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Columna
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'Dixieland'

Enrique Gil Calvo

La audiencia concedida por el reelegido George W. Bush al ex presidente José María Aznar ha recordado la importancia simbólica que tienen los Estados Unidos para la escena española. Cualquier desdén de Washington hacia nuestro país, por menudo que sea, levanta una tormenta, entendiéndose como un desaire a nuestro Gobierno. Y enseguida nos echamos las manos a la cabeza, escandalizados unos por la perfidia de Aznar y regocijados los otros por la humillación de José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Por qué somos tan susceptibles y quisquillosos? Congraciarse con el Washington actual no merece la pena, así que más vale armarse de paciencia, pues la cosa va para largo: ¿no quieres Bush?, pues toma dos tazas.

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¿Por qué ha causado tanto impacto en España la reelección del presidente estadounidense? Su victoria era previsible, a juzgar por las encuestas. Pero nuestra opinión mayoritaria se había hecho unas ilusiones infundadas, confundiendo sus deseos con la realidad. Lo que demuestra que aquí no había antiamericanismo, sino justo lo contrario, pues se creía a los estadounidenses capaces de reflexionar, yendo a votar con madurez y sentido de la responsabilidad. ¡Qué ilusos!

Se dice, para explicar el masivo plebiscito que ha refrendado este imperialismo irresponsable, que se han impuesto los valores morales de una religiosidad irredenta, pendiente de secularizar. Pero también podría aducirse con el mismo fundamento que se ha impuesto el más reaccionario chovinismo del "USA über alles". ¿Qué clase de valores morales son los que refrendan la política de la venganza, la agresión injustificada y el abuso de poder? ¿Qué diferencia hay entre este plebiscito de Bush y el de Hitler en 1932? Si éste explotó el resentimiento popular contra el Tratado de Versalles, ¿no cabe entender el voto a Bush como un análogo resentimiento pequeñoburgués contra el mundo exterior que habría osado ofender a EE UU?

Pero ni tanto ni tan calvo: ni valores religiosos ni tampoco fascistas. La mejor explicación del reaccionarismo estadounidense es la ofrecida hace un siglo por Sombart: todo se debería a la imposibilidad de que allí venza la izquierda a causa de su estructura de clases, pues los asalariados pronto se aburguesan por la masiva irrupción desde abajo de oleadas de inmigrantes que les impulsan hacia arriba, haciéndoles ingresar en las clases medias. De ahí que en su bipartidismo se alternen dos partidos burgueses, uno de profesionales y el otro de propietarios, que con diferente estilo defienden intereses afines. Y entre ambos las clases bajas que votan lo hacen por el más populista, aunque vaya a perjudicarles destruyendo los restos del Welfare State.

Pero además de esto, aún existe otro factor de continuidad histórica. Y es la persistencia de la Guerra de Secesión (1861-1865) en la memoria colectiva, que continúa determinando las líneas de fractura del conflicto político. Los Estados nordistas han votado masivamente al yankee Kerry, mientras los sudistas han impuesto al tejano Bush. Así es como la línea Mason-Dixon, que atribuyó el nombre de Dixieland al Viejo Sur, sigue siendo la frontera política que divide a las dos Américas: la reaccionaria vs. la modernizadora. Y aquí es donde se da un sorprendente paralelo con el muy semejante caso español.

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El hispanista Walther Bernecker ha propuesto una trágica analogía entre las dos guerras civiles, la estadounidense y la española. Salvadas sus evidentes distancias, ambas poseerían no sólo un desarrollo parecido, sino además un mismo destino histórico común: el de volverse contra sus vencedores otorgando la victoria moral al bando derrotado, pues a la larga ambas guerras las han ganado póstumamente sus respectivas causas perdidas.

Por eso los electores dixies de Bush se han vengado ahora del yanqui Kerry, igual que ayer los republicanos de Rodríguez Zapatero se vengaron del franquista Aznar. Y la moraleja es obvia: la traducción española de las elecciones estadounidenses que pretende José María Aznar acabará por traicionarle volviéndose contra él, pues cuanto más visite al presidente George W. Bush, peor le irá aquí a su pupilo Mariano Rajoy.

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