Partidos
Ha contado Paula Garvín, concejal de IU en Sevilla, que, cuando empezó a pactar con el PSOE el gobierno del Ayuntamiento, "era vox populi que había clientelismo". No sé qué entender estrictamente por clientelismo. En el caso de las facturas falsas por obras municipales en el Distrito Macarena de Sevilla, este periódico daba el jueves pasado una descripción del procedimiento habitual para adjudicar encargos: el Ayuntamiento invitaba a tres empresas y seleccionaba una, la más barata. Las tres empresas eran aparentemente distintas, pero presentaban documentación firmada por un mismo empresario, siempre el mismo, próximo al partido dominante, y los presupuestos en muchos casos coincidían exactamente. No sé si esto es clientelismo, pero no descarto que sea el modo habitual de operar en muchos ayuntamientos.
No sé cómo encajan el liberalismo y la defensa de las estatuas del caudillo
Tienen mala fama los partidos, y el público no se sorprende cuando se airean casos como el de Sevilla: experimenta la sensación no absolutamente inconfortable de volver a lo ya visto, lo ya oído, lo ya sabido. Como otras veces, los implicados, ahora la coalición PSOE-IU, juran transparencia e intransigencia frente a la corrupción. Pero, aunque el único empresario del caso es perfectamente familiar al PSOE, viejo colaborador y antiguo militante, contratista con dos gobiernos municipales diferentes, el alcalde Sánchez Monteseirín dice que "un grupo de empresarios nos quería engañar y lo ha conseguido", como si los empresarios fueran varios y desconocidos. No parecen transparentes las palabras del alcalde. Aumentan la desconfianza y el desconcierto de los ciudadanos.
No lejos de Sevilla, a dos horas de camino, exactamente a una docena de kilómetros al este de Málaga, en Rincón de la Victoria, Mariano Rajoy, presidente del PP, en un discurso ante militantes de su partido, se preguntaba la semana pasada a quién beneficia la retirada en Madrid de una estatua de Franco. "¿A quién importa? ¿A quién beneficia?", se interrogaba Rajoy. Yo diría que le importa evidentemente a Rajoy, y que beneficia, en principio, a las víctimas del franquismo, a quienes el culto estatal a Franco debe de dolerles. Las víctimas merecen respeto. Franco dirigió una guerra civil, y, después de la guerra, dirigió la posguerra. Pasarán los años y la ausencia de su estatua no ofenderá a nadie, pero la presencia hubiera seguido ofendiendo a los descendientes de sus víctimas.
Entre las víctimas del franquismo hubo liberales. Eduardo Zaplana, portavoz y antiguo ministro del PP, pasó por Cádiz tres días antes de que Rajoy hablara en Málaga. Iba a recoger el homenaje de un club gaditano, un premio a la defensa de las ideas liberales. Zaplana dijo que, para alcanzar y mantener el poder, el PP habrá de evitar el conservadurismo autocomplaciente. Necesita el PP, según enseña la experiencia, ser liberal y reformista, dijo Zaplana. No sé cómo encajan el liberalismo y la defensa de las estatuas del caudillo azote de todo liberalismo y contemporáneo de Hitler y Mussolini, dos caudillos que sólo ganaron una guerra: la que dirigió Franco.
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