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Columna
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Si tuviera la bomba

Andrés Ortega

Tras la revolución de 1979, el ayatolá Jomeini consideró no islámica la investigación sobre armas nucleares. Pero si yo fuera el actual régimen islamista -reforzado internamente y más amenazado externamente por la invasión americana de Irak- habría intentado hacerme con la bomba. Es la mejor garantía de supervivencia no ya del país, sino del régimen, como lo prueba Corea del Norte. Razón por la cual, si fuera iraní de la calle estaría en contra. Ahora bien, si me han pillado, mejor parar. Lo que me interesa es saber cómo fabricarlas y poder hacerlo, no necesariamente tenerlas, y menos ponerlas en manos de grupos terroristas. Por ahora, la bomba -mal llamada limpia (mucho más letal que la sucia)- es cosa de Estados, salvo que un grupo se haga con algunas de las que han desaparecido en Rusia, que ahora quiere desarrollar una nueva generación de este tipo de armamento.

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Si fuese saudí, haría lo imposible por impedir que Teherán tuviese la bomba, y si no lo consiguiera, ante el cambio de la ecuación estratégica en Oriente Próximo, intentaría entonces hecerme con ella. Como israelí, empezaría a temblar, pues mi propia bomba ya no me serviría de garantía existencial. Pensaría, como ya hice con Irak al bombardear su planta en 1981, en destruir las instalaciones iraníes en Natanz, Bushehr, Arak u otros lugares, o que EE UU lo hiciera por mí. Desgraciadamente, los iraníes han aprendido y las han dispersado a cientos de kilómetros unas de otras.

Cambiando de perspectiva, desde la Casa Blanca veo todo esto con enorme preocupación. Metimos a Irán en el eje del mal, y ahí se ha quedado. La Cámara de Representantes nos pidió en mayo que "usáramos todos los medios adecuados para disuadir o impedir que Irán adquiera armas nucleares". Si el Senado lo ratifica, tendremos carta blanca, aunque necesito a los iraníes para que no se desmanden en exceso los chiíes en Irak. ¡Qué lástima que en el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) no tuviéramos la semana pasada mayoría suficiente para pasar el tema al Consejo de Seguridad de la ONU que podría imponer sanciones! Los europeos creen que tales sanciones empujarían definitivamente a Irán a llevar adelante su programa. La diplomacia preventiva que han puesto en pie británicos, franceses y alemanes sólo ha funcionado a medias y en la medida en que detrás estaba la sombra de la amenaza de EE UU. Si fracasa, perderá Europa.

Si realmente queremos luchar contra la proliferación, debemos reforzar el OIEA (que debilitamos con el caso iraquí) y el Tratado de No Proliferación, del que es parte Irán, aprovechando la conferencia de revisión en 2005. Lo que no quiero es volver sobre el Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares que Clinton insistió tardíamente en firmar y que, afortunadamente, mis republicanos rechazaron en el Congreso. Acatarlo me impediría probar las minibombas que estoy desarrollando. Si las hubiera tenido y usado (rompiendo el tabú por primera vez desde Hiroshima y Nagasaki), Bin Laden no se me hubiera escapado en las montañas de Tora Bora. El pesado de Clinton no deja de recordar el éxito que tuvo él y Bush padre al conseguir desnuclearizar Ucrania (¡se imaginan el lío actual con armas nucleares allí!), Bielorrusia y Kazajistán tras el fin de la URSS, o Suráfrica tras el fin del apartheid (otro régimen, no país, que buscó protección en la bomba).

Lo que más me preocupa es Pakistán, un país inestable donde estas armas pueden caer en manos de gente muy peligrosa. Gracias a su ingeniero Jan, Pakistán se hizo, como India, con el arma nuclear, por lo que tuvimos que imponer sanciones económicas. Pero se las levantamos tras el 11-S, pues necesitábamos a Pakistán para invadir Afganistán. Jan ha sido uno de los que más ha impulsado la proliferación en el mundo. Gracias a él, al final se confirma lo que me temía: Bin Laden ha contribuido a la proliferación. Menos mal que Gaddafi se ha vuelto atrás. Un verdadero amigo. aortega@elpais.es

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