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Columna
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Madonna, Tom Cruise y el dolor de vivir

Rosa Montero

Lo sé, lo sé: vivimos en tiempos de aflicción. De hecho, la vida siempre es crítica, frágil, enormemente insegura. Los hombres y mujeres medievales que vivían a la espera de la aterradora llegada de los piratas normandos, los niños obreros de principios de la industrialización que trabajaban dieciséis horas al día siete días a la semana escupiendo sus pulmones por la tisis, los africanos de hoy en día a los que unos guerrilleros rebeldes amputan a machetazos manos y pies, siempre han tenido claro que vivir es una perpetua e indefensa inquietud. Pero la rica sociedad occidental lleva más de medio siglo habitando en un mundo de aparente ensueño. Desde que empezó a construirse el estado de bienestar, tras la Segunda Guerra Mundial, unos cuantos millones de privilegiados nos hemos acostumbrado a una existencia supuestamente protegida y razonablemente segura, si la comparamos con el resto del planeta y con la historia de la Humanidad. Vivimos, en fin, como si de verdad fuéramos capaces de controlar las cosas.

Pero la realidad es monumental, inaprensible y obcecada, y se empeña en destrozar nuestras previsiones. Y así, el hundimiento de las Torres Gemelas rompió el espejismo de seguridad en mil pedazos. El 11-S nos dejó tiritando, una tiritera que no ha hecho sino aumentar con los muchos horrores que han venido sucediendo desde entonces. Hay algo que se ha agrietado en nuestra imagen interior del mundo, algo que no ha vuelto a remendarse y que ha alterado sutilmente nuestros comportamientos. Por ejemplo, hay estudios que muestran que en Estados Unidos y otros países occidentales la gente va menos al cine y sale menos a comer a los restaurantes desde el 11-S. Esto es, se quedan más en casa, como si se cobijaran en su guarida más íntima.

Mis editores españoles y europeos se lamentan todos de un descenso de ventas en los libros en los últimos dos años. No entiendo por qué y ni siquiera sé si esa queja está de verdad documentada (he observado que los profesionales de los libros son gente propensa a lamentarse siempre de la escasez de ventas), pero lo que sí es cierto y puede comprobarse fácilmente es que las listas de libros superventas en España son hoy completamente distintas a las de hace, pongamos, cuatro años. Entonces, entre las diez novelas más leídas no solía haber más de dos o tres best-sellers típicos, y con esto me refiero a aquellos libros escritos con el único afán de entretener y de captar a un amplio público, mientras que las demás eran obras digamos de autor, esto es, libros buenos o malos, puede que incluso malísimos, pero hechos con la ambición de ofrecer una visión propia del mundo y ahondar en las preocupaciones de cada cual. Hoy, en cambio, el contenido de las listas se ha dado la vuelta y la mayoría de obras superventas son, valga la redundancia, los característicos best-sellers, relatos de aventuras que no planteen problemas ni inquietudes, a ser posible históricos, para alejarnos aún más de esta realidad que nos atosiga. Libros para cerrar los ojos y no para abrirlos.

De manera que parece que reina el desconsuelo. Nos sentimos solos y desamparados, y buscamos grupos protectores y respuestas rotundas. Por eso resulta comprensible que esté arreciando otro fenómeno inquietante: el auge de las sectas, los gurúes y las creencias religiosas más estrafalarias. Hace poco llegó Tom Cruise a Madrid a inaugurar una fastuosa sede para la secta a la que pertenece, la Cienciología. Y no puede ser casual que sea justo ahora cuando se les ocurre montar en España un chiringuito tan caro y rutilante, a golpe de chundarata y fiesta VIP: sin duda han debido de ver que el mercado está maduro. La cantante Madonna, por su parte, se ha convertido a la Cábala, o, mejor dicho, a una versión fast-food y hollywoodiense de la Cábala que un santón avispado está vendiendo como churros entre la gente fina. Y en los anuncios por palabras de este periódico pude leer el otro día, en un recuadro de mediano tamaño que debe de costar una buena suma, el siguiente mensaje: "Gabinete de Videncia. 42 años de experiencia avalan al profesor Karamba, que está dotado para encontrar una solución rápida a sus problemas por difíciles que sean. Facilidades de pago. Todos los trabajos son garantizados, resultados en la misma semana". Y una foto del profesor, un negro elegante, encorbatado y gafudo, con aire de intelectual titulado en Harvard. Hay que ver el miedo que da la libertad, como decía el viejo y atinado Erich Frömm.

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