La princesa cautiva
¿Ocupará una mujer el trono de Japón tras dos siglos de monopolio masculino? Mientras la princesa Aiko, una niña de tres años, permanece al margen de las disputas dinásticas, su madre, Masako, casada con el heredero, Naruhito, intenta sobrevivir en la corte más cerrada del mundo. Nadie sabe el desenlace.
Aiko tiene tres años recién cumplidos y ya levanta 96 centímetros del suelo, sabe vestirse y cepillarse los dientes sola, le gustan los libros de dibujos, jugar a las casitas y cantar. Está en una edad en la que muchos padres comienzan a plantearse a qué colegio llevarán a sus hijos. Los suyos y el resto de los japoneses se preguntan si podrá llegar a ser emperatriz.
Su futuro preocupa desde su nacimiento porque es el único vástago del príncipe heredero de Japón, Naruhito, y su esposa, la princesa Masako, en un país en el que la sucesión al trono es exclusivamente masculina. Cuando nació, el 1 de diciembre de 2001, Aiko hizo el número nueve de niñas nacidas una tras otra en la familia imperial japonesa.
Su madre se quedó embarazada tras ocho años de matrimonio, después de un aborto natural en 1999, que los funcionarios de palacio atribuyeron a la excesiva atención de los medios de prensa, y en medio de numerosos rumores sobre la esterilidad de su esposo, lo que le habría obligado, según se cree, a realizar tratamientos de fertilidad. La monarquía japonesa ha pasado un 2004 crítico, por la muerte de su miembro más anciano, la princesa Takamatsu; por el retiro de Masako durante casi 13 meses de la vida oficial, y por la crítica pública de Akishino a Naruhito, por haber culpado este último, también públicamente, de la depresión de su esposa a la rigidez que imponen los funcionarios de palacio.
Aunque Masako ha retomado ya sus compromisos oficiales, su previa reclusión y las divergencias llevadas hasta la escena pública por Akishino y Naruhito han evidenciado las tensiones en la familia.
"Todo lo que ocurre ahora tiene que ver con el problema del heredero", una cuestión de extrema importancia para el sistema imperial, asegura Kenneth Ruoff, director de estudios japoneses en la Universidad del Estado de Portland (EE UU), autor de un libro sobre esta familia.
A Naruhito le sigue su hermano Akishino, quien, por carecer también de hijos varones, sería, teóricamente, sucedido por su ya anciano tío el príncipe Hitachi, hermano menor del emperador, y ése, a su vez, por el príncipe Mikasa, hermano del emperador Showa (Hirohito) y sus hijos.
En esa línea quedan excluidas, por su condición de mujer, Aiko y la princesa Sayako, única hermana de Naruhito, y el más joven vástago de los emperadores.
Aunque la pequeña Aiko sólo tiene tres años, el tiempo apremia para decidir si ella debe ser la sucesora de su padre porque a su edad es cuando tradicionalmente da comienzo la compleja educación de un heredero en el país del sol naciente. Es el momento de empezar a enseñarle la filosofía que rige en la familia imperial y prepararle para su futura labor, afirma el catedrático de la Universidad nipona de Keio Hidehiko Kasahara, experto en esta dinastía.
El tercer aniversario de Aiko reforzó el debate en la sociedad sobre la necesidad de efectuar cambios legales para permitirle acceder al trono, hecho que disminuiría además la enorme presión que sufre su madre, Masako, para dar un heredero al trono y que ha sido uno de los motivos de su estado depresivo y de aislamiento que dio por finalizado a comienzos de enero.
Masako ha vuelto a reanudar sus compromisos oficiales al aparecer en público en año nuevo, en que se sumó a la familia imperial en su saludo tras los cristales de un balcón a las decenas de miles de personas que, como cada año, se congregan con banderas de Japón ante el palacio para participar en el ritual en el que claman "¡Banzai!", larga vida al emperador, y que se repite el día del cumpleaños de Akihito, las dos únicas ocasiones en que se permite al pueblo acceder a los aledaños de palacio.
Con la presión para dar a luz a un varón, el imparable reloj biológico en contra, sus 41 años y las dificultades que tuvo para concebir y llevar a buen fin los dos anteriores embarazos, del que sólo progresó el de Aiko, no es de extrañar que en diciembre de 2003 Masako tuviera que ser hospitalizada cinco días por padecer herpes zóster, una infección dolorosa originada por el estrés y el agotamiento.
Ese mismo año, Masako revelaba que estaba exhausta y que ello le impedía cumplir con sus compromisos oficiales. "Mi salud ha sufrido por la acumulación de fatiga mental y física", por las dificultades que entraña comportarse como princesa, pese a que "desde que me casé he intentado hacerlo lo mejor posible bajo una gran presión en un ambiente poco familiar".
En ese extremo incidió poco después su marido, que aprovechó su 44 cumpleaños el pasado febrero para reclamar en rueda de prensa mayor comprensión hacia su esposa, de quien dijo que padecía "agotamiento acumulado de sus obligaciones imperiales y como madre, así como la constante presión para engendrar un hijo, que además sea varón".
Masako, que habla seis idiomas, es hija de un ex viceministro de Exteriores y estudió en las universidades de Oxford (Reino Unido), Harvard (EE UU) y otras de alto nivel en Japón, no acompañó a su esposo en la primavera de 2004 a la boda del heredero de la corona española, Felipe de Borbón, pese a que los príncipes nipones tienen una especial vinculación con la familia real española, pues se conocieron en un concierto en Japón en honor de la infanta Elena en 1986, aunque pasaron cinco años hasta que reanudaron el contacto.
En la víspera de esa gira, que le llevaría, además de a España, a Portugal y a Dinamarca para asistir también a las nupcias del heredero de la corona danesa, Naruhito volvió a ofrecer una rueda de prensa y expresó su oposición a la vida encorsetada de palacio.
Esta inesperada rebeldía obligó a esa poderosa institución a anunciar rápidamente que iba a "ocuparse más en hacer lo mejor para la princesa, pues tomamos muy en serio estas palabras".
A la pareja heredera apenas se le ha permitido realizar viajes oficiales al extranjero en sus 11 años de matrimonio para representar a la familia imperial y, en definitiva, a Japón.
Algunos expertos en la casa imperial nipona creen que la princesa heredera preveía, cuando se casó, que podría ser embajadora honoraria de Japón en el mundo, posibilidad en la que ha incidido el influyente y conservador semanario japonés Shukan Bunshun al escribir que "si Masako pensaba que su papel era convertirse en diplomática, erró. Como princesa heredera, su obligación es la familia".
Sin embargo, parece que la situación ha comenzado a cambiar de forma favorable para los príncipes herederos, a los que el Gobierno estudia enviar a Corea del Sur este año para una visita oficial.
Naruhito eligió a Masako de entre 300 candidatas, pese a que la casa imperial la consideró inapropiada pues era una mujer de carrera, una diplomática, y a que ella rechazó repetidamente las pretensiones del príncipe de hacerla su esposa.
Finalmente, tras una gran presión desde todos los ámbitos, aceptó y renunció así a su profesión y a un prometedor futuro profesional al casarse, en junio de 1993, con el heredero al trono japonés.
La evolución de la vida de Masako en los últimos años hace recordar a muchos a la infortunada Diana de Gales, y como ella, desde que hizo evidente su malestar, se ha ganado la simpatía del pueblo, que la ve como una mujer moderna con gran formación que es desaprovechada para hacer de ella una prisionera virtual de su principal deber dinástico, dar un varón al trono.
Las escasas ruedas de prensa de Naruhito, que como el resto de la familia imperial sólo las convoca con motivo de su cumpleaños o de viajes al extranjero, suenan cada vez más a gritos de auxilio para que le liberen a él, a su esposa y a su hija del yugo de una de las instituciones más conservadoras y secretistas del mundo.
Para el sociólogo Kawanishi, de la Universidad Gakugei de Tokio, "los funcionarios de palacio creen que la familia imperial debe ser un símbolo del antiguo Japón. Ésta es la razón por la que los miembros femeninos de la monarquía japonesa deben ser atentos con sus esposos y andar un par de pasos por detrás de ellos".
Akishino arremetió contra Naruhito, también en una conferencia de prensa, por haber sugerido el príncipe heredero que era necesario revisar los deberes de la familia imperial para adaptarlos a los cambios que se han producido en el mundo.
"Me quedo corto si digo que sólo me sorprendió. También he sabido que no fue a mí sólo, dado que al emperador también le llamaron mucho la atención esas declaraciones", dijo Akishino cuando criticó públicamente a Naruhito, la primera vez que ocurría esto entre miembros de la familia imperial, a lo que se añade que en Japón raramente se cuestiona la conducta de un primogénito, que en este caso es el príncipe heredero.
En opinión de Akisihino, Naruhito "tendría que haber consultado con el emperador antes de haber hablado ante la prensa". En este tira y afloja entre los principales integrantes de la familia imperial también ha participado la emperatriz consorte Michiko, quien cuando cumplió 70 años el pasado octubre indicó que "debe ser la princesa heredera quien esté sufriendo el dolor mayor por su prolongado periodo de reposo", lo que para algunos revela que cree que sólo su nuera es culpable de los problemas de salud que sufre.
Precisamente, cuando era princesa heredera, Michiko perdió la voz o simplemente se negó a hablar durante siete meses, hecho que, aunque no quedó aclarado, sí hizo evidente que cuando volvió a hacerlo ya no era la mujer que había sido antes de su boda, dando paso a una personalidad sombría.
Sólo después de la muerte de su suegra, la emperatriz consorte Nagako, en el año 2000, la prensa desveló que ella había sido la que había ejercido presión para someter a Michiko a la vida de palacio.
En esta disputa familiar, el emperador ha pedido al príncipe heredero que sea más explícito con sus demandas para ayudar así a responderlas adecuadamente, y ha hecho hincapié en que "es lamentable que nuestro respeto por la independencia del príncipe heredero y de la princesa heredera nos haya impedido tener conocimiento de estos problemas, pese a que la emperatriz y yo mismo hemos estado siempre dispuestos a ofrecer nuestro consejo".
Para el emperador, que señaló estar confundido y dolorido por la controversia suscitada sobre Masako, sus dos hijos varones "no son necesariamente contradictorios" cuando Naruhito instó a que sean introducidos cambios en las obligaciones imperiales adecuados a la época actual y Akishino dijo que las responsabilidades oficiales deben ser aceptadas de forma "pasiva", pues son parte del oficio.
Un sistema de concubinas garantizaba la sucesión masculina hace 80 años. La actual situación sin heredero no se daba en el pasado en Japón porque había un sistema rotatorio de concubinas del emperador, en el que solían participar 12 mujeres, asignadas por las familias nobles de la antigua capital de Kioto.
La costumbre establecía que el emperador dejara caer un pañuelo ante la puerta de la amante de servicio.
Los retoños que nacieron de esas relaciones eran criados, no por la casa imperial, sino por las familias que habían enviado a sus hijas al emperador.
El concubinato garantizaba que hubiera siempre varones descendientes del emperador listos para acceder al trono tras su muerte, por lo que la monarquía japonesa era una de las pocas en el mundo sin problemas de sucesión.
Aunque el padre de Hirohito, el emperador Taisho (Yoshihito), y su abuelo, el emperador Meiji (Mutsuhito), fueron hijos de concubinas, él nació de la esposa de su padre, la emperatriz consorte Sadako.
Precisamente, Hirohito fue el que abolió el sistema de amantes oficiales en 1924, el año en que contrajo nupcias con la emperatriz consorte Nagako y tras haber quedado impresionado por la buena relación personal en la familia real británica en un viaje que había hecho a Londres.
Esa medida y el que en su matrimonio los primeros cuatro vástagos fueron niñas, de las que sobrevivieron tres, causó una gran inquietud en la corte, que después de ocho años sin un heredero y un aborto espontáneo de la emperatriz consorte en 1932, presionó a Hirohito para que cambiara de actitud, para lo cual fueron elegidas 10 princesas; reducidas a tres, y finalmente sólo a una, quien, según rumores, visitó el palacio y jugó a las cartas con Hirohito, en presencia de Nagako.
La angustia llegó a su término cuando nacieron dos varones, el mayor de los cuales es el actual emperador Akihito, y el menor, el príncipe Hitachi.
Beate Sirota Gordon, la asistente civil del que fue el comandante supremo de las fuerzas aliadas en Japón, el general estadounidense Douglas MacArthur, aseguró recientemente en una carta al diario The New York Times que Aiko "tiene todos los derechos para acceder al trono". Gordon, que contribuyó a redactar los artículos sobre los derechos de las mujeres en la Constitución, impuesta a Japón por EE UU tras la II Guerra Mundial, coincide en ese extremo con los juristas y la mayoría de los parlamentarios nipones cuando aseguran que la Ley de la Casa Imperial, aprobada en 1947 por el Parlamento bicameral, es inconstitucional por limitar la herencia del trono, pues la Carta Magna establece la igualdad de sexos.
La Constitución japonesa se limita a indicar que la sucesión "debería ser dinástica y hacerse de acuerdo con la ley de la casa imperial", con lo que no hace distinciones entre uno y otro género.
Sin embargo, la Ley de la Casa Imperial afirma que esa condición sólo la pueden tener los hijos varones nacidos de varones de la línea imperial, según establece su artículo 1, basado en el artículo 2 de la Constitución Meiji, promulgada en 1889 y abolida tras la II Guerra Mundial.
Los contrarios a permitir la sucesión femenina al trono argumentan que sería demasiado complicado y supondría un riesgo para la continuación de la monarquía, dado que la elección de consorte en el caso de una emperatriz es un problema muy delicado por la influencia que podría ejercer su pareja.
Los pragmáticos temen, por su parte, que, debido a la tradicional división de papeles, en función del género, en la sociedad japonesa, una heredera tendría muy difícil encontrar un esposo que acepte un rol subordinado como sería el de consorte.
Este debate se produce a la luz de los preparativos en marcha en Japón para revisar la Ley de la Casa Imperial de manera que las mujeres se puedan sentar en el trono del crisantemo por primera vez en dos siglos, un cambio que el 80% de los japoneses considera deseable e inevitable.
Japón ha comenzado a cuestionarse con un debate serio, el primero en dos décadas, si el trono del crisantemo debería ser accesible a los dos sexos, lo que ha sido hasta ahora un tema tabú.
"Japón tuvo emperatrices en el pasado y creo que el pueblo estaría a favor" de que las volviese a haber, ha señalado el primer ministro, Junichiro Koizumi, en su primera expresión de apoyo decidido, al que se han sumado los ministros de Exteriores, Nobutaka Machimura, y de Justicia, Chieko Nono.
El Gobierno japonés ha decidido examinar la posibilidad de revisar la Ley de la Casa Imperial, y para ello ha creado un panel de 10 expertos, ex miembros del Ejecutivo y juristas, que estudien hasta el próximo otoño qué estatus se daría al esposo de la emperatriz, qué orden regiría la línea sucesoria y si se debería permitir que las princesas imperiales que se casen con plebeyos mantengan sus derechos y no deban abandonar su condición.
Las conclusiones deben respetar la historia, la tradición y la opinión de la familia imperial, el sentir del pueblo y, a la vez, ajustarse a las necesidades de la época actual, según subrayan los analistas.
El presidente de la comisión parlamentaria sobre temas constitucionales, Taro Nakayama, ha adelantado que "tenemos previsto aceptar a una emperatriz en nuestro informe final" para presentar al Parlamento, otro más en elaboración para contribuir al debate abierto.
"Entre el 60% y el 70% de los parlamentarios apoyan la idea de posibilitar a las mujeres ser emperatrices de Japón", señala el parlamentario Hajime Fukada, del Partido Liberal Democrático (PLD), que forma un Gobierno de coalición con la fuerza Nuevo Komeito.
El PLD, el primer partido de Japón y liderado por Koizumi, acordó el pasado noviembre proponer una reforma legal en un informe que debe estar listo en un año.
La reforma incluiría, además de que la herencia del trono sea dinástica independientemente del género, que las mujeres puedan acceder al trono y que quien lo ocupe sea designado jefe de Estado.
Para aprobar las modificaciones en la Ley de la Casa Imperial tan sólo es necesaria una mayoría simple, dado que no supone un cambio constitucional. Se barajan dos posibilidades: que pueda llegar al trono el primogénito, independientemente de su sexo, o que, en el acceso se dé prioridad a los varones, lo que permitiría que lo ocupasen mujeres si no hay alternativa.
La Constitución dice que "el emperador debe ser el símbolo del Estado y de la unidad del pueblo, y su posición deriva de la voluntad de éste, en el que reside el poder", es decir, sin autoridad política.
La reforma supondría la designación oficial del emperador como jefe de Estado, función que sólo desarrolla cuando recibe a los nuevos embajadores en Japón y en alguna que otra ceremonia.
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