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Casaldáliga reta a Roma

El obispo de la 'teología de la liberación' se rebela contra la decisión del Vaticano de que deje su diócesis

Juan Arias

A Pedro Casaldáliga, obispo de la prelatura de São Felix de Araguaia, en el Estado brasileño de Mato Grosso, sus fieles le llaman cariñosamente Pedro. Apasionado por los más pobres y humildes, en su caso indios, campesinos y negros, el obispo catalán se ve obligado (a sus 76 años y enfermo) a dejar la diócesis en la que ha trabajado durante 33 años como el símbolo de la mejor teología de la liberación. En estos años ha llevado una vida de pobreza y ha combatido contra los métodos del Vaticano, que él considera antidemocráticos, para la elección de los obispos. Por ello, se niega a abandonar la ciudad, como le pide Roma, antes de que llegue su sucesor.

Casaldáliga se ha ido convirtiendo año tras año en un símbolo vivo de la Iglesia renovadora del Concilio Vaticano II. Quiso siempre compartir la vida de los más pobres de su diócesis, viajando como ellos días enteros en autobús, viviendo en una casa de extrema pobreza y enfrentándose siempre a los poderosos. Fue amenazado de muerte, asesinaron a algunos de sus colaboradores y pasó por cinco procesos de expulsión. El Vaticano lo convocó para un juicio doctrinal y, a pesar de ser una de las figuras más limpias y comprometidas del episcopado mundial, nunca le nombró cardenal.

Sostiene que su salida es "una expulsión en toda regla más que un relevo cristiano"
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Tras cumplir los 75 años, edad a la que los obispos deben poner la diócesis a disposición del Papa, Roma inició la búsqueda de un sucesor. El Vaticano le exige que abandone la ciudad de São Felix antes de la llegada del nuevo obispo, cuyo nombre sigue siendo una incógnita.

"Estoy entre la espada y la pared", dijo Casaldáliga a EL PAÍS, "porque yo soy un hijo obediente de la Iglesia, pero al mismo tiempo no puedo permitir que se sigan usando métodos antidemocráticos en la relación del Vaticano con los obispos, nombrándolos sin la menor consulta con la comunidad local que lo va a acoger".

Casaldáliga defiende que la "religión es resistencia", que "la fe es resistencia" y que resistir a lo que se considera contrario a la propia conciencia es un deber del buen cristiano. Y por eso ha decidido resistir. "Todo suena a una expulsión en regla y no a un relevo cristiano".

"Si lo que el Vaticano teme es que los fieles vayan a recibir a pedradas al sucesor de Casaldáliga, se equivocan", dicen en São Felix. La comunidad ha advertido de que recibirá con cariño al futuro obispo, aunque si éste no actuara en favor de los pobres estarían dispuestos a mantener una situación de "cristiano conflicto".

Misionero claretiano, Casaldáliga no pierde el humor ni en los momentos más duros. Suele citar a la poetisa Cecilia Meireles -"no soy pesimista ni optimista, soy poeta"- y se refugia en la poesía como lo hizo cuando emprendió su lucha contra la dictadura militar, los latifundistas o el mismo Vaticano. "Me gustaría morir de pie, como los árboles", suele decir evocando al poeta, ahora que sufre de Parkinson, diabetes e hipertensión.

Casaldáliga apostaba por pasar en São Felix los últimos años de su vida ayudando a su sucesor en el trabajo pastoral "como simple sacerdote", continuando su trabajo al lado de los más pobres de la diócesis. Siempre y cuando su sucesor se comprometiera a mantener viva la labor social llevada a cabo durante casi 40 años de trabajo. Ahora, el Vaticano prácticamente le exige su salida de la ciudad para dejar el camino despejado a su misterioso sucesor. "Por la manera en que se están haciendo las cosas imagino que no va a ser de nuestras ideas", comenta el obispo.

La jerarquía eclesiástica brasileña no se ha pronunciado sobre su relevo. Entiende que es un asunto que compete al Vaticano. Sin embargo, es sabido que la Conferencia Episcopal del país latinoamericano es muy abierta en cuestiones sociales y siempre ha apoyado a Casaldáliga.

¿Qué hará entonces? Aún no lo ha decidido. Tenía ilusión en retirarse a una diócesis pobre de África como simple sacerdote. "Estoy enfermo y les crearía, más que otra cosa, trastornos", dice. Y añade: "Mi sueño era dar mi muerte a África, ya que no pude darle mi vida". Es probable, confiesa, que permanezca en la diócesis, en las proximidades del Santuario de los Mártires, levantado en honor de todos los asesinados en São Felix.

Ideológicamente, el obispo Casaldáliga no se siente revolucionario sino simplemente un "cristiano rebelde en su fe". Sigue pensando que "la vida de un obispo no vale más que la de un pobre campesino".

Durante un viaje con la organización Manos Unidas a São Felix, relató a un grupo de periodistas españoles que siempre se había negado a cerrar la puerta de su casa con llave. "Si me quieren matar, pueden hacerlo en cualquier momento. Tampoco mis campesinos están protegidos". Duerme en un cuarto con dos camas. Una está a disposición de todo aquel visitante que no tenga dónde hacer noche. Al ser preguntado si había acogido en su casa a algún obispo, sólo respondió con una sonrisa.

Cuando el Episcopado brasileño se reúne en Brasilia, suele criticar que pierda dos días yendo a la reunión en autobús en lugar de trasladarse en avión. Responde que emplea el mismo tiempo que sus campesinos en ir a Brasilia para vender un saco de frijoles.

Lo que llena su vida, suele decir, es que tiene conciencia de que cuenta "con la misericordia de Dios" y, especialmente, con el cariño de sus fieles. Sobre todo de los más humildes y de los niños. Y se conmueve al recordar cuando una niña de seis años, al acabar la misa, le preguntó: "Pedro, puedo llamarte abuelito?".

Pedro Casaldáliga, en la selva brasileña del Araguaia, en una fotografía de archivo.
Pedro Casaldáliga, en la selva brasileña del Araguaia, en una fotografía de archivo.BERNARDO PÉREZ

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