De nazis reconvertidos en honrados ciudadanos
Cuatro años después de su última película, la mediocre Huracán Carter, el veterano Norman Jewison estrena nuevo trabajo en los mismos márgenes que, salvo raras excepciones, han caracterizado su carrera: profesionalidad, artesanía, poca capacidad para salirse del camino marcado y grandes aptitudes para no dar nunca gato por liebre. Jewison, de 78 años, es un clásico de la industria con excelentes obras (En el calor de la noche, Jesucristo Superstar, Hechizo de luna...), algún que otro resbalón (FIST, Bogus...) y una mayoría de cintas tan incontestables como desaprovechadas (Agnes de Dios, Historia de un soldado, Justicia para todos...). La sentencia se adentra en el terreno de la intriga política de la mano de un ex nazi reciclado en honrado ciudadano, que es acosado por una juez que le acusa de crímenes contra la humanidad y por una organización secreta que pretende asesinarle.
LA SENTENCIA
Dirección: Norman Jewison. Intérpretes: Michel Caine, Tilda Swinton, Jeremy Northam, Charlotte Rampling. Género: intriga política. EE UU, 2003. Duración: 120 minutos.
Caine ofrece una clase maestra de cómo dotar al personaje de matices
Realizada con profesionalidad, pero sin mucho entusiasmo, la película parece obra de un hombre con el piloto automático puesto. Jewison no quiere cargar las tintas en el terreno del thriller de misterio, en el puro entretenimiento de obras como Los niños del Brasil (Franklin J. Schaffner, 1978) y El pacto de Berlín (John Frankenheimer, 1985), pero tampoco parece pretender un detallado retrato humano, político y psicológico del personaje en cuestión, resolución que hubiese tomado sin duda el Costa-Gavras de La caja de música. La sentencia está protagonizada por un actor con mayúsculas, Michael Caine, que ofrece una clase maestra de cómo dotar a su personaje de matices de los que ni siquiera se preocupa el texto, sin embargo su interpretación no es suficiente para elevar el producto por encima de la media de las obras de su director: cintas apañadas, sin excesiva garra ni momentos para recordar, aunque tampoco desdeñables como para dejarlas pasar sin echarles siquiera un vistazo.
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