La derrota de las armas
El terrorismo vuelve a ser la primera preocupación de los españoles, según el último sondeo del CIS, y de ahí la esperanza que despierta cualquier noticia que indique la posibilidad de retirada de ETA. Entrevistado por televisión, Zapatero administró sus silencios y sus afirmaciones para que se le entendiera que cree en la posibilidad de acelerar el fin del terrorismo mediante algún tipo de conversaciones, pero sólo si ETA da pruebas de que ha decidido abandonar definitivamente las armas.
Zapatero fue el impulsor del Pacto Antiterrorista, cuyo fundamento último es el compromiso de evitar que ETA saque un beneficio de la violencia mediante la negociación política. Ese compromiso es consecuencia de la experiencia: los intentos de hacer desistir a ETA mediante la negociación sirvieron para lo contrario; para convencer a sus jefes de la eficacia de la lucha armada a la hora de arrancar concesiones políticas y, por tanto, como argumento para seguir matando hasta la victoria final. Eso se hizo evidente tras el experimento de Lizarra, en el que ni siquiera la adopción por el nacionalismo del programa soberanista de ETA impidió la ruptura de la tregua. La carga de la prueba correspondería a quien proponga modificar ese criterio general.
Debe existir, por tanto, algún elemento nuevo que explique la actitud de Zapatero. Descartando una mera corazonada, puede tratarse de informaciones de los servicios policiales, indicativas de la voluntad de ETA de dejarlo. Pero tendrán que ser informaciones reservadas, porque si se juzga por lo que ETA ha dicho públicamente, tal voluntad no existe. En el comunicado difundido el domingo pasado decía claramente que "la lucha armada no tendrá fin" mientras no se reconozcan "los derechos del pueblo vasco". Si se juzga por lo que han hecho, tampoco se ve decisión de desistir: por los atentados que reivindicaban en el mismo comunicado y por el coche bomba que hicieron estallar en Getxo dos días después.
Es posible que lo que haya sea un análisis racional de la situación, de la que se deduce que es el momento de tantear las posibilidades de favorecer una retirada voluntaria. Que ETA está débil parece una evidencia. No sólo porque lleve año y medio sin matar, sino porque el 11-M (y la situación internacional) ha creado una atmósfera social, incluso dentro del mundo del nacionalismo violento, cada día menos favorable a la lucha armada. Es verosímil que exista una fuerte presión de los presos, unos setecientos, sobre la dirección de la banda para que encuentre una salida diferente a la inverosímil de una victoria sobre los Estados español y francés. La carta de los ex jefes presos, encabezados por Pakito, reconocía la derrota de las armas y sugería que ETA delegase en Batasuna. A esto parece haber hecho caso la actual dirección etarra, aunque se reserve el derecho de negociar de tú a tú con el Gobierno lo que llama "desmilitarización".
Esa fórmula fracasó en Argel porque los interlocutores etarras consideraban que la liberación de sus presos era terreno conquistado: algo que se les debía de oficio, pese a que las encuestas indican que incluso en el País Vasco la mayoría de la población rechaza esa posibilidad.
Para simplemente considerar la hipótesis sería preciso un consenso de todas las fuerzas parlamentarias, que no parece fácil. Pero es posible que transcurridos unos años sin violencia pudieran encontrarse fórmulas. En todo caso, no estamos en la transición de la dictadura a la democracia y tampoco ante una victoria de ETA. Lo que se plantea es la posibilidad de acelerar una extinción que de todas formas se está produciendo. Si hay indicios fiables de que ETA se plantea abandonar, sería ilógico no escuchar; pero la condición de Zapatero debe considerarse inexcusable: primero, pruebas de esa voluntad. Y reafirmación de que en ningún caso se pagará un precio político.
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