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Columna
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No hay tiempo para los cínicos

Soledad Gallego-Díaz

En el mundo pasan muchas cosas y de algunas de ellas deberíamos hablar mucho más. En el Parlamento, en las universidades, en las iglesias o en los medios de comunicación en general y televisiones en particular (Telemadrid dedicó el jueves pasado nada menos que 10 minutos de un telediario al traslado de una simple estatura ecuestre del dictador Franco, que murió hace 30 años).

Por ejemplo, podríamos hablar de que la gran vergüenza de la generación de los años 40 fue el exterminio nazi. Y que la gran vergüenza de quienes ahora rondan los 50 y ocupan los principales centros de poder será el exterminio africano. Y que, como los alemanes de los 40, deberíamos mordernos la lengua antes de decir que "no sabíamos", "nadie nos dijo". Porque de esto, del exterminio africano, hay todo tipo de análisis y documentales. Sabemos perfectamente lo que está pasando. Como dice un editorialista británico, "Sobra de todo. Lo único que falta es voluntad política". Y no sólo en Estados Unidos, en Japón o en Alemania. También en España. Voluntad política, sobre todo, para reformar la política agraria europea, suprimir determinadas subvenciones y permitir el acceso a los mercados de productos africanos.

La última propuesta de choque ha partido de la Comisión para África, un organismo que puso en marcha el primer ministro británico, Tony Blair, hace un año. Se trata de una especie de Plan Marshall, lo que los economistas llaman "el gran empujón", una acción masiva y sostenida durante un periodo relativamente corto (diez años) capaz de atacar a todos los frentes de subdesarrollo africano al mismo tiempo.

Para financiar la operación (50.000 millones de dólares anuales entre 2005 y 2010 y 75.000 millones también anuales hasta 2015), el documento, titulado Nuestro interés común (http://www.commissionforafrica.org/) propone que los países ricos pidan prestado ese dinero para poderlo desembolsar de golpe, aunque luego lo paguen a lo largo de 30 años, con el famoso 0,7% de su PIB. No se trata de conceder créditos a los países africanos para que incrementen su ya desgarradora deuda, sino de perdonar la que ya existe y efectuar al mismo tiempo una donación masiva y eficaz, resolutiva.

La demora en actuar está ampliando la crisis, viene a decir el informe, porque África "aun mejorando de acuerdo con sus estándares, es cada día menos competitiva, como resultado de su debilidad institucional, pocas infraestructuras, baja capacidad técnica y falta de diversificación de materias primas". La marginación de África será cada día mayor porque la extrema pobreza destruye no sólo a quienes la padecen hoy sino a las generaciones futuras. La malnutrición durante el embarazo y en los primeros años de vida daña permanentemente la salud y capacidad de esos niños; el sida ha provocado millones de huérfanos y todo ello sucede, además, en sociedades en las que el sistema educativo es un completo fracaso.

El informe de la Comisión británica ha sido acogido con escepticismo. Es posible que Blair pretenda "lavar" su imagen en el conflicto de Irak, dicen los críticos. Pero también es posible que tenga razón el representante británico para asuntos de desarrollo, Hilary Benn, cuando responde con bastantes malos modos: "No tengo tiempo para cínicos".

No hay mucho tiempo. Éste puede ser un año determinante, como afirma en su llamamiento al mundo de los negocios el presidente de la agencia Reuters, Niall Fitzgerald, otro gran experto en desarrollo. En julio se reúne el G-8, que examinará la propuesta de Blair; en diciembre, la OMC, que debe revisar las subvenciones de que disfrutan los agricultores de países ricos. Entre medias, varias cumbres internacionales donde se podría impulsar este tipo de iniciativas.

A nosotros, en España, nos corresponde también un papel importante: para diciembre, la Unión Europea tendrá que haber decidido, por ejemplo, qué hacer con los cinco millones de toneladas de excedentes de azúcar con que Europa inunda los mercados internacionales, provocando una caída artificial de los precios y privando de una fuente importante de ingresos a países como Malawi, Mozambique, Zambia o Etiopía, que producen azúcar de forma más competitiva. Eso es responsabilidad nuestra. Directa. solg@elpais.es

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