_
_
_
_
Reportaje:

Valencia, del bullicio a la calma

Una agitada ruta urbana para disfrutar durante y después de las Fallas

Los caprichos del calendario han querido que la festividad de San José se celebre este año la víspera de Semana Santa. Pocas oportunidades hay tan propicias para asomarse a las dos caras de una ciudad como Valencia, con sus contrastes de metabolismo social y de palpitación colectiva. En efecto, durante las Fallas, entre el 14 y el 19 de marzo, la capital valenciana exhibirá sin recato toda su extraversión. Acto seguido se adentrará en uno de sus periodos más apacibles. Valencia estallará en Fallas y se ensimismará enseguida en un remanso, ya que las procesiones carecen de envergadura fuera del distrito marítimo y el vecindario prescinde de la catarsis penitencial sin reparo.

Disfrutar en un solo trago de sabores tan distintos de una misma ciudad exigirá, desde luego, que el visitante rompa el perfil estadístico según el cual la estancia media no supera los dos días.

Primero viene, pues, la fiesta, en su configuración vertiginosa y multitudinaria. Porque las Fallas son, por encima de otra cosa, un espectáculo de masas, que sumerge al visitante en una permanente marea humana. Como escribió el ensayista Joan Fuster, "la falla, en definitiva, es una hoguera". La tendencia innata de los valencianos hacia la mordacidad, sin embargo, la ha transformado en una variante original de "la eterna hoguera ritual", una variante exhibicionista y gigantesca que condena anualmente a las llamas cientos de artefactos plantados en plazas y calles donde se hace sátira y escarnio de modas, personajes y acontecimientos en forma de ninots, muñecos surgidos del sueño o la pesadilla, que antaño se fabricaban de cartón piedra y ahora son mayormente modelados en poliuretano expandido (el popular corcho blanco) y otros modernos materiales igníferos.

Alrededor de la falla gira, por tanto, la fiesta, y en medio de desfiles y pasacalles a los sones alegres de las bandas de música, no hay Fallas sin el peregrinaje por las que plantan las comisiones más famosas. Además de la oficial, en la plaza del Ayuntamiento, son de parada obligada las de las calles de Convento, Jerusalén y Matemático Marzal; las de las plazas del Pilar o de la Mercé, y, sobre todo, la de Na Jordana, en pleno barrio de El Carme, donde tal vez se respira el más aquilatado y auténtico de los ambientes falleros. Conciertos y verbenas, en un núcleo urbano cuyo centro queda cerrado al tráfico para que lo ocupe un hormiguero de gente, jalonan las noches de un programa que a diario se polariza en dos momentos mágicos: el disparo de la mascletà, a las dos, en una plaza del Ayuntamiento que la pólvora difumina, en medio de ensordecedores estallidos; y, a medianoche, en los márgenes del Jardín del Turia, con los fuegos artificiales.

Por supuesto, no hay Fallas sin fuego, sin fuego de verdad. Y no hay que marcharse de Valencia sin participar, ungido de una cierta devoción pagana, en el ritual de la cremà, donde el visitante, con las llamas en la retina y el calor en las mejillas, tiene el privilegio de contemplar cómo "los valencianos se apelotonan en las calles para ver arder sus fallas" y, a decir de Joan Fuster, "un latido anacrónico y conmovedor los une a las fuerzas más oscuras del pasado".

El día siguiente

Después vuelve la vida de cada día. La jornada siguiente a semejante auto de fe, laico y temperamental, es de una placidez indescriptible. Si el viajero ha hecho caso y sigue allí, se abre ante él una de esas ciudades que, según el escritor Rafael Chirbes, no se muestran de una vez y hay que descubrir con esfuerzo, "aprendiendo su historia y su anatomía". Diagnostica este autor las dificultades de Valencia para encandilar a quien va con prisas: "Callejas que guardan el trazado de la vieja medina, patios y claustros góticos, torres barrocas, caserones dieciochescos, barrios con el encanto del eclecticismo parisino del fin de siglo adaptado al gusto y economía locales, ensanches modernistas, verticales edificios racionalistas de los años veinte y treinta, pinacotecas, mercados ricos y bulliciosos, activas calles comerciales, kilométricos jardines entre puentes seculares; playas: el conjunto urbano no puede ser más completo, y hasta se diría que apabullante, y, sin embargo -y ése es uno de los rasgos distintivos de Valencia-, se mira mal al viajero que se atreve a confesar que siente algún interés por ella. Da la impresión de que a esta ciudad le pasa algo: de que Valencia no se quiere, no se sabe muy bien por qué motivo".

Apunta el escritor una teoría de la idiosincrasia local: "El viajero no se libra de la idea de que la mitad de la población de esta ciudad de clima habitable quiere vivir en Barcelona (y, ya de paso, se sentiría satisfecha si desapareciese Madrid), y la otra mitad, quizá más perezosa, o tal vez más ligada a sus bienes inmuebles y cajas de seguridad, querría quedarse en Valencia, pero a condición de que la ciudad pasara a ser de una vez por todas un verdadero barrio de Madrid (por cierto, ya de paso, a esa otra mitad de los pobladores de Valencia no le parecería nada mal que un maremoto se tragara Barcelona)".

Capital política de un territorio que asume su centralidad aunque critica a menudo su falta de liderazgo, Valencia, con sus 781.000 habitantes (1,5 millones en el área metropolitana), trajina como puede su dualidad histórica. Para el turista sensible a los cruces de culturas se impone, pues, una doble visita: a la casa-museo de Vicente Blasco Ibáñez, en la Malvarrosa, donde rendirá recuerdo a aquel político y escritor que, en el cambio del siglo XIX al XX, predicó un republicanismo exuberante y conquistó Hollywood con sus novelas, y a la catedral de Valencia, en cuyo interior, bajo una discreta lápida en el suelo, reposa el poeta del siglo XV Ausiàs March, el más grande clásico de la literatura en lengua catalana.

Pero Valencia es una ciudad que hay que situar en una geografía irrepetible. Una excursión hacia el norte llevará al viajero hasta Sagunto, donde podrá visitar el castillo, con su teatro romano rehabilitado modernamente, no sin suscitar polémica, por los arquitectos Giorgio Grassi y Manuel Portaceli. A la vuelta observará la huerta que rodea la concentración urbana, sus campos y cultivos entrelazados inextricablemente con calles y edificios. Otra excursión hacia el sur le llevará hasta el lago de L'Albufera, parque natural cosido al mar por la dehesa del Saler, con densos pinares y dunas. De regreso evaluará el perfil de una ciudad erigida en época romana sobre un terreno pantanoso, en una isla que, según la leyenda, formaban dos brazos del Turia, ese río desviado hoy de su discurrir exhausto para convertirlo en un central park serpenteante.

Se ha cumplido, con ello, el sueño alumbrado en los albores de la democracia, y los valencianos han ganado un gran espacio verde y de ocio que cruza la ciudad de camino al mar: el antiguo cauce del río Turia. Por él no pasa el agua, sino miles de ciudadanos que fluyen sobre todo los fines de semana. Allí se pasea, se corre, se rueda en bici o en patines, se practica tai chi, se juegan campeonatos de fútbol, se lee sobre el césped, se escucha música o incluso se ve cine en verano. El viejo lecho abraza el centro histórico y conduce a la nueva Valencia, la de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, donde se despliega toda la aparatosa arquitectura de Santiago Calatrava.

A un ritmo más lento va la rehabilitación del centro histórico. Sigue siendo el núcleo de la vida nocturna. En los últimos años han aparecido múltiples tiendecitas modernas de ropa alternativa, de moda, de todo tipo de complementos, que empiezan a rivalizar en número con los bares y locales de copas. Ha experimentado un cambio similar al de zonas como el Born en Barcelona o Chueca en Madrid, pero los solares y casas abandonadas, principalmente en los barrios de Velluters y de El Carme, muestran heridas sin cicatrizar en pleno corazón de la ciudad. Lo cual no resta, cuando cae la noche, un ápice de bullicio y vida a las calles, repletas de terrazas para tormento de algunos vecinos.

Desmintiendo su supuesta tendencia al barroquismo, la arquitectura de Valencia es práctica y razonable, con sus inevitables excepciones y los destrozos irreparables. Valga como ejemplo de prestancia urbana la calle de la Paz, trazada en el periodo de la renovación burguesa y de la que ha dicho un escritor tan viajado como Joan F. Mira: "Cuando se hizo esta calle, a finales del siglo XIX, se convirtió muy pronto en la más bella y elegante de la ciudad. Y aún es la más bella y la más perfecta".

Optimismo civil

Romana 600 años y árabe durante cinco siglos antes de la conquista catalana por Jaume I, Valencia fue entre el XV y el XVI la ciudad principal de la Corona de Aragón. Las ruinas arqueológicas de L'Almoina, los baños árabes de L'Almirall y la Lonja de la Seda son huellas que, respectivamente, dejaron en su piel esos periodos. La Lonja, especialmente, con su brillante gótico civil, y el Palau de la Generalitat, símbolo del autogobierno, dan fe de la pujanza que Valencia alcanzó. Para no fatigar el catálogo, pulsaremos sólo otra época llena de vigor, la del modernismo, con un ejemplo excelso en su estación del Norte, cuyo arquitecto, Demetrio Ribes, buscó inspiración en el secesionismo vienés. Dejó el optimismo burgués de inicios del novecientos, desde luego, un rosario de obras notables. Entre ellas, el mercado Central, inmensa catedral consagrada a las sensaciones alimentarias que nunca hay que ignorar, y el mercado de Colón, hoy convertido en un agradable centro de ocio.

Tiene el peligro Valencia, como todas las ciudades que se camuflan con tópicos (la luz, la desbordada creatividad, la paella y una indolente superficialidad), de seducir a fondo a quien consigue entrever su verdadera personalidad, aun si es consciente de que llegar a amar una ciudad como ésta depara a veces tanta dicha como melancolía. Antes de marcharse, pues, el viajero buscará un paliativo en la brisa benefactora de la Malvarrosa y El Cabanyal, donde persiste la única playa urbana que la avidez del enorme puerto comercial no ha devorado. Desde su amplio paseo marítimo, asomado a la extensa franja de arena donde la gente se divierte y toma el sol, observará de lejos las obras de la nueva bocana que se construye para la Copa del América, una competición internacional de vela de alta tecnología, algo así como la fórmula 1 de las olas, cuyas regatas se disputarán aquí en 2007 y que ha hecho que la ciudad ceda sin muchas ganas en su indiferencia secular hacia el Mediterráneo.

Dos falleras en la Malvarrosa, la playa urbana de Valencia en cuyo litoral, que se extiende a lo largo de más de dos kilómetros, se celebrará en 2007 la Copa del América.
Dos falleras en la Malvarrosa, la playa urbana de Valencia en cuyo litoral, que se extiende a lo largo de más de dos kilómetros, se celebrará en 2007 la Copa del América.JESÚS CÍSCAR
Un grupo de visitantes frente a la fachada barroca del Museo Nacional de Cerámica González Martí, en el palacio del marqués de Dos Aguas (calle del Poeta Querol, 2).
Un grupo de visitantes frente a la fachada barroca del Museo Nacional de Cerámica González Martí, en el palacio del marqués de Dos Aguas (calle del Poeta Querol, 2).JESÚS CÍSCAR

GUÍA PRÁCTICA

Dormir - El Palau de la Mar (963 16 28 84; Navarro Reverter, 14; desde 160 euros), uno de los hoteles más lujosos y nuevos, ocupa parte de un antiguo y céntrico palacete rehabilitado. También muy reciente es el Hotel Neptuno (963 16 28 84; paseo de Neptuno, 2; desde 100), que mira al mar desde la playa de las Arenas. Muy cerca de la Ciudad de las Artes y las Ciencias se halla el AC Arts (963 31 70 00; desde 75). Dentro del casco histórico está el Ad Hoc (963 91 91 40; avenida de Francia, 67; desde 89), un hotel con encanto. La cadena High Tech ha restaurado un edificio en el popular barrio de Russafa para su Petit Palace Germanías (963 51 36 38; Sueca, 14; desde 60). Y para un público joven, Home ofrece en tres edificios (963 92 12 49; desde 15 euros) habitaciones en pleno centro. ComerLa oferta se ha diversificado y ha ganado en elaboración, si bien en Fallas muchos establecimientos simplifican sus menús. Son típicos ahora los buñuelos de calabaza. El restaurante Ca'Sento (963 30 17 75; Méndez Núñez, 17; desde 75 euros) es un ejemplo de evolución de la cocina mediterránea, mientras que La Rosa (963 71 25 65; avenida de Neptuno, 70; desde 35) mantiene las esencias de los arroces marineros. Alghero (963 33 35 79; Burriana, 52; desde 35 euros) mira un poco a Italia con una cocina ligera y actual, así como Casa Josué (963 84 18 73; Calixto III, 19; desde 25) reinventa a partir de la cocina valenciana. Muchos vinos y tapas modernas hay en Santa Companya (963 91 21 77; Roteros, 21; desde 20). Y más vinos, con tapas más tradicionales, en Bodega Casa Montaña (963 67 23 14; José Benlliure, 69; desde 20); mientras que la popular Tasca Ángel (963 91 78 35; Purísima, 1; desde 7) hace de las sardinitas su especialidad, que en el caso de Mancini (963 94 42 89; Moratín, 1; unos 7) son sus ensaladas y bocatas.SalirEn Fallas, toda la ciudad es un hervidero. A las dos de la tarde se disparan les mascletades en la plaza del Ayuntamiento, y a partir de las doce de la noche, los fuegos pirotécnicos en el antiguo cauce del Turia. Luego se puede elegir entre verbenas y conciertos. Y antes, durante y después de Fallas, en Ciutat Vella se respira bullicio cualquier noche: El Negrito es un histórico local de copas y de encuentro; en Radio City el público joven baila al ritmo de música electrónica tirando a étnica; bajo el olivo de la terraza del Lisboa se oyen diversos idiomas; en el marchoso Bigornia se mueven los amantes del tecno, y en el Jazz Café, otro tipo de noctámbulos; en la zona de la plaza del Cedro se encuentra el novedoso La Tribu, con música independiente; en la zona de Juan Llorens, El Loco Mateo ofrece conciertos; en la playa, Vivir sin Dormir, una copa frente al mar, y en la fuente de San Luis, Le Club es destino final para muchos.Visitas e información.Turismo de la ComunidadValenciana (963 98 64 22).- www.comunidadvalenciana.com- www.turisvalencia.comOficina de turismo de Valencia(963 98 64 22)- www.fallas.com.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_