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Reportaje:LECTURA

La larga caza de Osama

¿Dónde ha estado? ¿Cómo le han dejado escapar? Uno de los pocos periodistas occidentales que han conocido a Osama Bin Laden sigue las huellas del líder de Al Qaeda en Afganistán y Pakistán, y describe la hasta ahora desafortunada persecución estadounidense.

Cuando sobrevuelas los inmensos picos nevados del Hindu Kush, que marchan en apretada hilera hacia el Himalaya, separando Asia Central del subcontinente indio, te das cuenta de la enorme magnitud del problema: puede que Osama Bin Laden esté escondido ahí abajo. En algún sitio ahí abajo. Y aunque es de dominio público que localizarle no influirá mucho en la gran guerra contra el terrorismo, encontrarle sigue siendo de suma importancia por tres motivos. Primero, porque es una cuestión de justicia para las miles de víctimas de atentados de Al Qaeda en todo el mundo. Segundo, porque cada día que sigue en libertad supone una victoria propagandística para Al Qaeda. Tercero, porque aunque Bin Laden y su lugarteniente, Ayman al Zawahiri, no ejerzan un control diario sobre Al Qaeda, según Roger Cressey, antiguo alto cargo antiterrorista de EE UU, siguen facilitando una "amplia guía estratégica" para sus acciones. Las declaraciones de Bin Laden y, hasta cierto punto, las de Al Zawahiri han sido la pauta más fiable para las futuras acciones de los movimientos de la yihad [guerra santa] en el mundo. Poco después de que en octubre de 2002 Bin Laden alentara a atacar intereses económicos occidentales, en una discoteca indonesia estalló una bomba que mató a 200 turistas occidentales, y se perpetró un ataque contra un petrolero francés que zarpaba de la costa de Yemen. En diciembre de 2003, después de que Al Zawahiri condenara al presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, por apoyar la campaña contra Al Qaeda, Musharraf sobrevivió por poco a dos intentos de asesinato. Coincidiendo más o menos con ellos, Bin Laden exhortó a atacar a los miembros de la coalición en Irak. Posteriormente, unos terroristas bombardearon un consulado británico y un banco en Turquía, y a los viajeros que se desplazaban en cuatro trenes a trabajar en Madrid.

El año pasado viajé dos veces a Afganistán y Pakistán para comprobar cómo progresaba su caza y captura. Mientras estuve en Kabul, me hospedé en una espaciosa casa de campo que, según dicen, fue antigua residencia de una de las cuatro mujeres de Bin Laden. Por algo menos de 100 euros, es posible disfrutar del dudoso placer de dormir en lo que pudo haber sido la sala marital del hombre más buscado del mundo; para mí, era un lugar apropiado para iniciar una investigación sobre qué fue de Bin Laden tras el 11-S. Mi investigación incluyó más de dos docenas de entrevistas con oficiales estadounidenses, afganos y paquistaníes, y conversaciones con diversas personas que le habían conocido a lo largo de los años.

Sólo se conoce a tres personas ajenas a Al Qaeda y a los talibanes que hayan pasado un tiempo con Bin Laden tras el 11-S. Dos son periodistas, y el tercero, médico. Uno de los periodistas, Taysir Aluni, de la cadena Al Yazira, le entrevistó en octubre de 2001 (más tarde, Aluni fue acusado en España por financiar presuntamente a Al Qaeda). Durante esa entrevista, Bin Laden reconoció públicamente por primera vez su relación con los atentados del 11-S. Aluni le preguntó: "Estados Unidos tiene pruebas de que usted está detrás de lo ocurrido en Nueva York y Washington. ¿Qué tiene que responder a eso?". Bin Laden contestó: "Si incitar a la gente a hacerlo es terrorismo, y si matar a aquellos que están asesinando a nuestros hijos es terrorismo, que la historia sea testigo de que somos terroristas". Hubo un momento en que afirmó: "Nosotros practicamos el buen terrorismo".

Hamid Mir, un paquistaní que ha pasado varios años escribiendo una biografía de Bin Laden, fue el otro periodista. Dos meses después del 11-S, Mir fue conducido ante él en algún lugar de Afganistán. "Iba con los ojos vendados", me explicó, "y me dieron unas pastillas. Cuando me desperté, era la mañana del 8 de noviembre. Creo que el lugar no estaba lejos de Kabul. Me llevaron a una cabaña de barro y me encontré rodeado de árabes armados. '¡Bienvenido! ¡Bienvenido!', me decían al entrar". Finalmente, Mir se encontró ante Bin Laden, que degustaba un saludable plato a base de carne y aceitunas, y mostraba talante bromista. Sin embargo, lo que dijo durante la entrevista no era broma. Cuando Mir le preguntó cómo podía justificar el asesinato de tantos civiles, él respondió: "Estados Unidos y sus aliados nos están masacrando en Palestina, Chechenia, Cachemira e Irak. Los musulmanes tienen derecho a atacarles como represalia… Los ataques del 11-S no estaban dirigidos contra mujeres y niños. Los objetivos eran los iconos estadounidenses del poder militar y económico". Bin Laden comentó su deseo de utilizar armas nucleares.

Por esas fechas, noviembre de 2001, Amer Aziz, conocido cirujano paquistaní, fue citado en Kabul para tratar a Mohamed Atef, entonces comandante de Al Qaeda. Durante su visita, Aziz, simpatizante de los talibanes, también se reunió con Bin Laden. El encuentro es significativo, ya que se han divulgado informes de que éste sufre algún tipo de insuficiencia renal mortal. Aziz declaró más tarde a Associated Press: "La última vez que le vi, gozaba de excelente salud. Caminaba. Estaba sano. Nada indicaba que padeciera una enfermedad de riñón. No observé indicio alguno de diálisis". Según diversos funcionarios estadounidenses que investigan a Al Qaeda, Bin Laden no padece nada que amenace su vida. Tiene diversos achaques, como presión baja, diabetes y una herida que se hizo en el pie mientras luchaba en Afganistán en los ochenta; pero aunque puedan provocar desgaste, es improbable que alguna de estas enfermedades le cause la muerte a corto plazo. Además, Al Zawahiri, que probablemente pasa gran parte del tiempo con él, es un médico muy capaz. Un alto funcionario afgano me contó que Bin Laden y Al Zawahiri viajan juntos "como un matrimonio".

El 13 de noviembre de 2001, Kabul cayó ante la Alianza del Norte, y Bin Laden huyó a Yalalabad, al este de Afganistán. Conocía bien la ciudad, ya que se había instalado allí en mayo de 1996, después de ser expulsado de su anterior asentamiento en Sudán. Para ampliar mi información sobre Yalalabad, hablé con el doctor Mohamed Asif Qazizada, gobernador adjunto de Nangarhar, la provincia en la que se encuentra Yalalabad. En sus oficinas, un espléndido edificio del siglo XIX con una cúpula azul, que una vez fue el palacio de invierno de los reyes de Afganistán, Qazizada explicó por qué Yalalabad y el cercano reducto montañoso de Tora Bora eran perfectos para que Bin Laden protagonizara una de las desapariciones más notables de la historia.

Cuando tenía poco más de veinte años, Qazizada trabajó como médico en Tora Bora, cuando era una importante base para la resistencia afgana contra los soviéticos. En aquella época, recordaba, Tora Bora era un laberinto de cuevas y fortificaciones defendidas por ametralladoras y baterías antiaéreas. Debido a que ofrecía un fácil acceso a pie, Parachinar, una región de Pakistán que sobresale hacia Afganistán como el pico de un loro, también era lugar ideal desde el que organizar operaciones relámpago contra los soviéticos. De hecho, en 1987, Bin Laden libró su primera batalla contra los soviéticos en Yayi, un pueblo afgano limítrofe con Parachinar. Durante los ochenta, explicó Qazizada, Tora Bora sufrió varias ofensivas soviéticas, y en una de ellas participaron miles de soldados, docenas de helicópteros de combate y diversos cazas MIG. Las fortificaciones eran tan sólidas que las ofensivas soviéticas fueron contrarrestadas por menos de 130 afganos. Qazizada cree que ése fue el motivo por el que Bin Laden eligió la región como escondite y vía de escape en noviembre de 2001. Cuando, poco más tarde, en diciembre, se produjo la batalla de Tora Bora durante dos semanas, ésta fue librada principalmente por las fuerzas de comandantes afganos de la región, apoyados por pequeños grupos de Fuerzas Especiales estadounidenses que participaron en intensos ataques aéreos contra las posiciones de Al Qaeda. Pero la topografía montañosa de Tora Bora jugó a favor de Bin Laden. "Y había un lugar por el que huir", afirma Qazizada.

Desde Yalalabad, Tora Bora está a dos horas de trayecto por un camino estrecho y lleno de baches. Protegido por un pelotón de diez soldados del Gobierno de Afganistán, fui conducido allí por Mohamed Zahir, un comandante afgano de 30 años. Mientras avanzábamos, veíamos debajo de nosotros unos campos en terraplén del verde más intenso, alzándose hacia las enormes montañas, cubiertas de nieve incluso en verano. En uno de los numerosos afloramientos rocosos de Tora Bora visitamos cuatro tumbas de Al Qaeda, señaladas por banderines rosas, verdes, azules y naranjas. "Son obra de los lugareños", explicó Zahir. "Son simpatizantes de Al Qaeda. Consideran a sus miembros guerreros sagrados en lucha contra los infieles".

Durante la comida, Zahir, que combatió en primera línea en la batalla de Tora Bora en 2001, explicó cómo se había desarrollado el conflicto. Las bases de Al Qaeda se habían esparcido por las nevadas montañas. Zahir dice que vio a miembros de Al Qaeda árabes, paquistaníes y chechenos combatiendo con cohetes, tanques, ametralladoras y artillería, una fuerza formidable que sólo podía ser derrotada con bombardeos de los B-52. Cuando regresé a Yalalabad, hablé con el comandante Mohamed Musa, que dijo haber capitaneado a 600 soldados afganos en la primera línea de Tora Bora; con desganada admiración, recordó la tenacidad con la que algunos combatientes de Al Qaeda resistieron. "Fueron un adversario muy duro. Cuando les capturamos, se suicidaron con granadas. Yo mismo vi a tres de ellos hacerlo. Los más duros, los chechenos". Musa alabó a las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, pero menospreció a su Ejército de Tierra: "Si hubieran bloqueado las salidas a Pakistán, Al Qaeda no hubiese tenido forma de escapar". Ahí está la raíz del problema. Con pocos soldados de infantería sobre el terreno, el ejército estadounidense decidió confiar en los servicios de apoderados afganos de la región, de dudosa lealtad y competencia, una metedura de pata que permitió escapar a muchos de Al Qaeda, incluido Bin Laden. Así, no se sabe con certeza cuándo desapareció Bin Laden.

Pero Lutfulá Mashal, un alto cargo del Ministerio de Interior de Afganistán, me ayudó a resolver esta incógnita. Me comentó que El Jeque, como llaman a Bin Laden sus seguidores, partió de Tora Bora la primera semana de la campaña estadounidense de bombardeos en la región, a principios de diciembre de 2001, por la ruta de Parachinar, con la ayuda de miembros de la tribu pastún ghilzai, que recibieron a cambio de sus esfuerzos una atractiva suma de dinero y rifles. De esta forma se perdió la última oportunidad de capturarle, en un momento en el que se encontraba confinado en una zona de docenas de kilómetros cuadrados. Hoy, Bin Laden puede encontrarse en algún lugar de la Provincia Fronteriza del Noroeste de Pakistán, y de ser así, la zona en cuestión tiene unos 10.000 kilómetros cuadrados. A pesar de la importancia de dar con los líderes de Al Qaeda, a principios de 2002, Estados Unidos ya estaba desviando su atención y recursos lejos de Afganistán (aquel cambio empezó mucho antes: según Bob Woodward, a finales de noviembre de 2001, Bush había pedido al Pentágono que renovara su plan de guerra contra Irak, un documento de 800 páginas conocido como Op Plan 1003). Durante más de año y medio se dio una prioridad baja a la búsqueda de Bin Laden. El 24 de febrero de 2002, el general Richard Myers, jefe del Estado Mayor, dijo: "Yo no lo consideraría [capturarle] una misión primordial". Los activos militares y de espionaje que podrían haberse destinado a su captura fueron desviados a Irak. Sólo tras la captura de Sadam Husein, en diciembre de 2003, se reorientaron esos recursos a la búsqueda de líderes de Al Qaeda. Y según la CNN, hasta la pasada primavera no se ordenó que los satélites estadounidenses vigilaran la frontera afgano-paquistaní 24 horas al día.

Aunque Bin Laden pudo dar esquinazo a las tropas estadounidenses en Tora Bora, no salió del todo airoso. El periodista palestino Abdel Bari Atwan, que pasó dos días entrevistandole en 1996, me dijo que fue herido en el hombro en esa batalla. A finales de diciembre de 2001, a Bin Laden se le vio en un vídeo que parece confirmar la existencia de dicha herida: aparece demacrado, con barba canosa y el lado izquierdo del torso inmovilizado, algo no usual. Suele gesticular con ambas manos al hablar. Como si quisiera subrayar su debilitada condición física, Bin Laden afirma allí: "Soy un pobre esclavo de Dios. Viva o muera, la guerra continuará". Desde la aparición de esa cinta, Bin Laden y Al Zawahiri han hecho públicas unas doce más.

¿Por qué es tan difícil encontrar a Bin Laden? Por una parte, está su obsesión por la seguridad, una prioridad no sólo desde el 11-S, sino hace ya una década. En 1994, mientras vivía en Sudán, fue objetivo de un grave intento de asesinato, probablemente organizado por los saudíes. Ahí empezó a preocuparse más por su seguridad. En 1997, cuando trabajaba de productor para la CNN, me reuní con Bin Laden al este de Afganistán para rodar su primera entrevista televisiva, y pude así ser testigo del extraordinario empeño con que los miembros de Al Qaeda le protegían. Mis colegas y yo fuimos conducidos a su escondite en mitad de la noche; nos hicieron cambiar de vehículo con los ojos vendados; nos registraron con agresividad y electrónicamente en busca de dispositivos de localización, y pasamos por tres grupos consecutivos de guardias armados con ametralladoras y lanzagranadas. El alto mando de Al Qaeda es muy dado al secretismo y dirige la organización mediante células diferenciadas, lo cual hace que sea difícil penetrar en ella, garantizando así que cualquier agente capturado sólo conocerá parte de los secretos del grupo. Un dato que ilustra lo anterior es el reducido número de líderes de Al Qaeda que conocían la trama del 11-S. En una cinta de vídeo descubierta por las fuerzas estadounidenses en Afganistán tras la caída de los talibanes, se ve a Bin Laden gesticulando a Sulaiman Abu Ghaith, por aquel entonces portavoz del grupo, y comentando que ni siquiera Abu Ghaith estaba al corriente del 11-S.

La situación se complica más si Bin Laden y Al Zawahiri están, efectivamente, escondidos en las zonas tribales de Pakistán, en la frontera afgana, "la zona con mayor concentración de Al Qaeda del planeta", según un miembro del espionaje estadounidense. Esta frontera tiene una extensión de 2.400 kilómetros, está escasamente custodiada y es incluso indefinida en algunos puntos. Por ello, los viajes clandestinos son sencillos. Las dos provincias paquistaníes limítrofes con Afganistán son Baluchistán, una vasta e inhóspita extensión de desiertos, y la Provincia Fronteriza del Noroeste, una pedregosa región de montaña en la que proliferan las fortalezas de los jefes tribales. Las tribus pastún, uno de los mayores grupos tribales del mundo, son presencia importante en ambas. Suscriben la Pastunwali, la ley de los pastún, que prima la hospitalidad y el dar refugio a quien lo necesite, una clara ventaja para los miembros fugitivos de Al Qaeda.

Pero según Rahimullah Yusufzai, un periodista pastún, esconderse allí tiene un inconveniente: "Si llega alguien de otra tribu, llama la atención. A los árabes les resulta difícil esconderse en las zonas tribales". Otra posibilidad, a la que hasta la fecha se ha prestado escasa atención, es que Bin Laden esté en las montañas de la Cachemira paquistaní, zona prohibida para forasteros y refugio de numerosos grupos militantes cachemires, algunos vinculados a Al Qaeda. Harakat ul Muyahidin (HUM), por ejemplo, compartió campos de entrenamiento con Al Qaeda en Afganistán en los noventa. Una rama de HUM, Jaish-e Mohamed, organizó el secuestro y asesinato del periodista estadounidense Daniel Pearl en 2002, en colaboración con Al Qaeda. Para complicar más la situación, el Gobierno paquistaní ha mantenido una larga y estrecha relación con los grupos cachemires, ya que comparten el objetivo de expulsar a las fuerzas indias de Cachemira. Un funcionario de Asuntos Exteriores de Afganistán lo confirma: "Los líderes y cerebros de Al Qaeda no se encuentran en las zonas tribales de Pakistán. La cuestión es: ¿quién está en Cachemira?".

Muchos creen que si Al Qaeda ha creado una nueva base de operaciones, no es en Afganistán ni a lo largo de la frontera afgano-paquistaní, sino en el anonimato de las populosas ciudades de Pakistán. Como me explicó el teniente general Asad Durrani, antiguo director del servicio de inteligencia militar paquistaní (IIS): "Las ciudades ofrecen mejor refugio. En el campo, la información se filtra más fácilmente". Desde el 11-S, ninguno de los agentes de Al Qaeda capturados lo ha sido en zonas tribales de Pakistán, sino en las ciudades de Karachi, Peshawar, Queta, Faisalabad, Guirat y Rawalpindi. Entre los arrestados se encuentran Ramzi Bin al Shib, elemento clave para la planificación del 11-S; Abu Zubaidá, encargado del reclutamiento de Al Qaeda; Salid Bin Atash, implicado en el ataque contra el USS Cole en Yemen; Mustafá Ahmed al Hawsawi, que financió a los secuestradores del 11-S, y el más importante, Jalid Sheij Mohamed, el jefe militar de Al Qaeda, responsable de la planificación de los ataques del 11-S. Éste fue arrestado en Rawalpindi, donde se encuentran los cuarteles generales del ejército paquistaní. Un diplomático occidental me preguntó: "¿Qué cojones estaba haciendo ese tipo junto a los cuarteles generales del ejército?".

Concretamente, Karachi, una megaurbe de 14 millones de habitantes prácticamente ingobernable, ha emergido como foco de violencia de la yihad, perpetrada por una tóxica alianza de grupos militares cachemires, fanáticos sectarios suníes que han iniciado una guerra contra la minoría chií paquistaní y contra la propia Al Qaeda. Desde el 11-S, Karachi ha sufrido un atentado con bomba en el hotel Sheraton, que acabó con la vida de 11 contratistas franceses; dos atentados distintos contra el consulado de Estados Unidos, uno de los cuales mató a una docena de paquistaníes; diversas explosiones en gasolineras Shell, y el asesinato de Daniel Pearl. Sólo en mayo, los militantes asesinaron a 63 personas en la ciudad. La activa presencia de Al Qaeda en Pakistán plantea un interrogante: ¿qué confianza merece el Gobierno paquistaní en su esfuerzo por capturar al grupo terrorista?

Fuentes estadounidenses afirman que quizá ciertos elementos de la IIS profesen alguna simpatía ideológica hacia los talibanes. Pero el consistente archivo de detenciones de altos miembros de Al Qaeda en Pakistán indica que trabajan con diligencia. Según el comandante general Shaukat Sultan Jan, portavoz de la IIS, Pakistán ha arrestado a 500 "combatientes extranjeros" desde el 11-S. Además, tras las intentonas de asesinato contra su persona, Musharraf está resuelto a destruir Al Qaeda. Sin embargo, miembros de menos rango del ejército estuvieron implicados en dichos intentos de asesinato, según Jan. La captura de Jalid Sheij Mohamed en marzo de 2003 supuso el arresto más importante de miembros de Al Qaeda tras el 11-S. No obstante, según Syed Moshin Naqvi, un periodista paquistaní que entrevistó a Mohamed mientras se encontraba huido en agosto de 2002, éste declaró que ya había otros dispuestos a sustituirle en caso de que fuera detenido. "Tenemos tantos sustitutos", dijo, "que los estadounidenses ni se lo pueden imaginar". Tras la captura de Mohamed se produjo cierto clima de esperanza sobre el acercamiento y una posible detención de Bin Laden a corto plazo, pero actualmente, según un alto cargo estadounidense, "la estela personal de Bin Laden se ha enfriado". Meses después de la detención de Mohamed hablé con Cofer Black, antiguo director del Centro Antiterrorista de la CIA, que parece tener un especial interés en atrapar a Bin Laden. Después del 11-S, es de sobra conocida la afirmación de Black al presidente Bush de que sus agentes le traerían la cabeza de Bin Laden "en una caja".

Black inició nuestra conversación matizando que la guerra contra el terrorismo es más importante que la búsqueda de Bin Laden: "No puedes acabar con el crimen con sólo capturar a Al Capone", afirmó. "Esto no es como Ahab contra Moby Dick". Para evitar ser capturado, Bin Laden tiene que adoptar una actitud a la defensiva, de "ermitaño en las montañas", afirmó Black, lo cual aniquila su capacidad para dirigir una organización terrorista efectiva. Por otro lado, si sigue "en el negocio", se abre a la posibilidad de que se detecten sus comunicaciones. Comenté que Bin Laden parece estar atrapado entre la espada y la pared, y Black se inclinó hacia mí, con generosa sonrisa, y dijo: "Lo ha entendido".

El pasado enero, el teniente coronel Brian Hilferty, portavoz jefe de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, anunció: "Estamos convencidos de que este año atraparemos a Bin Laden y al mulá Omar [antiguo líder talibán]". Su predicción coincidió más o menos con el anuncio de los Gobiernos de EE UU y Pakistán sobre un plan para dirigir operaciones más intensas para encontrarlo. La estrategia conjunta del martillo y el yunque supuso el desplazamiento de 70.000 soldados paquistaníes a las regiones tribales para acorralar a las fuerzas de Al Qaeda, que, teóricamente, cruzarían la frontera y caerían en las garras de las tropas estadounidenses en el lado afgano. Pero el plan fue anunciado a bombo y platillo, y todos los miembros de Al Qaeda posiblemente abandonaron las zonas tribales a principios de año. "Los miembros de Al Qaeda no son tan estúpidos como para sentarse a esperar un año al ejército paquistaní", me dijo Syed Moshin Naqvi.

A finales de julio mantuve un encuentro con David Barno, comandante de las fuerzas de EE UU en Afganistán, después de que concluyera una de sus reuniones habituales con colegas paquistaníes para coordinar esfuerzos en la frontera afgano-paquistaní. Sobre Bin Laden y Al Zawahiri, dijo: "Su paradero sigue siendo un misterio". Pero añadió: "Hoy dedicamos más recursos a eso". A renglón seguido describió un importante problema al que se enfrenta Estados Unidos en Afganistán: los 2.300 millones de dólares generados por el tráfico de heroína. Barno afirmó que el dinero proveniente de la droga supone más del 40% de la economía afgana, una cantidad que podría ascender al 50% el próximo año. La posibilidad de que Afganistán pueda convertirse en una especie de narcoestado parecido a Colombia, dominado por la rivalidad entre los jefes militares y los cárteles de la droga, es lo que el ministro de Exteriores de Afganistán, Abdulá Abdulá, me describió como "el mayor peligro y amenaza para la estabilidad".

Irán es otra zona de preocupación. Desde principios del año pasado, varios agentes de Al Qaeda han aparecido en este país que algunos de ellos contemplaban como "un eje administrativo" para el grupo. Funcionarios estadounidenses me dijeron que Saif al Adel, el número tres en la jerarquía de la organización; Sulaimán Abu Ghaith, portavoz del grupo; Mohamed al Masri, un importante instructor de Al Qaeda, y Abu al Jair, uno de los adjuntos de Al Zawahiri, han sido detenidos por las autoridades iraníes. Lo que éstas planean hacer con sus prisioneros es un misterio.

Dado el carácter secretista y jerarquizado de Al Qaeda y su obsesión por la seguridad, ¿qué estrategias serían útiles para capturar a Bin Laden? ¿Servirá la recompensa de 50 millones de dólares por su cabeza? En el pasado, las compensaciones económicas han sido útiles para llevar a terroristas ante la justicia. Mir Aimal Kansi, un paquistaní que asesinó a dos empleados de la CIA en Virginia en 1993, fue apresado en parte gracias a los dos millones de dólares de recompensa. Otra de 25 millones de dólares desempeñó un papel importante en la detención de Jalid Sheij Mohamed. Pero estos hombres no inspiraban igual reverencia espiritual que Bin Laden. Es impensable que su círculo próximo vaya a entregarle por dinero. Se ofrecen recompensas multimillonarias por su cabeza desde 1999, pero nadie las ha aprovechado.

En Washington conocí a uno de los investigadores más efectivos del FBI, el agente especial Brad Garrett, que dio captura a Mir Aimal Kansi en Paquistán en 1997. Le pregunté a Garrett, un antiguo marine que suele vestir de negro, qué métodos habían funcionado para dar con Kansi. "Tienes que saber distinguir entre la mentira y la verdad, y conseguir muchas fuentes para ver qué es real. El espionaje es perecedero, así que otro factor es tu propia capacidad para reaccionar a tiempo". Garrett se encontró con muchos nidos vacíos durante su persecución de cuatro años a Kansi, hasta que logró dar con él en el polvoriento remanso de Dera Ghazi Khan, en el centro de Pakistán, un lugar que "parecía salido de El bueno, el feo y el malo". Garrett explicó que, aunque Kansi recibió ayuda de una deslavazada red de simpatizantes que le respetaban, no disponía de una organización en la que confiar, a diferencia de Bin Laden. Kansi era más propenso a ser detectado que el cerebro terrorista, porque era un lobo solitario.

Es posible que la inteligencia de señales ['signal intelligence], conocida como sigint, fuera la perdición para Bin Laden. Esto fue esencial en el caso de la persona clave del narcotráfico colombiano, Pablo Escobar, objeto de una intensa cacería humana por parte de la policía en su ciudad nativa de Medellín en 1993. La operación se sirvió de tecnología de escuchas y localización de la CIA. Cuando Escobar hizo una llamada por el teléfono móvil a su hijo, que duró unos minutos, las fuerzas colombianas irrumpieron y lo mataron a tiros. Pero Bin Laden es más inteligente; un alto cargo estadounidense me dijo que "ha desechado cualquier dispositivo que pueda ser escuchado". Eso incluye teléfonos por satélite, teléfonos móviles y transistores. Se sirve de mensajeros.

La información obtenida de los detenidos de Al Qaeda ha sido importante para la búsqueda de sus líderes, al igual que los números de teléfonos móviles, documentos y ordenadores recuperados. No obstante, los servicios de espionaje estadounidenses no parecen haber infiltrado a agentes en el círculo interno de Al Qaeda, la única forma segura de obtener información en tiempo real sobre el paradero del líder, aunque según el analista del terrorismo paquistaní Amir Mir, durante el año pasado se ha observado un prometedor desarrollo: agentes del FBI han creado el Grupo Araña [Spider Group], un equipo de élite formado por oficiales retirados del ejército y la resistencia paquistaníes, que están recabando información sobre los talibanes y Al Qaeda.

Independientemente de cuántos recursos se inviertan en la captura de Bin Laden, el asunto se complica por lo que se podría denominar "el problema de encontrar a una sola persona". Los delincuentes a menudo permanecen en la lista de los diez más buscados del FBI durante años. Eric Rudolph, quien presuntamente colocó una bomba en Atlanta durante las Olimpiadas de 1996, no fue detenido hasta el año pasado, en el pueblo de Murphy (Carolina del Norte), cuando un policía novato le vio. Y el problema se acentúa cuando la búsqueda se amplía al extranjero. Durante casi una década, Estados Unidos y la OTAN han estado rastreando la antigua Yugoslavia en búsqueda de Radovan Karadzic y Ratko Mladic. "La última vez que tuvimos una pista de Karadzic", me dijo un alto militar, "fue en 1997". Durante la operación Devolver la Esperanza, una misión humanitaria de 1993 contra el hambre en Somalia, Estados Unidos tenía 20.000 soldados destinados en Mogadishu, en busca de Mohamed Aidid, militar que fomentaba conflictos de facciones en Somalia. Aidid nunca fue capturado.

Por supuesto, la captura de Sadam Husein es un ejemplo de operación estadounidense exitosa. Pero su búsqueda tuvo un telón de fondo distinto: Estados Unidos tiene cerca de 140.000 soldados en Irak. En Afganistán, un país mucho mayor, sólo 20.000. Y en Pakistán, donde con probabilidad se esconde Bin Laden, sólo agentes de la CIA y el FBI. Además, una vez derrocado el reino del terror de Sadam, surgieron pocos defensores suyos; en cambio, "amor" no es un término excesivo para definir el sentimiento de quienes rodean a Bin Laden. Un ex funcionario antiterrorista de EE UU, Roger Cressey, me explicó que un agente de Al Qaeda que traicionara a Bin Laden sería como "un católico que entregara al Papa".

Si es improbable que las recompensas económicas, la detección electrónica y los topos puedan abrir una vía para la búsqueda de Bin Laden, ¿qué podría funcionar sino la pura suerte? Un punto vulnerable evidente son las cintas que Bin Laden y Al Zawahiri envían a los medios periódicamente; en teoría, podría seguirse la cadena de custodia de estas cintas hasta llegar a los líderes. Otra posible vulnerabilidad reside en la familia de Bin Laden: su madre, una siria que reparte su tiempo entre Arabia Saudí y el pueblo turístico de Latakia, en Siria; o sus veinte hijos. Algunos de ellos viven abiertamente en Arabia Saudí y otros quizá estén en Afganistán, bajo la protección de importantes comandantes talibanes. Otra posibilidad es controlar a sus íntimos: Yalaludín Jaqani, temible comandante talibán que prosigue su ataque contra las fuerzas estadounidenses al este de Afganistán; Yunis Jalis, que les ha declarado la yihad en repetidas ocasiones, y el mulá Omar, viejo amigo de Bin Laden.

Robert Baer, un antiguo agente de la CIA afincado en Oriente Próximo, afirma que para dar con Bin Laden sólo funcionará un enfoque proactivo. "Nunca resulta fácil encontrar a una sola persona", me explicó, "pero sí si estás actuando sobre el terreno, te decantas por el asesinato y buscas a un grupo de gente que lo haga y se beneficie de ello". Sólo hay un problema: ¿quién sería tan estúpido como para aceptar el encargo? Quizá los cazadores de recompensas. Alguien como Jonathan Jack Idema, antiguo boina verde con un amplio historial de fraude, falsificación y pleitos en Estados Unidos, y que creó una cárcel privada en Kabul en un intento de dirigir su propia persecución sobre Al Qaeda.

Puede que al final Osama Bin Laden sea detenido o asesinado. Pero en Washington no han pensado mucho en qué ocurrirá después. ¿Cuál es el desenlace más deseable? Si es capturado vivo, ¿dónde se le debería juzgar? ¿Un tribunal internacional similar a los constituidos para crímenes contra la humanidad en la antigua Yugoslavia y Ruanda? Y existe un precedente útil para desear un Bin Laden capturado: las fotos que dieron la vuelta al mundo tras la captura de Sadam, en las que éste se sometía a las pruebas médicas, contribuyeron más que ninguna otra cosa a acabar con el mito Sadam. Algo similar devaluaría mucho el aspecto mítico de Bin Laden. Por supuesto, él ha afirmado que está preparado para morir en esta guerra santa, afirmación que debería ser tomada en serio. Jalid Jawaya, antiguo miembro de IIS paquistaní y que conoce a Bin Laden desde hace dos décadas, me dijo: "Nunca le atraparán. Él no es Sadam. Es Osama. Osama ama la muerte". A corto plazo, su muerte quizá desencadenaría violentos ataques contra Estados Unidos por todo el mundo. A medio plazo, sería un duro golpe para Al Qaeda, que depende en parte del carisma del líder. Pero su martirio supondría un enorme impulso para el poder de sus ideas.

© 2004, Atlantic Monthly. Distribuido por Media Services International.

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