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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El triunfo de Abu Mazen

La sucesión de Yasir Arafat se ha consumado con el ritual previsto, de brillantez escueta. El líder de la OLP, Mahmud Abbas, o Abu Mazen de nombre de guerra, ha ganado las elecciones presidenciales palestinas con el 62% de los votos de un total de 66% de afluencia a las urnas. Con los otros candidatos reducidos a proporciones abisales, sólo se ha salvado Mustafá Barguti, la leal oposición de izquierda, que ha arañado el 20%.

Los observadores, que han declarado la elección básicamente correcta, no descartan alguna ingeniería creativa, no tanto en la magnitud del triunfo como en el volumen de la asistencia al voto. Esos casi dos tercios de los dos tercios de votantes potenciales -curiosamente, casi idéntica a la mayoría de Ariel Sharon en Israel, 60 y pico de 60 y pico por ciento, en sus dos elecciones victoriosas- luce algo menos en el mundo árabe, además de constituir una mayoría que puede disiparse si, antes pronto que tarde, Israel no apoya con hechos a Abu Mazen. Legitimidad, por tanto, incuestionable, pero moderado entusiasmo dirigido a su persona.

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¿Y cuál es ahora el paso siguiente hacia la paz? El primer ministro israelí, Sharon, ya ha dicho que está dispuesto a entrevistarse con su homólogo, pero para que nadie se alboroce sin motivo, ha añadido que sólo para tratar cuestiones de seguridad, no asuntos sustantivos. No le empece, sin embargo, porque esas cuestiones versarían sobre los 11.000 árabes que la Autoridad Palestina afirma que se hallan en las cárceles israelíes y que Jerusalén reduce a 8.000. Y la liberación de una gruesa proporción de ellos daría a Abu Mazen una peana desde la que asegurar que valía la pena votar.

El clima general no es muy diferente; el presidente Bush se declara dispuesto a recibir al elegido en la Casa Blanca y al elegido no puede convenirle ni convencerle nada mejor. No ser Arafat tiene que rendir beneficios. Igualmente, los Gobiernos árabes exultan de optimismo; el primer ministro británico, Tony Blair, repite su oferta de conferencia en Londres, aunque nadie muestre un interés desmedido por la misma; la UE felicita; Zapatero se congratula y se dice esperanzado. Sólo falta un optimismo de igual talla en el pueblo palestino. Y hay buenas razones para ello.

La posición israelí es la de que lo que ahora tiene que hacer Abu Mazen es meter en cintura al terrorismo, para demostrar, bona fide, que quiere negociar la paz, pero nadie añade, como señala sin ambigüedades la Hoja de Ruta de norteamericanos y europeos, que Israel vaya a paralizar el crecimiento y la multiplicación de las colonias en Cisjordania, sin lo que se despoja al nuevo rais de argumentos para obtener de los terroristas de Hamás una tregua que dé margen a comenzar a hablar en serio de paz y retirada.

En ninguna ocasión, sin excluir la reunión de Camp David, en julio de 2000, entre el laborista Ehud Barak y el difunto Yasir Arafat, Israel ha tenido a bien presentarse con un mapa que exprese su oferta territorial. Y esto ha sido así porque, incluido el de Barak, sus planteamientos se alejaban tanto de las exigencias de la ONU -retirada a las líneas anteriores a la guerra de 1967- que no querían mostrarlos antes de obtener una imposible aceptación palestina. Pues bien, sin que nadie exija a Sharon que comparezca mañana por la mañana con la nueva carta de Oriente Próximo, sí hay que pedir que al tiempo que la AP se esfuerza por combatir el terrorismo, conozca sin dilación qué desgarrón de Palestina se le ofrece.

Lo que Sharon -salvado ya su nuevo Gobierno en el que han entrado los laboristas y que ayer aprobó por dos votos la Knesset- llama concesiones podría no ser más que simple realismo. La promesa, garantizada por Washington, de una retirada casi total de los territorios, incluida Jerusalén Este, con su mapa al brazo, sería la mejor forma de saber si el movimiento palestino quiere o no la paz.

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