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Columna
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¿Adiós a las armas?

Primero fue la audiencia en Moncloa del presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, al lehendakari, Juan José Ibarretxe, una vez aprobada por la mayoría del Parlamento vasco el 30 de diciembre la propuesta de Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi. Luego, el registro de la propuesta en el Congreso de los Diputados, a cargo del presidente del Parlamento de Vitoria, Juan María Atutxa. Enseguida, la carta de Arnaldo Otegi, en nombre de la ilegalizada Batasuna, emplazando al presidente del Gobierno a iniciar un proceso de conversaciones con ETA. Por fin, aparece el comunicado difundido por la banda el domingo en el que se declara decidida a la "desmilitarización" y a la apertura de un proceso de paz, que impulse un acuerdo entre nacionalistas y no nacionalistas, cuya negociación en los temas políticos quedaría encomendada a Batasuna.

Unánimes, las formaciones políticas democráticas han dicho a continuación que el único comunicado que debe hacer ETA es el del fin de la violencia y la entrega de las armas. Pero esa afirmación sobre el "único comunicado que se espera" presupone un escenario de cierta solemnidad. Una versión actualizada del cuadro de Las Lanzas, con Justino de Orange entregando las llaves de Breda al marqués de Spínola, o del abrazo de Vergara entre Espartero y Maroto, con la incorporación de los vencidos, según sus grados militares y sus títulos nobiliarios carlistas, al ejército de los vencedores. Algo así como la patochada que pretendieron los del golpe del 23-F mediante el llamado "pacto del capó", en el que se reservaba para aquella tropilla de escasa fortuna, tan falta de uniformidad como de disciplina, la negra honrilla de desalojar el Congreso en último lugar después de componer una extraña y desmedrada formación para que fuera revistada por aquel fantoche de Tejero, en aras de evitar, decían, la división del Ejército.

Conviene atender al intento de arrogarse la condición militar por parte de los integrantes de la banda, porque equivale a propugnar para sí mismos las pautas propias del honor del guerrero a las que se refiere Michael Ignatieff en su libro de ese mismo título. Pero, como bien sabemos, la práctica del terrorismo está en las antípodas de esa posible invocación y quienes dicen combatir bajo ese sistema del vale todo y eliminan a gentes inermes, sin excluir el tiro en la nuca y a bocajarro, bien pudieran obtener alguna victoria pero sería imposible reconocerles en ellas ni un adarme de gloria militar ni de ninguna otra clase que pueda exhibirse en el mundo civilizado. Así que tras el citado comunicado, la cuestión es si habrá llegado el momento del adiós a las armas, si serán entregados los arsenales o zulos donde se encuentran pistolas y explosivos y si se presentarán a la Justicia los etarras al liquidarse la organización.

Pero falta por saber si todavía, después de tantas caídas y de tantas cúpulas sucesivamente desarticuladas, hay alguien ahí cuya voz de mando vaya a ser obedecida por los restos del naufragio. Porque los éxitos policiales y de la cooperación internacional, en particular la hispano-francesa, parecen haber reducido a un sistema desflecado lo que en alguna ocasión pudo parecer un aparato organizativo con capacidades de reclutamiento, instrucción, despliegue logístico, extorsión económica y determinación balística. Otra cosa es que, genio y figura, para enseñar la piel de cordero, los etarras empiecen por asumir los 23 atentados de baja intensidad, perpetrados entre el 15 de septiembre y el 22 de diciembre. ¿Es una manera de decirnos que, aunque manifestados de manera residual, esos son sus poderes? Porque sin ese plomo añadido y ensangrentado, sin pistolas -como les gritaban a veces los manifestantes-, perdida su capacidad de amedrentar, de chantajear, no son nada y cada uno de sus votos pasaría a contar en las urnas lo mismo que el de cualquiera de los que vamos sin armas.

Otra cosa son los encargos que Otegi se deja encomendar y su habilitación para negociar políticamente en un empeño por proceder a la división del trabajo como si Batasuna trabajando bajo esos parámetros pasara a ser menos siniestra después de haber endosado durante décadas tanta sangre derramada sin formular objeción alguna. Continuará.

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