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Un informe aconsejó a Wojtyla que no dimitiese por enfermedad

En los cajetines del papa Wojtyla hay un documento más valioso que el tercer misterio de Fátima. Es un estudio reservadísimo sobre las hipótesis en torno a la dimisión de un Pontífice, que estudia las posibles condiciones y sus riesgos. Su conclusión es clara: "No es oportuno que un pontífice dimita". Y, más allá de su temperamento místico, sobre esta base Karol Wojtyla se ha comprometido a no abandonar nunca el timón.

El autor del estudio, ya fallecido, se llevó a la tumba el secreto de las conversaciones mantenidas al respecto con Juan Pablo II: es el cardenal Vincenzo Fagiolo, uno de los más expertos conocedores del derecho canónico. Del documento tienen conocimiento directo el secretario personal del Pontífice, Stanislao Dziwisz, y el secretario de Estado (número dos) vaticano, Angelo Sodano.

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El estudio fue encargado al final de los años noventa y las respuestas fueron entregadas personalmente a Juan Pablo II por el cardenal Fagiolo poco antes de su muerte, ocurrida el 22 de septiembre de 2000. Era un periodo clave del pontificado. Wojtyla había superado los 75 años y su parkinson se hacía sentir, haciendo difícil al Pontífice andar y obligándolo a interrumpir los discursos en público, como ocurrió en Budapest en 1996. Entonces decidió enfrentarse a la cuestión más espinosa para un Papa: examinar el fundamento jurídico y doctrinario de la praxis relativa a las dimisiones papales. Se trataba de analizar si, en ciertas condiciones, la renuncia de un Pontífice es deseable.

En el nuevo código de derecho canónico, promulgado por el Papa el 25 enero de 1983, las dimisiones están ya previstas. "En el caso en el que el Pontífice -reza el canon 32- renuncie a su oficio, se requiere por la validez que la renuncia esté hecha libremente y que sea debidamente manifestada, pero no se requiere que alguien la acepte".

Retirarse a los 75 años

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Juan Pablo II quiso profundizar más, también porque sabe que en los últimos años de su vida Pablo VI había meditado sobre su dimisión por enfermedad e incluso había ordenado preparar un apartamento para él en la abadía de Montecassino. Por eso Wojtyla pidió consejo al cardenal Fagiolo bajo el vínculo del secreto sobre dos cuestiones: la obligación de los obispos de retirarse a los 75 años, como sugiere el Concilio Vaticano II, y los requisitos de la renuncia de un Pontífice.

El purpurado profundiza sobre estos aspectos y poco antes de morir entrega al Pontífice un estudio cuidadoso. La respuesta al primer requisito es epatante, como para sacudir el actual sistema de dimisiones casi automáticas de los obispos por límites de edad. "No, un Pontífice no puede imponer la dimisión a un obispo" por el mero automatismo de los años. La obligación no está fundada en la doctrina.

Más articulado es el juicio sobre las dimisiones papales. Escribe Fagiolo que la renuncia de un Pontífice es justificable sólo en el caso de "amentia". La palabra, técnicamente, no significa locura, sino discapacidad mental para el ejercicio del ministerio. Éste es el único caso posible, según el jurista, que por otra parte ilustra ampliamente el pro y el contra de una eventual renuncia por edad o enfermedad. La sentencia es rotunda: "No, un Pontífice romano no debe renunciar". La motivación principal, explica el cardenal al Papa Wojtyla, es la confusión que podría causar entre los fieles. La presencia en el Vaticano de un Papa reinante mientras, en otro lugar, hay un Papa retirado podría causar una ruptura, incluso un cisma, en la Iglesia católica. La dimisión pondría en cuestión, concluye el estudio, el poder único y universal del Pontífice romano.

© La Repubblica / EL PAÍS

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