Rehacer la vida

La efectividad de ese gran movimiento que se dio en llamar la comedia a la italiana, un segmento del mejor cine popular transalpino entre mediados los años cincuenta y los primeros años setenta, radicó en su apuesta por saber echar una mirada entre crítica y comprensiva a la realidad social de la que nacía, sin olvidar los mecanismos ancestrales de la comedia clásica. Viene la referencia a cuento porque esta Cosas que hacen que la vida valga la pena (hay que ver cómo le gustan a Gómez Pereira los títulos largos, como El amor perjudica seriamente la salud, otra herencia italiana) tiene que ver bastante con aquel tipo de películas: historia en primera instancia amorosa, muy pronto deja ver por sus intersticios una predisposición a hablar también de otras cosas: de parados y de mujeres resabiadas que parecen estar de vuelta de todo; de nuevos españoles (el novio chino de María Pujalte) y de las colas del Inem; de una realidad, en suma, hecha de numerosos retazos.

Pero como ocurría también en muchos de los mejores títulos italianos, lo que manda aquí es justamente esa historia amorosa, el encuentro entre dos soledades. Ese romance, el que entablan la empleada del Inem y el parado un poco alucinado que, abandonado por su mujer (otra vez Pujalte), vive en estado de absoluta miseria, es el centro de la función y el núcleo que le garantiza la adhesión del respetable: como ocurre siempre en toda comedia que se precie, de lo que se trata aquí es de hacer creíble que dos tipos como los que encarnan, con extraordinaria solvencia, dicho sea de paso, Eduard Fernández y una Ana Belén que hacía tiempo no lucía tan bien en una película terminen enamorados.

O sea, que lo que en realidad intentan Gómez Pereira y sus dos guionistas habituales, Joaquín Oristrell y Yolanda García Serrano, no es otra cosa que ordenar los ingredientes de la peripecia (líos, bodas, encuentros y desencuentros) de forma tal que, en un determinado momento, nos parezca casi inevitable el que un tanto desequilibrado Fernández y la desconfiada Belén terminen uno en brazos del otro. Y lo hacen con las herramientas habituales de la mejor comedia: con un juego delicado entre desmadre y sentimentalidad, con unos diálogos cuya brillantez no llega a empañar lo que verdaderamente importa, la historia de amor; y con una química espléndida entre los dos intérpretes principales.

Dicho de otra manera: que con Cosas... Gómez Pereira ha logrado recuperar el buen pulso hasta hacer recordar al gran director de comedias que sigue siendo, una buena noticia para un género que, en nuestro cine de hoy, parece condenado a lo estertóreo, lo superficial o, peor aún, lo primariamente escatológico.