del pasado. Queda feo, dicen quienes sí pudieron honrar a sus muertos, pues bien cierto es que los crímenes fratricidas ocurrieron en los dos bandos. Entonces, ¿cuándo se podrá homenajear a las víctimas de segunda clase? Hablaré de una pequeña experiencia personal. En 1981 fui nombrado jefe de negociado de pensiones de guerra en la Delegación de Hacienda de Valencia. Mi trabajo consistía en gestionar expedientes de viudas de muertos en campaña y de paseados en guerra o en postguerra. Tuve que dedicar muchas horas a escuchar a aquellas viudas. Temerosas, inquietas por los despachos tributarios, fueron muchas las que, abrumadas de derrota y nostalgia, de hijos huérfanos y casas pequeñas, me llegaron a decir, mientras me traían papeles de sentencias atroces y certificados de defunción que disimulaban el motivo de tantas horrendas muertes, me llegaron a decir -digo-, si no irían ellas a la cárcel, las pobres viudas, por haberse atrevido a tramitar su condición de víctimas del franquismo. El pánico al régimen cruel, los tantos años de dolor, soledad y pobreza, de olvido y desprecio, habían tejido sus vidas y también fecundaban su desconfianza eterna. Ellas eran -son- las víctimas más indefensas de aquella barbarie. Admirables resistentes de un sistema vil. Pura memoria viva mientras el cuerpo se acaba. ¡Y que me digan ahora que remover el pasado es imprudente o malo! Es justo. Es imprescindible.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_