José Martí Gómez repasa con ironía los infortunios de la delincuencia marginal
A un caco ingenuo le perdió su glotonería. Inmediatamente después del robo a un banco, se dirigió a la pastelería de la esquina más cercana para atiborrarse de dulces. La policía lo tuvo fácil para detenerle mientras zampaba con deleite. Ésta es una de las muchas anécdotas esperpénticas reseñadas en Animales de compañía (RBA), de José Martí Gómez (Morella, 1937). Nada de mascotas: el subtítulo del libro acota irreprochablemente su contenido: Historias reales de atracadores fracasados, estafadores modélicos, amantes deprimidos y correspondencia de prisión.
Tras décadas de ejercicio periodístico, José Martí Gómez conoce de sobra la picaresca del mundillo lumpen. Las peripecias de rateros y chorizos de guante blanco espolean en Animales de compañía una atinada reflexión sobre las desventuras de la marginalidad. "Es un retrato de la sociedad. En uno de los relatos cuento la evolución de la estafa en España. Creo que los estafadores son de los pocos que leen el Boletín Oficial del Estado. De esta manera, saben dónde está el agujero. Algún timador llegó a vender, por dos veces, pueblos enteros. Eso es increíble. Tienen un gran olfato. Van por la calle y saben distinguir al tonto que les comprará cualquier cosa", afirmó el autor tras una divertidísima presentación de la obra en la librería Negra y Criminal de Barcelona.
Por allí pasaron muchos de sus amigos, que se presentaron en sociedad como "la peña lamentable". Todos quisieron resaltar la maestría y la honradez profesional de Martí Gómez. Entre otros, estaban los periodistas Joan de Sagarra y Eugenio Madueño, Josep Ramoneda, el abogado Martí Seguí y el juez Adolfo Fernández Oubiña. "He aprendido muchas cosas de él. Las historias de este libro me las ha contado montones de veces, pero siguen sorprendiéndome", dijo Ramoneda, compañero de andanzas de Martí Gómez en la revista setentera Por favor, cabecera en la que firmaron al alimón una memorable serie de entrevistas.
Animales de compañía completa de alguna manera los relatos de su anterior libro, Historias de asesinos (RBA), pero con una diferencia notable. "Historias de asesinos era más crudo. En su primera parte ya avisé de la amenaza de las grandes mafias. Relataba historias que había visto. Éstas me las han contado amigos abogados, policías y testigos. No hay sangre. Es el mundo de la chapuza, del 'coge el dinero y corre'. Por eso tienen una forma más literaria. En todo el libro hay un tono amable e irónico. Sólo opino de las cárceles porque me parecen indignantes". Así, las chanzas se acaban frente a los barrotes y sus penosas consecuencias. "Critico las cárceles porque siempre han sido una porquería. Ni regeneraron a nadie durante la dictadura, ni tampoco lo hacen ahora con la democracia".
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