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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

Mujeres y poder

Una reunión irrepetible. María Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta; Celsa Pico, magistrada del Supremo; Leire Pajín, secretaria de Estado, y Magda Salarich, ejecutiva de Citroën, juntas para hablar de su visión del mundo.

En los últimos años, el poder de las mujeres en España (y en el mundo) ha ido creciendo de forma ostensible. La llegada del PSOE al Gobierno en marzo pasado y el nombramiento, por parte del presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, de un Ejecutivo paritario, integrado por igual número de hombres que de mujeres, ha sido un paso más en el largo camino hacia la igualdad de ambos sexos. Pero, aún hoy, estos avances resultan, en muchos casos, más aparentes que reales. Los pasos adelante de las mujeres hacia la adquisición de cotas de poder que les corresponden por preparación y justicia no solapan el que, en muchas zonas de la sociedad, la paridad y la igualdad sean todavía un desiderátum.

Este reportaje se planteó como una cena con cuatro mujeres con poder en diferentes ámbitos, como la política, la judicatura y la empresa, para conocer cómo llegaron a los puestos que ocupan y si les ha sido difícil mantenerse en ellos. Asistieron la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega; la secretaria de Estado de Cooperación del Ministerio de Asuntos Exteriores, Leire Pajín; la magistrada del Tribunal Supremo Celsa Pico, y la consejera delegada de Citroën, Magda Salarich.

La cita era a las 21.30 en un asador vasco. Salarich y Pico fueron las más puntuales. La directiva de Citroën tiene especialmente claro el valor del tiempo en la empresa, a pesar de que la puntualidad no es la máxima virtud de los franceses, entre quienes se pasa casi toda la semana, y menos aún de los españoles, entre los que se encuentra. Llegó, se quedó de pie en el reservado, encendió un cigarro y pidió agua. En la solapa de su chaqueta, la insignia roja que la acredita como caballero de la Legión de Honor.

Celsa Pico, magistrada de la Sala de lo Contencioso del Supremo, se preparó para la charla también con agua. Buena conversadora, empezó a intercambiar impresiones con Salarich mientras los fotógrafos instalaban focos y cámaras.

La tercera en llegar fue Leire Pajín, secretaria de Estado de Cooperación; vestida informal, como acostumbra, y hablando con la frescura y la velocidad que también acostumbra, matizada, en esta ocasión, por una molestia estomacal que la hizo incorporarse también a la inocua bebida que consumían sus compañeras. A juzgar por cómo caían las botellas del líquido elemento, la cena se presentaba intensa desde el punto de vista intelectual, pero, sobre todo, sin que caldo alguno pudiera desviar el argumento (distraer) o hacer mella en el discurso de las comensales.

María Teresa Fernández de la Vega llegó casi una hora después de la cita. El presidente la había llamado en el último momento, cuando iba a salir de La Moncloa, y tuvo que acudir a su despacho. Vestía un jersey de cuello alto y traje pantalón. Un rato antes había acudido al restaurante su directora de comunicación, Ángeles Puerta, pegada a un teléfono por el que la vicepresidenta le iba dando cuenta de sus avances a través del tráfico, y para entonces había cundido ya la decisión de pensar en alguna botellita de vino. Incluso se vio también que unas fotografías a mesa vacía y mantel impoluto carecerían de la animación suficiente que podían aportar unos platos de jamón, ensaladas y la chistorra de ordenanza. Se procedió en consecuencia. La llegada de la vicepresidenta puso en pie a las demás y, saludadas todas, dio vía libre a las fotos y aperitivos.

El menú fue contenido, como bastante contenidas serían las intervenciones. Las cuatro pidieron pescado, y mientras lo preparaban se planteó si cenar primero y hablar de los temas que allí las convocaban después, o, dado que el día siguiente era laborable, entrar en materia de inmediato. La vicepresidenta propuso esta segunda posibilidad.

Las cuatro se saben privilegiadas, no se han sentido cuestionadas por ser mujeres, opinan que la imagen personal cuenta y están satisfechas de sí mismas. En general, en su charla todas estuvieron austeras. Quizá un punto más serias y mesuradas de lo que son en la vida civil.

¿El poder tiene sexo?

María Teresa Fernández de la Vega. Todo tiene sexo, incluido el poder. Por eso las mujeres han pasado tanto tiempo sin estar en el poder, y ahora están en él, a pesar del sexo.

Magda Salarich. Yo tengo un problema. Las respuestas las miro en clave de si voy a vender más coches o menos [risas de todas]. Y a poco que sean polémicas y que me ponga enfrente a una determinada población, masculina o femenina, la cosa me complica extraordinariamente. Casi prefiero enfocar el tema, porque además pienso que es muy interesante, en cuanto a los resultados: más que el poder tiene sexo, intento pensar que los resultados no tienen sexo y que la empresa se mide o se debiera medir por los resultados.

Leire Pajín. ¿Nos referimos a si el poder tiene sexo o a si tiene género?

¿El poder tiene género?

L. P. Yo creo que hasta ahora es masculino. Las estructuras, cómo están hechas las reuniones, la mecánica del poder… Es algo que debemos y podemos cambiar quienes tenemos la suerte de estar ahí.

M. T. F. V. El problema es quién ostenta el poder y cómo lo ejerce, porque en sí mismo es un instrumento para cambiar las cosas.

Celsa Pico. Lo cierto es que los ámbitos de mayor capacidad de decisión han estado ocupados por varones, y son ellos quienes seleccionan a los sujetos que han de ser promocionados a puestos de relevancia. La realidad acredita la tendencia a que, en igualdad de condiciones, sean más seleccionados varones que mujeres.

¿Qué les ha aportado el poder?

C. P. Yo estoy integrada en lo que se denomina poder judicial, que no tiene la capacidad de decisión, de innovar, de cambiar circunstancias en un mundo económico que tiene el poder político. En el ámbito en que yo me desenvuelvo es relevante el cumplir la cuestión constitucional de controlar el sometimiento de la Administración a la legalidad.

M. T. F. V. A mí el poder me ha aportado la racionalización más absoluta de mis convicciones, de mis principios. De mi pasión por la política. La política es el instrumento más valioso de quien no tiene poder económico ni de otro tipo para cambiar las cosas. Desde el poder político puedes facilitar la convivencia, incidir en la ciudadanía, mejorar las cosas de la gente que no tiene nada.

¿Les ha cambiado la vida?

M. T. F. V. Absolutamente en todo, porque el poder político lo tienes transitoriamente, porque te lo han otorgado los ciudadanos para que durante un tiempo tú puedas hacer cosas por ellos. Y durante ese tiempo gustosamente renuncias a muchas cosas. Yo no tengo tiempo para nada más que para trabajar. Pero lo hago encantada, me parece un privilegio.

C. P. Y supongo que, en tu caso, la satisfacción de poder ver, pasado el tiempo, la incidencia de determinadas modificaciones legales que proyecta a medio plazo un cambio importante en la sociedad. Es una cuestión muy importante. En mi caso, la Constitución establece que mi función es corregir los excesos si hay una desviación de poder. El ciudadano aislado que se ve perjudicado por ese ejercicio del poder contrario a la ley se ve amparado por los tribunales, y eso es satisfactorio. Nosotros lo que nunca podemos, que a veces se ha pretendido, es cambiar las normas.

M. T. F. V. Yo creo que el poder de los jueces es un poder inmenso. Hombre, en el caso de Celsa… Celsa es una magistrada del Supremo y está en la jurisdicción contencioso-administrativa. Pero los jueces deciden sobre libertad, sobre tu patrimonio, sobre tus derechos, sobre tu hacienda, sobre tu familia…

No sé si habrán renunciado a una vida familiar, a hijos, a más tiempo libre.

M. S. La suerte es que mi marido, desde el principio, aceptó que yo llevara esta vida. Y no hay muchas personas, maridos o mujeres, que acepten que te pases fuera de casa toda la semana, y así año tras año. Entonces, organización. En casa hay muchísima organización. Mis hijos, desde que eran muy pequeños, me conocen con una maleta en la mano, y jamás se les ha ocurrido preguntar: "¿Mamá, por qué no estás aquí para, cuando yo llegue, hacer los deberes?". Pero, al mismo tiempo, ahora ya son mayores, 21 y 23 años, y tienen una mentalidad muy abierta; no se les ocurre plantearse en ningún momento si la mujer es igual al hombre porque han visto en casa otro tipo de cosas. A mí me gusta trabajar, quizá sea masoquista, y ni siquiera he renunciado a mi vida familiar. Es verdad que compatibilizar todo es muy complicado, pero yo diría que el único problema es cuando alguien de la familia tiene un problema de salud y tú te tienes que marchar.

C. P. Acabo de estar en un seminario y estoy gratamente sorprendida de que hay un elevado número de compañeras con dos, tres hijos, que han podido compaginar las dos cosas. Bueno, ahí también juega quiénes son los cónyuges. Yo conozco parejas en las que los dos ponen sentencias, se dedican a lo mismo, y cada uno cede una parte de su tiempo, y en cambio ves otras que, con la aquiescencia de ella, porque también hay que decir que muchas veces la mujer se lo traga, se somete, el comportamiento es distinto.

L. P. Yo me siento doblemente privilegiada, por haber llegado a un puesto de responsabilidad y por poderme emancipar, dada la falta de expectativas laborales de mi generación. Renuncias a una vida privada, pero he ganado más que aquello a lo que he renunciado. Terminas disfrutando de otra manera. Repartiendo mucho más el tiempo libre entre la familia, tus colegas, tu pareja.

M. T. F. V. Es lo que decía Magda, es más elección. Aquí estamos porque nos da la gana, y porque somos unas privilegiadas. Ahora, es verdad que es una actividad que exige muchísima dedicación, y no te permite satisfacer todos los intereses que tú tienes, que van más allá de lo que es el ejercicio de una profesión o de un poder determinado.

¿Y existe la erótica del poder, o llegan tan hechas polvo que poder, sí, pero erótica, la justita?

M. T. F. V. Francamente, yo no la encuentro.

M. S. Yo pienso que existe la erótica de los resultados. Vuelvo a insistir otra vez.

L. P. Está claro que a ti lo que te pone son los coches.

M. S. Ni siquiera: la cifra de facturación, el margen, el número de vehículos vendidos. ¿Qué te aporta el poder? Capacidad para conseguir los resultados.

M. T. F. V. A mí, cambiar las cosas.

C. P. Es posible que situaciones como la de María Teresa, que puede proyectar cambios legislativos significativos, y Leire, en la doble vida de ejecutivo y legislativo, y Magda, que puede arrasar con su cuenta de resultados, sean muy interesantes. En el caso del poder judicial, a lo mejor se cree algún compañero que, como dicen aquí en Madrid, te pone. Yo me siento satisfecha con hacer el trabajo.

¿Se liga más al tener poder?

M. T. F. V. Para nada. No se tiene tiempo. Es muy complicado. Ya es complicado en todo caso… Hay que dedicarle atención, y requiere mucho esmero.

C. P. Si dedicas mucho tiempo a la actividad, lo otro queda muy malo.

M. S. Al final, lo único que haces es trabajar. Y en el trabajo, las relaciones personales y las profesionales no se deben mezclar nunca, evidentemente.

Usted es partidaria del refrán castellano.

M. S. Ah, desde luego. Completamente.

C. P. A mí me parece fundamental.

L. P. Es más interesante estar con personas de fuera de mi ámbito.

C. P. Es mucho más rico y más interesante. Mi actividad profesional suele tener unos compañeros poco interesados en lo que yo llamo mundo exterior. Tienes un poco la sensación de que su mundo es muy cerrado.

L. P. Yo me fijo poco, la verdad, en el trabajo. Yo, cuando trabajo, trabajo.

¿Cuánto cuenta la imagen de una mujer que haga carrera, que acceda al poder?

M. S. Para mí, igual que un hombre. A una persona que tiene un cargo directivo o capacidad para tomar decisiones le pediría, en cuanto a imagen, lo mismo: que sea una persona responsable, seria, que tenga credibilidad y que tenga un estilo para dirigir a sus equipos, y ahí me refiero a la imagen física.

C. P. En el medio en el que yo me desenvuelvo, coincido con Magda: hoy, igual que un hombre. Pero cuando concurrí a las oposiciones, mi preparador se empeñó en que fuera con faldas, y en mi primer destino, hace ahora 26 años, en Canarias, me comentó el notario que un abogado le había dicho que había ido al juzgado con pantalones. Claro, dije: "Jo, ¿cómo querías que fuera, si tenía que estar en medio del campo en un reconocimiento judicial? ¿Con falda y taconcito?".

L. P. Yo, que soy de una generación que no ha vivido eso, y que me suena muy lejano, creo que se nos sigue juzgando distinto en la imagen y en el comportamiento. A nosotras se nos exigen otras cosas, se nos juzga muchas veces de forma superficial por determinadas cuestiones, y se nos sigue mirando de forma diferente.

M. T. F. V. Yo lo comparto. Hoy vivimos en la sociedad de la imagen, la imagen cuenta para todo el mundo, y, como decía Magda, la gente que está en centros de poder tiene que tener buena imagen. Ahora, el nivel de exigencia en la imagen de las mujeres respecto al de los hombres es bien distinto. Determinados sectores de la sociedad están haciendo un juicio en función del sexo. Las ministras de este Gobierno han sido analizadas exclusivamente por cómo iban vestidas, por cómo andaban, por el aspecto que tenían, cosa que no se ha hecho con los varones.

¿Quién cree cada una de ustedes que es la más poderosa de las cuatro?

M. T. F. V. Yo creo que todas tenemos poder. El que tiene Celsa en el poder judicial no es comparable con el que se tiene en el ejecutivo, y no es comparable con el poder de Magda en la empresa. Y no hay nadie que tenga más poder para cambiar el mundo de la cooperación y el desarrollo que Leire Pajín. Nadie.

M. S. Voy a contestar también a lo gallego, como la vicepresidenta: yo creo que el poder reside en uno mismo, que cada uno en un nivel determinado puede tener capacidad para cambiar las cosas o para conseguir los resultados.

C. P. Coincido con ellas, porque cada una dentro de su ámbito puede realizar innovaciones. Las que tú quieras y las que las normas te dejen.

L. P. Yo comparto la reflexión. Cada una tiene su ámbito de poder, de capacidad de decisión y de transformación de su ámbito.

¿Los hombres las han ayudado a subir?

M. T. F. V. Sí. Claro que sí, por supuesto. Ha habido compañeros sin los que no hubiéramos podido hacer este viaje.

L. P. Yo, en mi caso, me he sentido acompañada por determinadas mujeres, una de ellas María Teresa. Pero también por algún hombre.

M. T. F. V. Es que sin el apoyo de las mujeres estaríamos sin votar todavía.

¿Qué tiempo dedican a ustedes mismas? ¿A ejercicios espirituales o corporales, a amigos, a ocio?

M. T. F. V. Ninguno. En mi casa, el tiempo libre que tengo lo utilizo para dormir.

M. S. Yo, el tiempo de aviones. Me relajo, me concentro en miles de cosas… A veces terminas durmiéndote. Cuando llego al hotel muy cansada, y a las diez y media de la noche estás sola en el hotel, no tienes absolutamente a nadie, ahí puedes dedicarte un tiempo a ti misma. Me encantan las cremas. Son una cosa absolutamente deliciosa. Un baño relajante.

C. P. Yo antes, en Barcelona, sí que era asidua del gimnasio, y aquí espero organizarme bien y poder hacer ejercicio, que lo considero relevante. El ocio, un poco sí, por la noche, aunque Madrid es muy bueno para quien no trabaja, pero muy malo para quien trabaja, porque empieza todo muy temprano.

L. P. Yo, de ejercicios espirituales, nada. Y corporales, menos de los que debiera. Es una lucha que tengo conmigo y con mi agenda. El ocio procuro mantenerlo, aunque sea poco: ir al cine, salir de copas con mis amigos, estar con mi pareja.

¿Con qué sueñan?

M. T. F. V. Con navegar.

M. S. Hija mía, con los resultados.

C. P. Pareces accionista.

M. S. Otra cosa no, pero coherente…

C. P. Yo sueño con organizarme mejor para tener más tiempo libre. Considero básico tener un espacio personal.

L. P. Pues yo voy a la utopía: con cambiar el mundo.

¿Están contentas consigo mismas?

C. P. Ah, yo sí.

M. S. Yo no podría estar descontenta.

M. T. F. V. Yo a veces estoy contenta y otras veces no estoy nada contenta. Lo que pasa es que uno tiene una cierta armonía personal, y eso es una cosa agradable.

Me da la sensación de que se divierten con lo que hacen.

C. P. Hombre, es que yo creo que es fundamental. Si no, no estaríamos…

M. T. F. V. Sería irresistible, vamos, de verdad [risas de todas].

L. P. Me acuerdo de cuando me entrevistó, que el titular era ése: "Para mí, la política es divertirme".

M. T. F. V. Eso es un privilegio además, porque divertirte con tu trabajo yo creo que es una de las mejores cosas que te pueden pasar en la vida.

M. S. Sobre todo si pasas muchas horas.

L. P. En resumen, el poder no nos lo dan: está en nosotras mismas.

¿Se han sentido en alguna medida cuestionadas en su trabajo por ser mujeres?

M. T. F. V. Yo no.

L. P. Yo, más que cuestionada, más observada, más examinada. Claro es que en mi caso son muchas papeletas, digo yo.

M. T. F. V. En el caso de Leire, yo creo que es doble condición, mujer y muy joven, para cumplir un puesto de esa responsabilidad.

L. P. Pero también creo, honestamente, que si mi puesto lo ocupara un hombre joven le mirarían menos que a mí.

M. S. Yo no me he visto cuestionada, o si me han cuestionado, no me ha importado nada. Vuelvo a repetir: tienes tus resultados detrás, y lo que piensan o dejan de pensar da lo mismo.

M. T. F. V. A mí me habrán podido criticar cuando me he equivocado, como a todo el mundo, ¿no?, pero no por el hecho de ser mujer. También es verdad que he trabajado muchísimo para que no me cuestionaran, no te creas que no cuesta… Al final es verdad, trabajo, trabajo y trabajo, y mucha dedicación.

C. P. Llevo 26 años en esta actividad, y es mi trabajo el que me califica. No es algo que me haya tocado en una lotería. Y no soy consciente de haber sido cuestionada.

Una última cuestión: ¿qué les haría dejar su puesto: a) seguir a un maestro de yoga; b) un hombre; c) no lo dejaría ni muerta; d) otra opción?

M. T. F. V. Otra opción: un problema de salud.

M. S. Lo mismo. Un problema de salud gordo, que me impidiera la dedicación necesaria.

C. P. También.

L. P. Por salud o por un problema tan gordo mío o de alguien que me impidiera seguir.

Ninguna se iría con un maestro de yoga.

C. P. [Riendo]. Creo que, a estas alturas de la vida, somos lo suficientemente maduras para no caer en determinados comportamientos.

M. T. F. V. Así, ¿cómo vamos a ligar?

La vicepresidenta llegó la última. Comenzaba la sesión. De izquierda a derecha, Leire Pajín, Celsa PIco, María Teresa Fernández de la Vega y Magda Salarich.
La vicepresidenta llegó la última. Comenzaba la sesión. De izquierda a derecha, Leire Pajín, Celsa PIco, María Teresa Fernández de la Vega y Magda Salarich.ALFREDO CÁLIZ

Cuatro perfiles de mujer con poder en España

Leire Pajín

Tiene 27 años, llegó al Parlamento con 23 y sigue pareciendo tan suelta, entusiasta y risueña como entonces. Licenciada en sociología y deportista -aunque, con gran dolor de su corazón, tenga ya muy atrás la época en que competía en gimnasia rítmica-, habla a veces atropelladamente, como queriendo decir más cosas de las que le caben en los minutos. De pequeña quería ser periodista, y el gusanillo de la escritura lo guarda en un cajón lleno de relatos cortos impublicados. Entró en política en la adolescencia, antes de cumplir 16 años, y desde entonces se ha dedicado a ella en alma y cuerpo, ese cuerpo que ella se promete uno y otro día sustraer alguna hora a la cooperación para pasarlo por el gimnasio.

José Luis Rodríguez Zapatero la nombró secretaria de Movimientos Sociales en la ejecutiva socialista cuando fue elegido secretario general, y se dice que es también quien pensó en ella para la Secretaría de Estado de Cooperación, en el Ministerio de Asuntos Exteriores, que hoy ocupa.

Donostiarra recriada en Alicante, circunscripción por la que fue elegida diputada el 14-M, aunque tuvo que dejar el escaño por incompatibilidad con su nuevo puesto, ama el País Vasco y ama también su provincia de adopción, de la que defiende todos los ámbitos, incluidos algunos ricos vinos que últimamente da la tierra, y que ella degusta con pasión y publicidad. Afirma que, para ella, los amigos, junto con su pareja, son lo más importante de su vida.

Celsa Pico

Con 53 años, lleva uno en el Tribunal Supremo, a cuya Sala de lo Contencioso-Administrativo pertenece. Proveniente de Jueces para la Democracia, fue la segunda mujer en acceder al alto tribunal -tras 25 años en la justicia, los últimos en Barcelona-, y a su llegada dijo que entraba en el Supremo una magistrada "más joven que la media, de la periferia y con perspectivas quizá más amplias de miras".

Aficionada a la montaña, ha llegado a hacer pinitos escalando el Himalaya, aunque no se las da de altos vuelos y afirma que, como deportista, se considera en la gama media.

Le gustan la música folk y la contestataria, como Lluís Llach, Paco Ibáñez o Bob Dylan -cosas de la generación a la que pertenece, puntualiza-, y entre copla, bolero y rock se inclina claramente por este último. Bajo la toga se esconde una mujer marchosa, en absoluto ajena a la noche madrileña, aunque se lamente luego de tener que madrugar.

A quien le diga que lo contencioso suena a bastante peñazo le responde que en absoluto, que tratan temas que afectan a todos los ciudadanos. Como ejemplo de cuestión enjundiosa y entretenida, un recurso que le tocó sobre si el yogur debe ser pasteurizado o no.

María Teresa Fernández de la Vega

Tiene 55 años, una inmensa capacidad de trabajo, solidez personal y profesional, y mucho mando en plaza. Da la impresión de llevar a los miembros del Gabinete derechitos como una vela -algunos incluso dan muestras de que les gusta-, a pesar de que ella niega ser la Señorita Rottenmeyer del Ejecutivo, y dice que las relaciones en la mesa del Consejo de Ministros son "absolutamente amables y cordiales".

Proveniente de la judicatura y el feminismo -curiosa o casualmente, su color preferido es el malva, tan simbólico en la lucha política de las mujeres- y política de vocación, se dice apasionada por su actual puesto, en la medida que permite cambiar muchas cosas.

En su despacho no falta jamás el chocolate, querencia ésta que debe de ser propia de vicepresidentes del Gobierno socialistas, a tenor de la conocida pasión de Alfonso Guerra. Ella, elegante y cuidadosa con su vestuario, pero sin problemas de línea, dice que el chocolate da mucha energía, y que, bombones aparte, tiene muchas coincidencias con aquel antecesor.

Aficionada a andar y montar en bicicleta, y al esquí en sus años más mozos, reidora y con sentido del humor, tiene dos sueños desde la infancia: pintar bien y haber sido una gran directora de orquesta. Parece que batuta no le falta.

Magda Salarich

¿Tú quién eres? "Yo soy 800.000 coches". A Magda Salarich, ingeniero -así, en masculino, lo dice ella-, consejera delegada y directora general de Citroën España, con 48 años y dos hijos, le gusta dar esa respuesta, y le molesta sobremanera hablar de si ha llegado al puesto que ocupa con más dificultades por el hecho de ser mujer.

Discretamente coqueta, imaginativa y polifacética, le encantan las cremas y los afeites, el mus y el vino tinto, la charla y el flamenco, la ópera y las sorpresas, y repite una palabra talismán como respuesta a las cuestiones sobre el ejercicio de su poder empresarial y de su cargo: resultados. Los resultados, afirma, no tienen sexo, y por ellos quiere ser juzgada en la empresa automovilística en la que lleva 26 años.

Nunca se encontró problemas o trabas, aunque sabe la perplejidad que causó en Francia que llegara mandando alguien que unía a su condición de mujer el ser joven y extranjera.

Su lema es carpe diem, vive el momento; su segunda patria, dice, Citroën; sigue la máxima de Virgilio "puedes porque crees que puedes", y tiene sentido del humor. Una muestra: como afirma que le divierten las revistas del corazón, se le pidió que dijera algo de Antonio David y Jesulín. "Creo que quieren comprarse un coche", fue su respuesta.

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