El Carnegie Hall se rinde ante el talento y la entrega de Morente y Tomatito
2.500 personas aclaman un recital muy clásico, menos libre de lo habitual en el cantaor
Fue un triunfo cantado: el flamenco es el último grito en Nueva York (Christo aparte) y el cartel garantizaba llenazo y calidad. Tomatito actuó en el Carnegie Hall hace tres años, cuando el Grammy, y su carisma elegante sigue teniendo gran tirón. Morente es el genio de este arte, el loco romántico que cree posible un flamenco (y un mundo) mejor, más libre, más inteligente, y aquí lo saben bien.
Como decía Tomate al final, con la sonrisa puesta, "la gente estaba embrujadita"
Con el Carnegie atestado, los dos ofrecieron un recital irreprochable, con algunos momentos espléndidos. Tomatito hizo tres solos de salida que pusieron el teatro como una caldera, y luego acompañó el cante por la vereda más clásica. Así que Morente dejó algunas afinaciones de las suyas, pero sin echar a volar la imaginación. Las 2.500 personas presentes los escucharon sin una tos y los jalearon como a grandes estrellas.
Tomatito y Morente suplieron su falta de convivencia como pareja de hecho a base de oficio, entrega y talento individual en un recital totalmente clásico, de perfil menos atrevido de lo habitual en el cantaor.
El Picasso flamenco hizo la antología de los tiempos en que todavía no era cubista y casi no se agarró la chaqueta para dolerse a gusto. Salió por martinetes, hiló la caña y el polo, siguió con un mirabrás lleno de música y mensaje -"tiran bombitas de la cabaña / si será el Rey de la Gran Bretaña"-, atacó la soleá más clásica, luego unas alegrías tradicionales, separó las siguiriyas (cerradas abruptamente) de las cabales políticas ("de un buen morito a un buen cristiano, eso nunca se dará, aunque se vuelva mora toíta la humanidad"), y cerró con tangos, bulerías, y tres bises ante el clamor popular, con el remate del Summertime, quizá el único momento en el que Morente se dio la alegría de buscarse dentro, con la gracia añadida de hacerlo en su perfecto inglés de Graná.
El sonido fue impecable, lo más natural posible (Morente quitó los monitores de retorno para dar menos potencia, "ante el riesgo evidente de la vida del artista) y como decía Tomate al final con la sonrisa puesta, "la gente estaba embrujadita": durante las canciones no se oía ni una mosca, y en medio, las ovaciones estallaban como truenos.
El concierto resultó más escolástico que sorprendente: Tomatito fue el Tomatito de siempre, recto, redondo, a compás y por derecho; Morente fue el Morente de antes, sólido y brillante a ratos, pero sin dibujar prodigios y diabluras.
Lo que importaba, seguramente, no era eso, y la salida a hombros final confirma que la apuesta fue un acierto pleno. El Flamenco Festival ha creado aquí escuela y afición en sólo cinco años mostrando la diversidad del flamenco, siendo didáctico sin ser abstruso, alentando colaboraciones entre figuras para llegar cada vez a más público y mejores escenarios. Y eso era sobre todo este concierto estelar del sábado noche en el Carnegie Hall: dos doctores que renuncian a sus equipos médicos habituales para sumar fuerzas, agotar las entradas y dar un poco de calor y felicidad a los neoyorquinos.
¿Neoyorquinos? Bueno, Marie Baumer es alemana, y a la salida contaba que estaba muy impresionada por el sonido de la guitarra y por cómo vivía el cantaor cada cante: "Esta música se te mete en cada poro de la piel", decía. Su amigo Tobias Wagner, compositor, se puso más estupendo: "Lo que más me ha gustado es la microtonalidad". Peter Ruen, noruego de origen, no salía contento del todo: "Amo a estos dos músicos, pero juntos no son tan buenos". Y el musicólogo local Jonathan Cott contaba: "Ha sido maravilloso; venía dormido y me despertó. El concierto ha ido mejorando poco a poco; el guitarrista es fantástico, muy elegante, y Morente es un cantante prodigioso".
Tras las visitas a los camerinos de los Sonic Youth, Laura García Lorca y el octogenario Juan de la Mata, guitarrista de Antonio Ruiz Soler, Tomate no cabía en sí de gozo en la atestada limusina de vuelta al hotel: "¡Qué bien lo he pasado, qué a gusto he estado! Hacer esos cantes clásicos tan bonitos y tan bien cantaos te alimenta, te recuerda lo que tenías aprendido desde joven. ¡Qué concierto tan bonito, primo!". Morente: "Sí, ¿no?". Tomate: "Ya te digo, primo, tenían unas caritas... Ni se movían. Hemos conseguido hacer íntimo ese escenario tan grande. Hemos tocado de verdad, disfrutando, con el corazón. ¡Y eso es muy difícil!". Morente: "Sí, Tomate, todo está en el corazón".
Pensando en 'El Quijote'
Morente y Tomatito pasaron la tarde previa al concierto en el teatro, probando el sonido del gigantesco auditorio Isaac Stern de la Sépima Avenida con Antonio Carbonell y Ángel Gabarre (palmas y coros) y Lucky Losada (percusión). Hubo tiempo para todo: para ensayar los remates de los cantes, para perder la camisa y el pantalón ("¡me los han robao!", gritaba Morente en el camerino muerto de risa, olvidándose de que se los había llevado la planchadora) y para hablar del próximo proyecto del cantaor, "¡Al fuego con los libros!", su visión de El Quijote, que estrenará en junio el Festival Grec de Barcelona.
"Hace 10 o 12 años hice en Santa Fe un espectáculo sobre El Quijote que se llamaba El loco romántico, título que plagié de un cantaor que no conocía nadie; y la idea es retomarlo", explicaba Morente. "Lo que intento plasmar ahí es la locura de algunos que van por el mundo creyéndose que pueden arreglarlo, esa gente maravillosa que es trágica y a la vez cómica, esa mezcla de utopía y tristeza que está tan bien contada en El Quijote".
Morente cree que Don Quijote es un personaje que la historia ha ido repitiendo en distintas versiones: "Podría ser un comunista bueno, no uno de esos que iban disfrazados y luego eran nazis; o un misionero como Vicente Ferrer; o un poeta como León Felipe; o un buscador de la justicia como el Che; lo que está claro es que la única esperanza de la vida es que todavía hay Quijotes y Sanchos que mantienen esto medianamente habitable".
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