Nace una estrella
España acaricia la Davis tras un épico triunfo de Nadal, de 18 años, ante el bombardero Roddick y la sencilla victoria de Moyà
Fue uno de esos momentos que determinan el nacimiento de una estrella. Se daban todas las condiciones. La juventud de un chico de 18 años; la trascendencia del momento, nada menos que la final de la Copa Davis; el prestigio de su rival, Andy Roddick, el bombardero estadounidense; la necesidad de encontrar a un héroe que conecte con la gente; el hilo que transporta al tenis desde Santana a todos sus herederos. Todo eso se manifestó en la figura de Rafael Nadal, convertido en ídolo nacional después de tres horas de aventura y gran juego. Ganó a Roddick en cuatro sets y dio el segundo punto a España en la primera jornada de la final. La Davis está a un centímetro.
Nadal jugó el partido perfecto, en el momento exacto, frente al rival necesario. El deporte es muy sensible a estas cuestiones de precisión casi teatral. Grandes jugadores nunca han conseguido la admiración popular. No se trata de ganar torneos, de manifestar grandes cualidades en las pistas, de consagrarse en el deporte. Es otra cosa. Es la invisible frontera que separa al gran profesional del ídolo carismático, aquél que transmite a un país una vibración especial. Nada de gran relevancia ha ganado Nadal en su corta carrera como tenista, pero ya había dado señales de su especial naturaleza en las eliminatorias frente a Eslovaquia y Francia. Sin su contribución, el equipo español difícilmente habría alcanzado la final. Sin embargo, la presunción de su talento no era suficiente como para declararlo ídolo. Ni tan siquiera tenía puesto seguro en el equipo. Su titularidad, a costa del consagrado Juan Carlos Ferrero, despertó la polémica. Era una decisión de alto riesgo que requería de una respuesta convincente del joven Nadal. Un fracaso inapelable ante Roddick habría ampliado el ruido de la controversia, probablemente con un efecto devastador en la estabilidad del equipo.
No falló. Triunfó. Salió aclamado de la pista de Sevilla, tras un partido que desplegó toda la épica de la Copa Davis. Nada más apropiado que la presencia de Manuel Santana, Joan Gisbert y Josep Lluis Arilla, los pioneros que abrieron el camino del tenis español hacia el éxito. Había ganado Carles Moyà su partido ante Mardy Fish. Fue un ejercicio sencillo, sin historia. Moyà hizo su trabajo con profesionalidad y buen ojo. No dejó que Fish hiciera aquello que no sabe: ganar en las pistas de tierra. Se cumplió el pronóstico antes de comenzar el espectacular partido que enfrentó a Nadal y Roddick. Durante tres horas y media, los dos jugadores libraron un combate épico. Al poderío un poco simplista del norteamericano se opuso la tenacidad y el ingenio del joven tenista español. Desde el principio quedó claro que es un jugador de rasgos singulares. En su estilo, en su voluntad, en su vertiente creativa, Nadal conecta con el público. Transporta a los espectadores de la condición de aficionados al entusiasmo radical. Con él se produce este misterio, poco común entre los grandes deportistas.
Su actuación fue memorable por muchas razones. Primero, por la victoria. Pero también por la clase de juego que desplegó ante Roddick, que ganó el primer set en medio de golpes espectaculares de los dos jugadores. Roddick empezó el partido como se esperaba: un gran jugador, con graves déficits en la pista de tierra, pero con la autoridad que se espera del segundo del mundo. Sabía que la suerte de Estados Unidos en la Copa Davis dependía de su resultado frente a Nadal. Conquistó el primer set como se espera de una figura acreditada. Lo hizo, sin embargo, a cambio de dejarse el pellejo. El primer set fue el prólogo de su drama. Nadal le resultó excesivo por juego y por coraje. El español ganó las tres siguientes mangas de manera impecable, con un registro enorme de golpes, sin permitirse una sola fisura ante un adversario que estaba dispuesto a aprovechar cualquier concesión. Roddick no la encontró.
Nadal sabía que era su tarde de gloria, el momento que con toda seguridad trazará una divisoria en su carrera. Hasta ayer era una gran promesa del tenis. Ahora es un ídolo. En Sevilla ha nacido una estrella.
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