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Columna
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Hablar o no hablar

Josep Ramoneda

Decía David Trimble que hay dos condiciones ineludibles para abrir un proceso de paz: que los terroristas estén convencidos de que por la vía militar no van a conseguir sus propósitos y que se pueda presumir una decisión firme de abandonar las armas en un tiempo razonable. En el País Vasco, en estos momentos, la primera condición podría estar cerca de cumplirse. La acción de gobierno del PP, continuada después por el PSOE, y el Pacto Antiterrorista consiguieron quebrar el mito de la imbatibilidad de ETA. Después de la presión policial y judicial de los últimos años, la derrota de ETA no sólo es algo que la sociedad asume, por fin, como realmente posible, sino que incluso está interiorizada por el propio universo etarra. Tanto la carta que un grupo de presos, distinguidos por su relevancia en el organigrama terrorista, mandaron este verano a la dirección de ETA, como la reciente declaración de ETA proponiendo un proceso de "desmilitarización" dejan constancia del reconocimiento de la derrota. La segunda condición, sin embargo, quedó descartada por el último atentado de ETA, que quiso reafirmar su capacidad de matar cuando los rumores sobre una tregua no paraban de crecer.

En este contexto, las palabras del presidente Zapatero en la entrevista de Televisión Española, expresando su intención de aprovechar cualquier oportunidad para la paz por pequeña que sea o su "disposición a escuchar", siempre que cese de una vez el ruido de las pistolas, manifestada en el mitin de San Sebastián del día 15, han sembrado la prensa de especulaciones sobre contactos entre el Gobierno y el entorno etarra. Hasta donde uno puede saber, las únicas cosas concretas que hay, más allá de la secuencia de declaraciones, cartas y contradeclaraciones realizadas a la vista de todos, son: algún contacto del PSE guipuzcoano con Batasuna; una supuesta carta de un dirigente de ETA al presidente Zapatero; y la detección de alguna conversación sobre una posible tregua, por parte de los servicios de información.

El presidente Zapatero, desde que llegó al poder, ha tenido siempre una clara disposición a hablar con ETA si se daba una circunstancia que permitiera abrir el camino del fin de la violencia. Hablar no significa conceder. Y en este sentido, Zapatero ha reafirmado muchas veces su lealtad absoluta al Pacto Antiterrorista. La duda es si el solo hecho de insinuar la posibilidad de hablar no está ya perjudicando al propio proceso, porque envalentona a ETA y puede alejarla de la sensación de derrota, condición primera para la paz.

En el fondo de este debate está un peligroso mito construido a lo largo de la transición: que la disolución de ETA sería un acontecimiento con convocatoria pública y las distintas partes sentadas en una mesa firmando la paz. Es un mito peligroso, porque otorga a ETA una significación y un reconocimiento que no le corresponden. De hecho, es una consecuencia de la mitificación de ETA en los años de la resistencia al franquismo. Y es también peligroso, porque garantiza la frustración. Lo más probable es que el final de ETA -que sí se puede decir que ya ha empezado- sea un proceso lento de marginación y de grupusculización creciente, en que los brotes de violencia, aunque cada vez más aislados, se prolonguen por mucho tiempo.

Estamos en vigilias de elecciones. Todos los movimientos, empezando por los de ETA y de Batasuna, tienen que verse en esta clave. Salvar el voto abertzale es su objetivo conjunto. Batasuna intentará presentarse, aunque difícilmente lo conseguirá, porque no va a condenar la violencia. Una tregua podría permitirle jugar la carta del voto nulo, con algún éxito. El tablero de juego está ahora marcado por la búsqueda del voto. El panorama real será mucho más preciso el día después.

La ilusión de Zapatero de acabar con el terrorismo es, obviamente, compartida por la ciudadanía. Esta ilusión la han tenido todos los presidentes del Gobierno y, por lo menos hasta hoy, no ha sido posible. La presión que ha llevado a ETA a instalarse en la conciencia de derrota no debe cesar. Porque es la única manera de que ETA no vea posibilidades de supervivencia. Lo demás se dará por añadidura. Entonces, será posible hablar. Con un solo objetivo: incentivar la salida del máximo número de terroristas de la organización, para que el vaciado sea lo más rápido posible.

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