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Columna
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Cristianos y socialistas

Durante el pasado fin de semana se ha conmemorado en Bilbao el décimo aniversario de la constitución del colectivo Cristianos Socialistas Vascos. Nacido con el objetivo expreso de construir puentes entre el PSE y el mundo cristiano (Zubiak eraikiz es como se denomina el colectivo en euskera), el encuentro se ha celebrado en un contexto muy determinado: una Euskadi en la que el mundo cristiano, o mejor, la Iglesia católica, se muestra más cercana a otras opciones e instituciones políticas que no son precisamente el Partido Socialista, y una España en la que la agenda política se ha llenado de referencias múltiples a una especie de guerra de religión que enfrentaría, de manera inexorable, al Gobierno de Zapatero y a la Iglesia. Este contexto explica que el grueso de la atención mediática sobre el encuentro se haya centrado casi exclusivamente en las declaraciones de los dirigentes socialistas sobre el contencioso Iglesia-Estado.

Sin embargo, creo que estas declaraciones han sido lo menos importante del referido encuentro. Lo más importante del encuentro ha sido la visibilización de un espacio de compartido entre ambos mundos, el de los cristianos y el de los socialistas, pleno de oportunidades para la acción común. Obsesionarse con la construcción de puentes entre las cúpulas de la Iglesia católica y el PSOE, por más necesaria que sea la normalización del diálogo entre ambas, sería despilfarrar el caudal de energía transformadora que dicho espacio de encuentro puede generar. Es esta la relación que debería privilegiarse desde ambos mundos. Primero, porque esta relación, si está bien orientada, puede servir como incentivación para otras. Si en cada uno de los mundos existen personas o colectivos que, o bien comparten pertenencias, o al menos establecen diálogos, las posibilidades de comprensión y encuentro en las otras dimensiones de ambos mundos se torna más fácil. Segundo, porque ya existen experiencias históricas que funcionaron (siempre relativamente) y de cuyos aciertos y errores podemos aprender: ahí está el diálogo entre marxistas y cristianos de los años 60 y 70 en Francia y en España, o las más generales experiencias de diálogo fe-cultura (algunas de las cuales continúan activas, aunque sea con dificultades, en la actualidad), o la confluencia de cristianos y socialistas en procesos revolucionarios como el de Nicaragua, etc. Tercero, porque en esta relación entre mundos es mucho más sencillo encontrar coincidencias, ya sean temáticas (la lucha por la paz, la justicia, la igualdad, los derechos humanos, etc.), ya sean personales. Como escribe el arzobispo de Milán, Carlo María Martini, en su diálogo con Umberto Eco: "Existe un humus profundo del que creyentes y no creyentes, conscientes y responsables, se alimentan al mismo tiempo, sin ser capaces, tal vez, de darle el mismo nombre. En el momento dramático de la acción importan mucho más las cosas que los nombres, y no vale la pena desatar una quaestio de nomine cuando se trata de defender y promover valores esenciales para la humanidad".

Es en este punto donde se plantea un problema de fondo: tal vez ambos mundos, el cristiano y el socialista, sufran hoy de lo mismo, de una crisis de seguimiento. La promesa del Reino corre en nuestras sociedades la misma suerte que el proyecto socialista: salvo contadas excepciones, incluso sus herederos intelectuales han abandonado la dimensión visionaria de su propuesta. De ahí que, con facilidad, el Reino de Dios se convierta en un "Reino de los Cielos" que no tiene nada que ver con nuestra historia y sólo se realizará "en la otra vida"; de ahí también la facilidad con la que el proyecto socialista se reduce a un ejercicio limitado de ingeniería social.

En este sentido, no se precisan tanto puentes como contrabandistas, personas expertas en el arte de traspasar fronteras, al margen incluso de las lógicas institucionales. Personas de ambos mundos que se encuentren en el momento dramático de la acción, compartiendo luchas. Aunque no haya puentes, aunque sea en medio de la corriente, contra la corriente incluso. Sobre todo, contra la corriente.

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