Cuidar a los que viajan a la catástrofe
Un grupo de la Miguel Hernández, pionero en la atención psicológica a voluntarios en siniestros y a sus familiares
Participar en la ayuda a las víctimas de una catástrofe de dimensiones bíblicas como la del maremoto que a finales de diciembre barrió el sureste asiático, la costa oriental de la India y la isla de Sri Lanka, causando más de 150.000 muertos, puede producir tres tipos de reacciones en los voluntarios: la de crecimiento personal; la de frustración por no haber hecho lo suficiente, y el estrés postraumático.
Un equipo de psicólogos de la Universidad Miguel Hernández de Elche formó hace dos años uno de los pocos grupos de investigación, docencia e intervención en psicología de emergencia y catástrofes que existen en España. Compuesto por ocho mujeres y dos hombres -entre los que está el propio rector, Jesús Rodríguez Marín-, el grupo ha puesto en práctica con el drama del tsunami las técnicas de prevención y seguimiento que llevan tiempo ensayando con el personal del Servicio de Atención Médica de Urgencia (SAMU) de la provincia de Alicante.
Cuando la semana pasada el primer equipo, llamado aposentador, de la Sociedad Española de Medicina de Catástrofes aterrizó en Barajas proveniente de Indonesia, las psicólogas de la Miguel Hernández Maite Martín y María José Quiles estaban esperándoles. El trabajo, no obstante, había comenzado antes. La primera actuación, explica Martín consiste en una entrevista con los voluntarios, antes de partir, en la que se les advierte de lo que se van a encontrar, se trabaja "para que mantengan los pies en el suelo", y se traza un perfil psicológico.
¿Cuál es el retrato del buen voluntario? "Una persona con expectativas muy flexibles, preparada por igual para desarrollar aquello para lo que está preparado, por ejemplo un médico, que a descargar cajas de un camión; muy disciplinado, tanto para obedecer como para mandar en caso de que sea ése su papel; y con habilidades de comunicación y para trabajar en equipo".
Durante la estancia, el grupo contacta regularmente con los intervinientes, y con sus familias, que de esta forma soportan mejor el miedo, lo que redunda en el bienestar de los cooperantes.
La última fase, a la vuelta, tiene como objetivo ayudar a digerir la experiencia, que el impacto emocional se traduzca en un proceso de crecimiento personal, "de apreciar más lo que tienen aquí", evitar posibles frustraciones, y rechazar la influencia de los "incomprensivos", aquellos que de algún modo les reprochen haberse ido "con todo lo que hay aquí".
Martín, que asistió a familiares de víctimas del 11-M, afirma: "Nuestra previsión es de mucho crecimiento personal y poco estrés postraumático. Esto no es el 11 de marzo. La previsión entonces hubiese sido la contraria".
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