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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rumsfeld sigue

La Casa Blanca ha confirmado casi de tapadillo la continuidad de Donald Rumsfeld como secretario de Defensa. Es la respuesta terminante al supuesto cambio de talante de George W. Bush durante su segundo mandato, tras los nombramientos del inquietante Alberto Gonzales para Justicia y de Condoleezza Rice, clónica del presidente, al frente de la crucial Secretaría de Estado. La continuidad en el Pentágono sugiere que el presidente, lejos de abrir el Gobierno de EE UU a la participación bipartidista, ha elegido profundizar en el estilo político querido por sus bases más conservadoras.

Desde su contundente triunfo electoral del mes pasado, Bush ha remodelado profundamente su Gobierno en una dirección inequívoca. El refrendo de Rumsfeld, el más veterano de los secretarios de Defensa de EE UU, 72 años, confirma la línea roqueña a propósito de Irak y la lucha antiterrorista y liquida especulaciones bienintencionadas sobre el carácter menos agresivo, unilateral y arrogante de la acción internacional de la Casa Blanca durante los próximos cuatro años.

Es cierto que puede haber argumentos para mantener al sanguíneo jefe del Pentágono. El fundamental es que con el relevo del estratega jefe en medio de una guerra el propio Bush vendría a reconocer sus errores garrafales. Pero el sentido común y el de la historia deberían haber llevado al presidente a sobrevolar este utilitarismo y reconsiderar la validez de un hombre en buena medida responsable del imparable encenagamiento del país árabe ocupado -más de setenta muertos este fin de semana- y de una política que ha engendrado, entre otros, monstruos como Abu Grahib o Guantánamo.

Ayer mismo se divulgaban nuevas fotografías comprometedoras sobre maltrato a detenidos iraquíes, y éstas son anteriores al escándalo de la cárcel de Bagdad, y, a diferencia de aquéllas, sus protagonistas no son reservistas, sino miembros del más celebrado cuerpo de élite de las tropas de combate de la Marina estadounidense.

Ni Bush ni Rumsfeld han aprendido en Irak la imprescindible lección de que asegurar la paz requiere más tropas que ganar batallas. Estimaciones conservadoras juzgan urgentemente necesarios cerca de 40.000 soldados adicionales para evitar el desmoronamiento y tener alguna posibilidad de celebrar unos comicios previstos en menos de dos meses y cuya representatividad cuestiona la ONU en estas condiciones. Mientras los insurgentes redoblan sus ataques en Irak, iniciando nuevos focos bélicos a medida que las fuerzas estadounidenses sofocan -a un alto precio- los anteriores, Rumsfeld predica un evangelio transido de combates fulgurantes de alta tecnología y mínimas fuerzas sobre el terreno. Las primitivas tácticas iraquíes, sin embargo, amenazan con llevarse por delante las elecciones, y con ellas, la única esperanza real de resucitar a Irak y de que EE UU pueda retirarse del ensangrentado país.

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