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Contra el pueblo vasco

Fernando Savater

En cierta ocasión, Juan de Mairena suspendió a un alumno con sólo mirarle la cara. Indignado, el padre acudió a la escuela para protestar: "¿De modo que a usted le basta ver la cara de un chico para suspenderle?". Y Mairena repuso: "A veces me basta con ver la cara de su padre...". Algunos encontramos bastantes carencias en el proyecto de Constitución europea e incluso las caras de quienes la avalan publicitariamente pueden no convencernos del todo; pero nos basta con recordar la facha de quienes se han apresurado a rechazarla para que hayamos decidido votar afirmativamente en el referéndum del mes próximo.

Algunas de las caras -y los caras- más destacadas en ese repudio pertenecen a quienes hablan en nombre de los "pueblos". Precisamente, uno de los tantos más favorables del proyecto constitucional europeo es que sólo reconoce Estados de derecho y ciudadanos, pero no "pueblos" en el sentido político y sobre todo pre-político del término. Avance indudable: como ha demostrado dolorosamente la historia de Europa durante el siglo pasado, la era de los pueblos-ancestrales, sanguíneos, vengativos, superiores, inferiores, etcétera... es la era de los agravios infinitos y las exclusiones xenófobas, la era de los crímenes. Por supuesto, en la génesis de los actuales Estados se encuentran inevitables referencias a tales "pueblos", lo mismo que otras instituciones (las de justicia, por ejemplo, o las monarquías) se remontan a orígenes religiosos, pero supondría un peligroso arcaísmo tratar de regresar hoy a tales legitimidades. Dentro de nuestra diversidad cultural, vivimos en artefactos políticos convencionales y laicos, no en seres colectivos inmutables de cuño étnico. Hablar de "pueblos" en lugar de Estados es, en el mejor de los casos, una antigualla retórica como denominar "corceles" a los caballos o "doncellas" a las empleadas domésticas. Pero también puede ser algo peor y mucho más peligroso...

Cuando el pasado 30 de diciembre, en el Parlamento de Vitoria, Joseba Egibar preguntó a socialistas y populares si creían o no en la real existencia política de un pueblo vasco... planteó una cuestión central en el debate entre los nacionalistas y quienes no lo son. Sus adversarios perdieron la excelente ocasión de responder con claridad: no, no creemos en tal pueblo vasco. Es más, estamos en contra de que tal noción fabulosa legitime cualquier tipo de instituciones ni mucho menos de matanzas. Y la Europa cuya Constitución vamos a refrendar tampoco cree en tales entelequias ni en la sumisión de los ciudadanos europeos a ellas ni que las tales deban determinar fronteras, leyes especiales o documentos de identidad. Quizá sí deba hacerse después de todo una reforma necesaria en nuestra Constitución para adecuarla a la europea: suprimir la referencia a los derechos históricos, reaccionarios y confusos, por medio de los cuales se mantiene anticívicamente latente la leyenda de los pueblos eternos y prepolíticos...

Son estas cuestiones las que merecerían un trabajo pedagógico de elucidación como el que dicen los socialistas vascos que van a acometer próximamente: explicar a la gente no los males del terrorismo, que es palabrería ociosa, sino los males del nacionalismo étnico del que proviene la justificación del terrorismo. Tarea urgente, porque la patraña de los "pueblos" está digerida ya incluso por los menos nacionalistas, a quienes frente al plan Ibarretxe no se les ocurre invocar nada mejor que la mitad del supuesto pueblo vasco que está en contra. ¿Quién se atreve a recordar que aquí no hay tal parcelación en "pueblos" sino cuarenta millones de ciudadanos españoles, todos los cuales tienen voz y voto sobre lo que se hace o se deshace en su país? ¿Que ninguna autonomía puede autodeterminarse, vetando al Estado no ya el derecho sino la obligación de intervenir en cuestiones que afectan al conjunto? Hablar dentro de nuestra realidad constitucional de la "unidad de España" no es apelar a un engolado hipo franquista sino reclamar la integridad del Estado de Derecho. Ahora que estamos en campaña para el refrendo de la Constitución Europea se puede añadir algo más: que el lema "unida en la diversidad" es tan válido para España como para Europa. Y que nuestro país no podrá hacerle mejor servicio a Europa que luchar contra un populismo étnico encubiertamente secesionista que si triunfa será un contagioso precedente contra la ciudadanía europea...

Lo más sorprendente es que algunos parecen sorprendidos por la situación que hoy plantea el desafío del nacionalismo vasco. ¿Cómo hemos llegado a esto? Ya lo ha dicho Ibarretxe: a tortas. Miren, dentro de unos días se cumplen 10 años del asesinato de Gregorio Ordóñez. Con tal motivo, Antxon Urrusolo ha preparado un documental que se abre con imágenes de hace una década en las que tres políticos por entonces muy destacados comentan unos resultados electorales: son Fernando Buesa, del PSE, Gregorio Ordóñez, del PP, y Joseba Egibar, del PNV. De los tres, sólo Egibar sigue hoy en el escenario político vasco. ¿Acaso porque su propuesta política es mejor o más vasca que la de los otros o porque tiene más apoyo popular? No, lo que ocurre es que a los otros dos los han asesinado. ¿Lo quieren más claro? En Euskadi, los constitucionalistas no han perdido las elecciones sino la vida. Y porque ellos han perdido la vida, y otros compañeros suyos la libertad de movimiento o de intervención pública en defensa de sus ideas, los nacionalistas han ganado las elecciones y hoy tenemos plan Ibarretxe. El cual se atreve a preguntar retóricamente, cuando propone en estas condiciones un referéndum: "¿A qué tienen miedo?". Hombre, a lo de siempre: a que nos sigáis matando si no os damos la razón. ¿Se imaginan ustedes lo que ocurriría si los políticos o intelectuales desafectos al nacionalismo se movieran con normalidad por Oyarzun o Hernani? Hasta ahora el enfrentamiento civil existe pero sólo es de una dirección. Digo "hasta ahora". No, ni a Ibarretxe ni al resto de sus cómplices del tripartito -tanto políticos como electores, seamos claros- les duelen de veras las tortas que se reparten en el País Vasco: en todo caso les inquieta la posibilidad de que un día se las devuelvan.

Y es que ni todos los terrorismos son iguales ni tampoco lo son todas sus víctimas. Es decir, todas deben ser ayudadas en su desgracia y merecen respetuoso apoyo. Pero no es lo mismo quien perece durante un incendio en su cama mientras duerme que el bombero que muere tratando de rescatarle. A diferencia de lo que ha ocurrido en los atentados islamistas, la mayoría de los crímenes de ETA han estado siempre dirigidos contra bomberos de la democracia. Y esas víctimas lo son ya antes de morir, porque padecenamenazas y presiones que imposibilitan su vida normal. Por eso sienten un agravio comparativo respecto a la reacción que ha rodeado otros execrables atentados. La señora Pilar Manjón dijo cosas atinadas y conmovedoras en su intervención ante la comisión del 11-M (sobre todo cuando habló de los partidos más dedicados a sus sectarismos que a afrontar conjuntamente la amenaza terrorista), pero nada que justifique el papanatismo desmedido con que fueron acogidas por ciertos medios informativos y ciertos políticos sus declaraciones: "¡Qué lección nos ha dado!". Pues a unos más y a otros menos. Hace ahora un año que un autobús lleno de víctimas y de personas amenazadas recorrió España de norte a sur diciendo cosas semejantes y señalando responsabilidades aún más indudables. Pero con bastante menos audiencia. Entonces, el mismo conspicuo predicador radiofónico que babeó luego ante la declaración de la señora Manjón comentó que no entendía a qué venía ese viaje, ya que las cosas que allí se decían las sabía todo el mundo. Otra diferencia: con motivo del 11-M, Aznar ha declarado 10 horas y Zapatero 14; pero, tras casi mil asesinatos de ETA, Garaicoetxea, Ardanza, Ibarretxe o Arzallus no han comparecido ni cinco minutos ante comisión alguna.

En fin, se nos dice que hay que guardar la calma. Tenemos que esperar lo mejor de las próximas elecciones vascas, aunque es de temer que sean como todas las que se vienen realizando hasta la fecha, o sea, "a la iraquí", con opciones políticas amenazadas y sin que puedan votar los que ya votaron con los pies hace tiempo escapando del País Vasco. ETA permanece de momento en stand by, en parte por su debilitamiento gracias a las medidas judiciales y políticas exigidas por los "crispadores" y en parte porque su misión ya está cumplida y ahora sólo tienen que realizar pequeños atentados de mantenimiento. Los etarras, como buenos españoles, sólo trabajan cuando es imprescindible... Se nos recomienda no inquietarnos ante el plan Ibarretxe, porque las leyes impedirán su desarrollo. Y eso me recuerda la anécdota del poeta alemán Heine, al que divertía la fe ciega de los franceses en su aparato legal. En cierta ocasión, dando un pequeño paseo en barca por la costa, la marejada inquietó a algunas pasajeras galas y él las serenó irónicamente: "Tranquilas, señoras, nous sommes sous la protection de la loi". ¿Será suficiente también para nosotros saber que, si el tsunami nacionalista nos arrastra, nos ahogaremos con la ley de nuestra parte?

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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