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COLUMNISTAS
Columna
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Secuelas imperiales

Sin duda, me dije, el fruto de mis ávidas lecturas (aprovechando que tengo la pata recién reoperada) es la nueva mirada con que me enfrenté, en su momento, al uniforme con esvástica que Mini Fürher de Inglaterra lució en una fiesta, así como mi análisis del último París-Dakar (que partió este año de Barcelona para hundirse en algo peor que la nada) y las denuncias de un experto del Museo Británico sobre los daños causados por la soldadesca en las ruinas de Babilonia.

Es decir, gracias a que estoy inmersa en el Planeta Edward W. Said lo veo todo con ojos de quisquillosa buscona de trazos imperialistas. Y rastros hallo, como no podría ser de otra manera. Dejado atrás Orientalismo (sin embargo, la prometedora convalecencia me ofrecerá ocasión de releerlo y ponerlo al día con los recientes eventos), he devorado con lentitud y placer Cultura e imperialismo. Lo cual me ha conducido a otros títulos. Porque cuando digo Planeta Said digo exactamente eso: todo un mundo, un sistema construido en torno a la noción de situar los textos y a sus autores, las obras de arte también, en la cultura a la que pertenecen, y eso incluye los países dominados, la colonización mamada desde la cuna, la propia actitud hacia la misma. Pocas satisfacciones más gratas que leer el estudio de Said sobre la forma en que Verdi compuso Aida, sus razones y su actitud hacia el Egipto que le era contemporáneo (y ajeno), mientras se desmelenaba musical y grandiosamente entre pirámides: la ópera inauguró el canal de Suez, construido por Ferdinand de Lesseps a mayor gloria de los imperios.

Lo de Harry Di, decía. ¿Cómo es posible que la gente se escandalice por el uniforme y la gamada enseña, y no por la temática a que se dedicó el baile de disfraces do el niño lució sus galas? Tema de la fiesta: "Colonos e indígenas". ¿Puede alguien creer que había algún disfraz correcto cubriendo los juveniles cuerpos de la aristocracia británica? Sentada cerca del príncipe, una rubia lánguida lucía un tocado de plumas a lo pielroja que debe de haber puesto contentos a los descendientes de los supervivientes de tanta masacre de nativos. Como es lógico, esos chavales pijos ni han leído Cultura e imperialismo ni tienen por qué. Siempre habrá alguien que les salve el culo, como a Harry o al hijo de la Thatcher, o que invada Irak en su nombre y saquee el patrimonio artístico mesopotámico antes de que las tropas estadounidenses o polacas (menos refinadas que el ejército británico, tan diestro en tocar a los indios con un largo bastón) estropeen el botín del Museo Británico.

Otrosí, el caso del rallye París-Dakar, tan caro a los ambientes deportivos de mi ciudad. Y tan obsceno que a mí me parece, precisamente porque su paso veloz por las planicies y desiertos de un continente abandonado representa con exactitud la mucho más obscena indiferencia general ante las tragedias de África. Este año salió de Barcelona, y todos tan contentos con el triunfo social y deportivo que ello suponía. Luego ha sido un fiasco, han muerto deportistas en diversos incidentes y, lo que es peor, una nativa de cinco años perdió la vida, atropellada por uno de los camiones. Francia, la madre de todos los imperios (Inglaterra sería el padre; más duradero, más extenso, más poderoso, desde luego; pero la señora también fue de armas tomar, recuerden la guerra de liberación de Argelia), ha ido desmarcándose del boato, limitándose a celebrar sus éxitos discretamente; pero los españoles, y muy especialmente los catalanes, seguimos metidos ilusionadamente en el asunto.

Ya puestos, y dado que en Cataluña nos encanta practicar el excursionismo y la escalada (no saben la cantidad de rescates anuales que pagamos los contribuyentes), podríamos haber recordado a nuestro Virrey Amat, que una vez tuvo un Perú en el mismísimo Perú y, lo que es más, tuvo una fastuosa amante, La Perrichola. Hala, a montar una competición de trepa libre al Machu Picchu.

Es increíble la cantidad de secuelas que dejan los imperios, querido Edward. Aunque mi pierna no sea una de ellas.

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