Lula se queda a medias
La primera mitad del mandato del presidente brasileño concluye con el éxito económico y muchas críticas en lo social
Luiz Inácio Lula da Silva llega a la mitad de su periodo presidencial viviendo entre extremos. De un lado, la euforia causada por los buenos resultados en la economía y por la fuerte recuperación de su popularidad. De otro, las críticas de sus más antiguos seguidores y, principalmente, de parte considerable de las izquierdas brasileñas, que le recriminan por no haber impulsado los cambios prometidos y seguir la misma política económica de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso.
Aplausos un tanto discretos de los grandes empresarios, aún quejosos de las astronómicas tasas de interés aplicadas por el Gobierno, aplausos decididamente eufóricos de bancos e inversionistas. Jamás, desde la primera mitad del siglo pasado, los bancos ganaron tanto dinero en Brasil como en el Gobierno del antiguo dirigente sindical que capitaneó huelgas históricas en el cruce de los setenta y ochenta.
Mientras el mercado está eufórico, la gente siente cierto alivio y un relativo optimismo para 2005
A eso se suman otros contrapuntos: críticas contundentes de algunos movimientos sociales históricamente aliados al Partido de los Trabajadores (PT), como el de los Sin Tierra (MST) y la Comisión Pastoral de la Tierra. Dentro del mismo PT las corrientes que discrepan con la política de Lula ganan fuerza, y son controladas con mano dura por la cúpula del propio partido gobernante, instalada en Brasilia.
Mientras tanto, los sondeos de opinión indican que la popularidad personal del presidente, bien como la aprobación a su Gobierno, van en ascenso, aunque distanciadas: Lula tiene más puntos positivos que su Administración. Pesan las duras derrotas sufridas por algunos de sus candidatos estrella en las elecciones municipales de octubre, especialmente en Porto Alegre y São Paulo. La oposición ganó fuerza y espacio, el PT perdió mucho en los centros más importantes del país, aunque al presidente no le afectó tanto como podía esperarse.
El mensaje del electorado, según algunos analistas, venía a decir que una cosa es reelegir a Lula y otra bien distinta es propiciar a su partido la hegemonía deseada. En Río de Janeiro, por ejemplo, donde en las elecciones presidenciales de 2002 Lula obtuvo su mayor índice de votos, el PT sufrió, dos años después, su peor derrota histórica (Lula obtuvo en 2002 el 68% de los votos para presidente, mientras que en 2004 su candidato para las municipales no pasó de un 6%).
Mientras entre los agentes del mercado financiero existe franca euforia por los resultados económicos -el año pasado la economía creció un 5% frente al estancamiento sufrido en 2003, las exportaciones llegaron a los 95.000 millones de dólares, los índices de producción industrial y de las ventas crecieron de forma significativa-, en la población esa sensación se reduce a un palpable alivio y a un relativo optimismo frente a 2005. En el fondo, es como si se dijera: 2003 ha sido tan duro que ahora cualquier cosa ocurrida en 2004 es un alivio.
La prensa brasileña, siempre dócil a los intereses del capital, aplaude sin discutir. El Gobierno se basa en esa prensa para divulgar que está en el camino correcto, y que los resultados son su mejor muestra. Los críticos insisten en la pregunta: ¿de qué valen buenos números si la catastrófica situación social no ha menguado?
Las transformaciones sociales anunciadas a bombo y platillo por Lula y su equipo no se produjeron. Al contrario: la ineficacia administrativa del Gobierno hizo que en varios campos se registrara un claro retroceso, mal disfrazado por una agresiva política de mercadotecnia. Lo más expresivo quizá sea lo que ocurre en la reforma agraria, histórica bandera de lucha de la izquierda brasileña. En sus dos primeros años, Lula no cumplió ni la mitad de lo que prometió.
Sin embargo, el desorden instaurado en la economía gracias al temor despertado por la posibilidad de que el PT conquistara el poder fue superado. El discurso del Gobierno Lula, reiterando la necesidad de "reconquistar la confianza de los inversores", surtió efecto gracias a un ajuste fiscal sin precedentes. Pero eso tuvo su precio. Al fin y al cabo, en su primer año como presidente, el antiguo sindicalista tuvo que convivir con la pérdida constante del poder adquisitivo de los salarios, unido a índices de desempleo que en ninguna de las crisis de los últimos 30 años habían sido tan elevados.
Dos ejemplos ilustran esa mezcla de política de mercadotecnia junto a la incompetencia administrativa. Primer ejemplo: para divulgar un programa de apoyo a la agricultura familiar, una campaña por televisión mostraba a hortelanos de una ciudad vecina a São Paulo entre pujantes siembras de lechugas, tomates y calabacines. Luego de citar números, el locutor anunciaba, solemne: "Eso es un hecho. Ésa es la verdad". Ni una cosa, ni otra. Los números correspondían a los recursos previstos por el presupuesto elaborado por el Gobierno anterior, y el anuncio exhibía escenas filmadas en una finca particular, cuyo propietario se apresuró a denunciar la farsa.
Segundo ejemplo: cuando se anunció el programa Hambre Cero, muchos acudieron a hacer donaciones. La top-model Giselle Bündchen, por ejemplo, alardeó de la entrega de un cheque de 50.000 reales (unos 18.000 dólares al cambio del momento). Pasados cuatro meses, su representante informó que el cheque no había sido cobrado. La explicación del escritor Frei Betto, el principal asesor de Lula de Hambre Cero, fue que el programa carecía de una cuenta bancaria para depositar ese cheque o cualquier otro. El papelón no tardó en llegar. Había una cuenta y Betto no lo sabía.
Un año y medio tras la puesta en marcha de Hambre Cero, el programa acumula un gran número de denuncias de desviaciones, corrupción e ineficacia. Betto ha sido uno de los más cercanos amigos de Lula que antes han abandonado el barco. Junto a él, más de una docena de históricos compañeros de viaje optaron por volver a casa.
Para finales de febrero se esperan importantes cambios en el equipo de Lula. Serán los segundos desde su llegada al poder. Se comenta en Brasil que el Gobierno pasa por una etapa de despetización del PT. La verdad quizá sea otra: Lula y su equipo de estrategas de confianza se dieron cuenta, ya en la campaña electoral de 2002, que con las ideas y banderas defendidas por su partido no sería elegido jamás. Cuando lanzó, a mediados de aquel año, la Carta a los brasileños, anunciando un programa que poco tenía a ver con el del PT, y mucho con lo que había sido llevado por su antecesor, poca gente le creyó. Los votantes de izquierda pensaron que era nada más que un mensaje pacificador para el sistema. En el otro lado, se pensó que era un mensaje de la izquierda para ganar confianza. Pasados dos años de la llegada de Lula al poder, se ve que todos se equivocaron. No era una pieza de mercadotecnia.
En ese plan se aseguraba que el superávit en las cuentas públicas sería mantenido y ampliado, que habría una reforma del sistema de pensiones de los funcionarios, que los inversores extranjeros obtendrían todas las garantías para sus negocios, y que el control de la inflación se impondría sobre la búsqueda del crecimiento acelerado de la economía.
La verdad es que Lula da Silva no mintió: los dos lados se engañaron. Uno está ganando. El otro, no. Lo que muchos se preguntan en Brasil es lo siguiente: si todo el cambio es lo que hay, ¿por qué fue elegido Lula y no el candidato del partido de Cardoso?
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