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Tribuna:ANÁLISIS DEL 'INFORME PISA 2003'
Tribuna
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PISA: ¿otra ocasión perdida?

Debo empezar recordando algo que he dicho y escrito en bastantes ocasiones: que estoy lejos de sacralizar al Programa PISA, al que a la vez aplaudo sin escrúpulos y miro con cautela. Lo aplaudo por muchas razones, de las que ahora destaco sólo tres: persigue que toquemos tierra en materia de eficiencia escolar, cosa ni fácil ni hasta hace poco posible; demuestra sobradamente que las comparaciones, lejos de ser odiosas, son necesarias para las decisiones de los políticos y para la recta información de los ciudadanos, y por último, posibilita a los sistemas educativos un sólido instrumento de autocrítica y una palanca de mejora en aspectos importantes.

Pero lo miro con cautela porque, pese a todo, engendra juicios valorativos sobre sistemas, sobre instituciones y sobre personas tomando en cuenta resultados de aprendizaje concretos y a corto plazo, cuando lo cierto es que la calidad de la educación y de sus componentes y agentes sólo puede inferirse con el paso del tiempo, y difícilmente medirse. Lo miro con cautela porque, en el fondo, avala una concepción fundamentalmente pragmatista y hasta economicista de la educación -que es lo esperable de su entidad organizadora, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)-.

Quizás lo más decepcionante de esta foto es comprobar la mediocridad de nuestro alumnado
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De otro lado, la metodología investigadora que utiliza tiene todavía, junto a logros evidentes, no menos evidentes lagunas, capaces de poner en entredicho bastantes de sus asertos.

Dicho todo lo cual, asumo sin más discusión que los resultados que el programa nos ofrece en su reciente informe (relativo a la evaluación de 2003) deben preocuparnos, y mucho, a los ciudadanos de determinados países, entre ellos el nuestro. Cuando los datos se repiten con terca insistencia año tras año, lo último que cabe hacer es esconder la cabeza bajo el ala.

Con respecto a España, los resultados que ahora publica PISA en 2004 no son muy diferentes de los que publicó el Instituto Nacional de Calidad y Evaluación (INCE) -ahora INECSE- en 1998, es decir, hace nada menos que seis años, ni tampoco de los que publicó el propio PISA en 2001. Más bien son algo peores. Un fiel retrato de la mediocridad e ineficiencia de nuestro aparato escolar. El retrato que Europa y el mundo más desarrollado tienen de ese sistema educativo nuestro. Lo peor es que aquí todos (salvo pocos) estamos convencidos de parecernos mucho a la fotografía que se nos pinta.

Quizá lo más decepcionante de esa foto es comprobar la mediocridad de nuestro alumnado, por encima de las abultadas cifras de fracaso. Nuestras escuelas apenas producen alumnos brillantes. Hemos realmente conseguido igualar al alumnado español más que otros países (PISA lo reconoce), pero por abajo. Me rebelo ante la idea de que esto se nos venda como un éxito social. La igualdad en la baja calidad es algo más que una tomadura de pelo: es un fraude.

Coincide este jarro de agua fría con un nuevo invierno de la educación española, cuando nos hallamos cruzados de brazos pensando qué vamos a hacer no se sabe cuándo, entretenidos en desmantelar las timideces del Gobierno anterior en materia de reforma educativa y en restaurar las causas de nuestro más inmediato y demostrado declive cualitativo. Cuando estamos en innecesaria e impertinente hibernación, esperando el pacto que nunca llega, el santo advenimiento. Mientras en los demás países corren, nuestros políticos meditan cómo salvar la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), de 1990, retocándola un poquito; cómo remediar el desgobierno de muchas escuelas públicas sin abdicar de la Ley Orgánica del Derecho a la Educación (LODE) de 1985; cómo reinventar la tímida e insuficiente Ley Orgánica de Calidad de la Educación (LOCE) cambiando los nombres de las cosas; cómo conseguir que los alumnos aprendan sin "esfuerzo" (feo vocablo resucitado por la derecha); cómo arrinconar las clases de religión y cómo, en definitiva, acercarse al futuro y a la "sociedad del conocimiento" sin moverse un ápice del brillante pasado. Todo un reto. Nos darán las uvas de 2007 -fecha del próximo Informe PISA- en tan progresista posición.

José Luis García Garrido es catedrático de Educación Comparada y ha sido director del Instituto Nacional de Calidad y Evaluación (INCE) del Ministerio de Educación con el PP.

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