Calor y Café para toxicómanos
El Ayuntamiento proyecta abrir un centro de atención y un albergue en Ciutat Vella tras el cierre de Can Tunis La colonia de toxicómanos ha buscado otros rincones, como el Raval
Calor y Café. Así se llama una sala con mesas, termos, alguna revista y libros; duchas y un cuarto con una lavadora y secadora. Es un espacio destinado a los toxicómanos más marginales. Muchos carecen de donde alojarse, sin expectativa laboral y con pocos lazos afectivos de familia, o ya sin nadie. En esta sala pueden estar unas horas y, si se dejan, se les hace un seguimiento sanitario básico. En Calor y Café del SAPS (Servicio de Atención y Prevención Sanitaria) del Centro de Perecamps de Barcelona, todas las noches van unos 50 toxicómanos a lo que llaman "el club". Las dependencias se quedan pequeñas ante el aumento de población toxicómana, que se ha vuelto visible en el Raval desde el desmantelamiento de Can Tunis. Precisamente por ello, responsables del distrito y del área de salud del Ayuntamiento de Barcelona trabajan en un programa de atención que básicamente consistirá en la apertura de otro centro similar al de Perecamps y de un albergue.
Hace poco más de un año que en el SAPS se abrió un pequeño espacio con dos unidades de punción controlada. "Chutes aquí", señala un cartel enganchado en la pared que indica las papeleras para tirar las jeringuillas usadas. Una enfermera está presente en la minúscula sala por si hace falta intervenir -remontar una sobredosis es cuestión de seis minutos- o indicar a los toxicómanos dónde es más conveniente que se pinchen para evitar zonas peligrosas. A fuerza de letreros e indicaciones, el personal del SAPS ha conseguido que vayan calando poco a poco hábitos como lavarse las manos o desinfectar el punto donde se van a inyectar. Se inyectan -la mayoría cocaína- y descansan un rato sentados en unos bancos. Luego se van. Claro que los toxicómanos que entran en la sala de punción son los menos: alrededor de una docena cada noche. La mayoría de los que acuden al SAPS cogen las jeringuillas y se van a la calle. Ahí se les está volviendo a ver, con la consecuente alarma del entorno y deterioro del espacio, sobre todo en la parte sur del Raval, la calle de Sant Pau, la plaza de Salvador Seguí. Es un espacio en el que se citan los toxicómanos, las prostitutas de la calle de Robadors y el mercadillo improvisado de ropa más que usada que todas las tardes se monta y desmonta -al ritmo de la aparición de la Guardia Urbana- en la plaza de Salvador Seguí.
Esta zona es un punto donde la presencia de agentes de policía es constante, y el estrecho paso de la calle de Robadors -entre las de Sant Pau y Sant Rafael- se torna pasillo cuando los agentes piden la documentación. Es una área caliente que será reconvertida con el proyecto del hotel, oficinas, pisos y la Filmoteca de la Generalitat. La apertura de la Rambla del Raval hace ya cinco años perseguía lo mismo en las calles en las que el tráfico de droga se hacía sin bajar de los coches.Sin ser el mismo panorama que el que atravesó Ciutat Vella en esa época con el azote de la heroína y el sida, la situación preocupa bastante en el Ayuntamiento. En especial al Concejal del distrito, Carles Martí, y a la responsable de Salud en el consistorio, Imma Mayol. "El cierre de Can Tunis se ha notado porque se está haciendo visible el problema en la calle", admite Martí. En Can Tunis se montó una colonia fija de unas 40 personas, y entre 150 y 200 -muchas en situación marginal- que iban a diario a proveerse de la dosis, y, luego al bus sanitario que les asistía. "El resultado es que muchos pasaban parte del día allí", explica Mayol. Ahora se les ve en las calles de dos zonas de la ciudad, en el barrio de Horta y en Nou Barris, pero de una forma más ostensible en Ciutat Vella.
Con todo, el equipamiento sociosanitario de Can Tunis -el bus- sigue allí. Ester Henar, la responsable del servicio de Can Tunis, dice que todavía quedan unos 20 o 25. "Los que venían antes a Can Tunis eran perfiles muy diversos de toxicómanos, desde los que aparentemente tenían una actividad laboral y social normal hasta los largos consumidores y los más marginales. Al desmantelarse el poblado y, con ello, los puntos de venta en el descampado, sólo acuden unos cuantos", apunta. Como profesional que ha estado al frente de ese equipamiento, opina que es absurdo centralizar la atención a los drogodependientes en un único punto: "Lo mejor es que donde haga falta se preste la asistencia porque también de esa forma se puede hacer un seguimiento mejor".
Cuando se trata de los toxicómanos en situación más marginal, las posibilidades de que entren en algún grupo de tratamiento son más bien remotas, dicen los profesionales del sector. "Se intenta persuadir y a veces sale bien. Nuestra experiencia cuando se les deriva a programas de metadona es que funciona más si el toxicómano tiene domicilio. En cambio, con los sin techo es casi imposible", cuenta Ernesto Sierra, director del SAPS, un servicio municipal que gestiona la Cruz Roja. El perfil del toxicómano que llega a ese servicio ha cambiado notablemente desde su apertura, en 1993. "Para empezar, la población inmigrante era antes del 15% y ahora estamos en el 60%. Si hace una década se trataba de heroinómanos, ahora los consumidores son de cocaína", apunta. Un dato relevante es que hay un segmento de población muy joven, de 18 años o poco más, que directamente consume cocaína. Y entre los emigrantes, hay adultos que no consumían pero que por su entorno -pisos compartidos por bastantes personas- acabaron comerciando con dosis para subsistir, y finalmente probándolas. En ese centro se atendió en 2003 a 2.500 toxicómanos.
En los últimos 10 años, la esperanza de vida de ese colectivo se ha alargado en 20 años. "Por lo que si antes la edad de resistencia de un drogodependiente rondaba los 30 años ahora estamos en 50", apunta Mayol. La situación de falta de techo también es frecuente. El área de salud y el distrito está planificando abrir un albergue de baja exigencia para que duerman los toxicómanos más marginales y otro centro de Calor y Café con salas de venopunción controladas, atención sanitaria, además de higiene y alimentación básica. La cuestión, no obstante, tiene que ser debatida en el grupo político de drogas del consistorio, en el que están integradas todas las formaciones. El grupo funciona desde 1997 e intenta consensuar las decisiones en una cuestión muy sensible. Sobre todo por el rechazo que despierta la instalación de equipamientos duros, como cárceles o centros de atención a toxicómanos. Ese tipo de equipamiento viene funcionando "sin problemas" , asegura Mayol, en Sant Adrià, y también en una treintena de ciudades europeas. En España, en Madrid y Bilbao.
Moscatel y 'colocón'
El director del SAPS opina que harían falta tres o cuatro salas más en Barcelona con horarios amplios. El SAPS abre a las 19.30 y cierra a las 2.00. La sala de venopunción y el intercambio funcionan todos los días y el club, de lunes a viernes. El acceso al club es sólo para los que apenas tienen adonde ir. Otro centro que tiene una sala de Calor y Café, pero en horario diurno, es el SPOT de la Diputación de Barcelona, que ha abierto espacios como una área infantil y biblioteca.
"Es una realidad que hay que enfrentar, y parece que lo más sensato es que fueran atendidos en las zonas donde se mueven o viven y no todos en un mismo lugar", opina José Migoya, propietario de un comercio de ropa de la calle de Sant Pau. Justo en el meollo del Raval. Lleva 30 años allí, y dice que ha pasado etapas peores. No se queja de inseguridad: "Al revés, aquí tenemos a la policía todo el día, pero el panorama espanta a todo el mundo". Él ya ha tenido que sacar de su establecimiento a más de uno que entra "zombi" y le revuelve toda la ropa: "Los de aquí, del barrio, no lo hacen, pero los de fuera, sí". En la misma calle, después de la plaza de Salvador Seguí, una veterana bodega sirve todo tipo de botellas de plástico rellenas de moscatel. ¿Por qué tanto moscatel? "Porque es dulce y ayuda al colocón de las pastillas", explican sus responsables. Rosa Guillén, vicepresidenta de la asociación de comerciantes de Sant Pau, opina que la solución pasa por aliviar la presión de esa parte de Ciutat Vella abriendo otro centro: "La verdad es que se intenta llegar a un acuerdo con el distrito y la Cruz Roja, ya veremos". En la calle, mientras, no cesa el griterío.
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