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Columna
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La venta de armas europeas a China

Estamos tan acostumbrados en los sistemas parlamentarios continentales europeos a considerar al Legislativo como una mera extensión del Ejecutivo, gracias al sistema imperante de mayorías absolutas o coaliciones de Gobierno, que se olvida la estricta separación de poderes vigente en EE UU donde una mayoría gubernamental en las Cámaras no garantiza que el presidente de turno pueda llevar adelante su programa electoral. Que se lo pregunten a Clinton, que, pese a su poder de seducción, tuvo que renunciar a su promesa estrella, la implantación de una asistencia sanitaria universal por la oposición de sus congresistas, y, en la actualidad, a George W. Bush, cuya revisión del sistema de pensiones está condenada al fracaso, a pesar de la mayoría republicana en ambas Cámaras.

Viene este recordatorio a cuento de la llegada esta semana a Washington de una misión de la pacífica y venusiana UE con el propósito de convencer a congresistas y politólogos estadounidenses de las bondades del levantamiento del embargo de armas europeas a China, impuesto como consecuencia de la masacre de Tiananmen en 1989, justo en el momento en que los chinos han decidido incrementar su presupuesto de defensa -estimado oficialmente en 30.000 millones de dólares anuales y, oficiosamente, en tres o cuatro veces superior- en un 12,6% y cuando la Asamblea Popular china acaba de aprobar una ley que legaliza un ataque a Taiwan, si las veleidades independentistas de la isla sobrepasan el listón que Pekín considera permisible. Tom Cruise lo tenía más fácil en la película Misión imposible que la delegación europea en su periplo washingtoniano. No sólo porque hace sólo unas semanas la Cámara de Representantes se opuso al levantamiento del embargo, por una abrumadora votación (411 a 3), sino porque las últimas decisiones de Pekín han provocado una lógica alarma entre las naciones del este asiático que temen una alteración del ya difícil equilibrio estratégico en la zona.

Hasta tal punto la alarma es real que un país tan cauto como Japón acaba de firmar una declaración conjunta con EE UU en la que, por primera vez, se declara "objetivo estratégico común" la resolución pacífica de "los asuntos concernientes al estrecho de Taiwan". Nunca hasta ahora Tokio había mencionado a Taiwan en sus acuerdos de cooperación militar con Washington limitándose, hasta ahora, a una vaga alusión a "la seguridad en la zona circundante de Japón". Pekín lo ha considerado una "intromisión".

Los europeos ofrecen a Washington un estricto código de conducta para evitar la transferencia de tecnología punta a los chinos, pero hasta ahora no han presentado ninguno y ya se sabe que, cuando se abre la compuerta, es difícil controlar la riada. Porque lo que los chinos quieren es, precisamente, esa tecnología punta de sistemas armamentísticos. Los tanques, aviones y submarinos los fabrican en casa. Y la adquisición de esos sistemas es lo que alarma a EE UU y a Japón, por no hablar del resto de los países de la zona, encabezados por una Corea del Sur permanente sometida a la amenaza de su impredecible vecino del Norte.

Europa queda lejos del este asiático, pero los demás están allí empezando por Estados Unidos, convertido por una resolución unánime del Congreso de 1979 en garante de la seguridad de Taiwan. Por eso, el levantamiento del embargo a China amenaza con convertirse en un punto de fricción, incluso mayor que el provocado por la guerra de Irak. Contrariamente a lo ocurrido allí, en el caso chino, los incondicionales de Washington, Reino Unido e Italia favorecen la postura de Francia y Alemania. Siempre, ¡ojo!, que el levantamiento del embargo no ponga en peligro sus ventas de armamento a Estados Unidos. Como resaltaba un dibujante del Herald Tribune en una historieta en la que se observa un mapa con EE UU a un lado y Europa al otro con el Atlántico en medio, "se echan de menos los tiempos en los que sólo nos separaba un océano".

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