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Reportaje:EL PAÍS | Clásicos españoles

La Regenta

EL PAÍS ofrece mañana, lunes, por 1 euro, la novela de Leopoldo Alas, 'Clarín'

Leopoldo Alas, Clarín, hijo de un gobernador civil, fue conocido en su tiempo como "publicista" y crítico. Nacido en Zamora en 1852, murió en Oviedo el primer año del siglo XX. Fue un hombre intachablemente decimonónico y, junto a Galdós, es el gran novelista español del XIX. Tuvo un ojo privilegiado para diseccionar la sociedad de la Restauración, en la que vivió, hasta llegar al puro hueso, como demostró en La Regenta, su mejor obra, que comienza presentando una "heroica ciudad" que duerme la siesta -Vetusta, esto es: Oviedo- y concluye con una mujer adúltera, joven y enferma de soledad, inconsciente y tirada en el suelo de la catedral como una escoria desprendida de los fondillos del traje de un burgués, sintiendo sobre su boca algo así como "el vientre sucio y viscoso de un sapo".

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Clarín estudió Derecho en Madrid y escribió en el periódico republicano El Solfeo. Ganó por oposición una cátedra de Economía Política en la Universidad de Zaragoza, pero el ministro de Fomento de aquel entonces, prestando oídos al "nepotismo", como se diría en la época, le otorgó el puesto al que había quedado en tercer lugar. Más tarde, otro ministro le dio a Clarín, finalmente, la cátedra que había ganado, y luego pasó a la Universidad de Oviedo, donde explicaría Derecho Romano hasta su muerte. En Asturias se dedicó a la literatura, fue en Oviedo -la Vetusta de su novela- donde escribió La Regenta. La crítica vio en la obra grandes similitudes con Madame Bovary, de Flaubert. También opinaron de él: "El estilo de este crítico no se recomienda por su claridad ni por su galanura, así es que no puede compararse a Larra, con quien algunos escritores apocados lo han igualado. Más fama alcanza por agresivo que por buen escritor". Dicha fama de "agresivo" la alcanzó no sé si por ser literal o literariamente pendenciero (escribía muchos artículos tocando los más variados temas, con lo que era fácil que se hiciera más enemigos que amigos), o por tener el gusto de defenderse cuando era atacado. Después de publicar su Apolo en Pafos y la novela Su único hijo (1891), se imprimió Un discurso en el que nuestro autor fijaba la importancia y validez de los estudios clásicos en la educación, seguidor como era del filósofo alemán Karl Krause. Al igual que Francisco Giner de los Ríos, también Clarín pretendía reformar la filosofía y la enseñanza en la España del último tercio del siglo pasado. El krausismo influyó en Clarín, potenciando su afán idealista e inclinándolo a la búsqueda de un sentido para esta existencia nuestra que tan raras veces parece tenerlo. En 1892 reunió en un volumen tres novelas cortas (Doña Berta, Cuervo y Superchería). El mismo año, por el mes de marzo, hizo un viaje a Madrid y se batió en duelo con Emilio Bobadilla, recibiendo una herida leve en el labio superior. El día 22 de ese mismo mes, varios literatos le obsequiaron con un banquete. Entre ellos se encontraban Sellés, Sánchez Pérez, Moya y Grilo. Clarín volvería a Madrid en marzo de 1895 para el estreno, a cargo de María Guerrero, de su obra Teresa, que no gustó mucho al público del Teatro Español. Tuvo una nueva ocasión para la gresca en el Ateneo de Madrid, en noviembre de 1897, cuando le agredió Navarro Ledesma, pero esa vez la cosa no terminó en duelo.

Su fama de "agresivo" -y a pesar de que hay que reconocer que le salía una pendencia cada cierto tiempo- se contradice con la extraordinaria sensibilidad, demostrada en La Regenta, a la hora de perfilar un alma femenina. La de Anita Ozores, la protagonista de la novela, es desde luego impecable: una jovencita inexperta, atrapada entre los rigores del arrebato místico y la lubricidad -aunque sea engalanada de engañosos tintes nobles, como el amor-, casada con un viejo ridículo y acomodado, un pobre hombre de corte calderoniano, al que los cuernos, piensa el lector enseguida, le vendrán como anillo al dedo.

"... ella se moría de hastío. Tenía veintisiete años, la juventud huía y no había gozado ni una vez esas delicias del amor de que hablaban todos...", escribió Clarín. La pobre Ana Ozores será la víctima por excelencia: de la sociedad de su tiempo -intransigente, conservadora e inmovilista- y de Álvaro Mesía, jefe del Partido Liberal, un donjuán provinciano que se las da de hombre de mundo y que al final resulta un patético cobarde, tan débil y ruin al final como apuesto y seductor parecía al inicio. Ana será también víctima de su marido, Víctor Quintanar, ex regente de la Audiencia, personaje de opereta al que se le niega incluso la dignidad de la muerte, y será sacrificada asimismo por don Fermín de Pas, el magistral de la catedral, encarnación de una Iglesia omnipresente e institucionalizada, que comparte con la clase dirigente su ambición por el poder y el control del sistema, incluyendo el afán por servir de freno a los "desmanes sociales" del proletariado, que comenzaba implacablemente a avanzar, entre los silbidos de las fábricas y la acidez de su sudor teñido de carbón y óxido de hierro, hacia la conquista de sus derechos. Y, finalmente, Ana Ozores será la víctima de sí misma, de su torpeza y su avidez, y sobre todo de sus locos sueños.

Naturalismo y krausismo se funden en una obra en la que -como en Madame Bovary, de Gustave Flaubert; Anna Karenina, de León Tolstói; El primo Basilio, de Eça de Queirós, e incluso Los pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán- el adulterio sirve para desenmascarar a una sociedad que se tambalea moralmente. En ella, Clarín no dejó títere con cabeza; y los críticos fueron tan feroces con él que, en adelante, nunca se atrevió a llegar tan lejos como en esta soberbia novela repleta de pasiones, no sólo adúlteras.

MANUEL ESTRADA
MANUEL ESTRADA
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