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Columna
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Autoengaños piadosos

La diputada liberal holandesa Ayaan Iris Alí se ha visto obligada a "pasar a la clandestinidad". Protegida las 24 horas del día por la policía, recluida en un domicilio secreto, vive acosada por las amenazas de muerte que recibe por haber colaborado con el director de cine Theo van Gogh en el cortometraje Sumisión, considerado ofensivo por el fanatismo islamista. Desde que Van Gogh fuera asesinado el pasado día 2 en Amsterdam por un islamista marroquí -vinculado a células terroristas en España y Marruecos-, parece claro que las amenazas no son una mala broma. Responden a consignas impunes oídas en mezquitas holandesas que exigen castigo a los "enemigos del islam", que son todos los que osen criticar prácticas extendidas en las comunidades musulmanas y hostiles a la sociedad que les otorgan hospitalidad, trabajo y, hasta ahora, tolerancia ilimitada.

Ayan Iris Alí tiene motivos para estar enfadada. Le han matado a un amigo y quieren matarla a ella. Y sin embargo, dice sentirse culpable por haber animado a Van Gogh a realizar la película. Condenada a vivir en la Holanda libre poco menos que como Anna Frank durante la ocupación alemana, la diputada se culpa de la suerte de Van Gogh y de la propia. Como los judíos que buscaban desesperadamente en sí mismos o en su comunidad la causa del odio antisemita nacionalsocialista. "¿Habremos herido con tanto exceso la sensibilidad de nuestros enemigos como para inducirlos a matarnos?". La respuesta es que obviamente sí. Pero hay otra pregunta: "¿Podemos evitar herir la sensibilidad de nuestros enemigos -y así su molesto deseo de matarnos- sin dejar de ser nosotros mismos?". Las próximas décadas lo dirán.

Europa occidental -Holanda y Alemania en especial- lleva al menos veinte años haciendo todo lo posible por conseguir que la inmigración islámica "no renuncie a su identidad y a su cultura". Cualquier medida que pudiera empañar tan beatífica intención era condenada de inmediato como racista y xenófoba. Así las cosas, los únicos que se atrevían a exigir un esfuerzo de integración al inmigrante eran los auténticos racistas y xenófobos. Los partidos democráticos ignoraban el problema. Los conflictos eran "aislados" y generalizada la convivencia ejemplar. Las élites europeas abogaban por la tolerancia. También hacia los intolerantes. Con el tiempo, decían, se adaptarían a nuestros hábitos y valores. Traían consigo pluralidad cultural, colorismo étnico y exotismo que harían más ricas a las sociedades europeas.

Era, al parecer, necesario este otoño holandés para que se nos hundiera esta gran mentira europea. Ayer volvió a arder una mezquita en Holanda. Son ya veinte los atentados anti-islámicos allí desde la muerte de Van Gogh. En Francia, jóvenes musulmanes son la punta de lanza del antisemitismo en Europa. Esta semana, el poco sospechoso semanario Der Spiegel publica un demoledor informe sobre maltrato, torturas, secuestros y esclavitud a que son sometidas miles de mujeres por parte de sus familias en Alemania. Hay barrios en países europeos en los que no rige de hecho la Constitución nacional, sino la sharia (ley islámica). Y en infinidad de hogares. Y nosotros, los tolerantes, engañados piadosos.

Sería cruel sugerir que los europeos nos merecemos todas estas nefastas consecuencias de nuestro relativismo. Aunque nuestra culpa es evidente y no está precisamente, como piensa la amenazada diputada holandesa, en ejercer nuestros derechos, sino en no hacerlos respetar. Tantos años diciendo que todas las ideas son buenas, mejores si no son las de nuestra sociedad abierta, que hemos convencido a quienes tienen otros valores -antagónicos a los nuestros- a los que recurrir. Y ellos saben matar y morir por ellos. Si la mayoría de los medios europeos han jaleado, con mayor o menor disimulo, a los enemigos de EE UU en Irak, por qué no se van a sentir reforzados en la lucha sus hermanos que odian tanto la sociedad libre europea como la americana. No se puede hoy concluir una reflexión semejante sin jurar que la inmensa mayoría de los inmigrantes musulmanes son buena gente y entre los cristianos hay mucho indeseable. Pero la tolerante policía holandesa estima que el 5% del millón de musulmanes en Holanda son fanáticos dispuestos a la violencia. Son 50.000. Para empezar no está mal. Difícil es hoy proponer remedios. Quizás un poco más de autoestima de los Estados y sociedades europeas, algo de sentido común, tolerancia tanta como firmeza, e inteligencia para ver que nunca desde el nazismo estuvimos tan amenazados. En fin, instinto de supervivencia.

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