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Análisis:CARTA DEL CORRESPONSAL | Buenos Aires
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

En la capital del tango no se puede bailar

Jorge Marirrodriga

Saber bailar es casi tan importante como saber de fútbol. Al menos en Argentina, donde se baila -y se habla de fútbol- en todas partes. En un gran salón o en medio de la calle, en un macroconcierto o en la intimidad del reservado de un restaurante. Se baila hasta en las manifestaciones a ritmo de tambor. Y para que en Argentina se deje de bailar tiene que ocurrir algo muy grave. Pero ese algo sucedió el pasado 30 de diciembre cuando, precisamente durante un concierto donde unas 3.000 personas bailaban, se combinaron la inconsciencia de un descerebrado, la mala suerte y la corrupción e ineptitud administrativas. Los 192 muertos del incendio de la discoteca Cromañón hicieron que los argentinos dejaran de bailar. Primero voluntariamente, como signo de dolor. Luego, por la fuerza, cuando las autoridades de Buenos Aires ordenaron el cierre de los locales de baile como medida preventiva. Los boliches quedaron vacíos. Y así siguen la mayoría ante el desconcierto y el mosqueo de los porteños.

En una ciudad donde se sale las noches del miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, la prolongada clausura está generando malestar no sólo entre el ejército de noctámbulos, sino también en sectores que viven del negocio, desde distribuidores de bebidas a limpiadoras, pasando por mozos -camareros- y patovicas, los empleados encargados de la seguridad de los locales, quienes, al igual que en otros lugares del planeta, con el dedo índice deciden quién puede ingresar al local y quién, por razones a veces que sólo ellos conocen, debe permanecer fuera.

Pero no sólo se han clausurado los boliches. Ante el temor al cierre por una inspección imprevista, algunos locales de ocio han cambiado la tormenta de decibelios por la música de fondo y han ordenado a su personal que impida a la clientela que se deje llevar demasiado por las notas e improvise unos pasos. Así, esta semana, en un bar-restaurante situado en la costa del Río, una clienta que se había puesto a bailar al escuchar una de sus canciones favoritas fue invitada por un patovica a abandonar su actitud, ya que el local "no tiene autorización para que se celebren bailes".

La clienta obedeció y se sentó pero, en un último gesto de rebeldía, prosiguió bailando desde su silla. El empleado de seguridad explicó a la mujer que si un inspector la viera bailar podría multar al local. Y es que desde el incendio de diciembre -y desgraciadamente sólo desde entonces- los inspectores de seguridad de Buenos Aires se han transformado en una suerte de ángeles exterminadores del Antiguo Testamento que por donde pasan dejan un reguero de locales precintados en cuyas puertas aparecen al poco rato carteles -colocados por los dueños- que intentan camuflar lo que todos ya saben. El porteño traduce inmediatamente un "cerrado por reformas" o "cerrado temporalmente" por "no nos dejan abrir por no cumplir las medidas de seguridad".

Al contrario de lo que ocurría hasta diciembre, ningún tipo de local se libra ahora de la aplicación rigurosa de un farragoso reglamento. Igual se clausura un restaurante que un negocio de caballitos para los pequeños o un campo de fútbol. A pocas horas de que comience un torneo internacional de tenis, los inspectores cierran las instalaciones porque falla todo: extintores, vías de escape y hasta la seguridad de una grada para 1.500 personas. Eso sí, el torneo se juega según lo previsto. Pero tanto celo, lejos de reconfortar, comienza a minar la paciencia de los ciudadanos, para quienes el ocio se ha convertido en la vía de escape para una grave crisis económica y social que el país comienza a remontar ahora. Demostrando que la política es el arte de interpretar los deseos del pueblo, un político, Juan José Álvarez, ha declarado: "Necesitamos que Buenos Aires recupere su nocturnidad y su cultura". Claro que Álvarez es el secretario de seguridad bonaerense, responsable del cierre de los boliches. Ya ven, mientras todos están quietos, los políticos siguen tocando su propia música.

Familiares y amigos despiden en el cementerio a un adolescente fallecido en el incendio de la discoteca Cromañón.
Familiares y amigos despiden en el cementerio a un adolescente fallecido en el incendio de la discoteca Cromañón.EFE
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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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