Caravaggio, el genio pendenciero
El museo napolitano de Capodimonte reúne por primera vez 18 telas de la época final del pintor
Michelangelo Merisi, llamado Caravaggio, huyó de Roma el 28 de mayo de 1606, después de matar a su compañero de farras, Ranuccio Tomassoni. Desde entonces y hasta su muerte, el 18 de julio de 1610, el pintor lombardo vivió un frenesí de fugas, reyertas y trabajo intenso entre Nápoles, Sicilia y Malta. El Museo napolitano de Capodimonte expone, hasta el 23 de enero, 18 telas de esa época y cinco más de atribución dudosa que, según nuevos estudios críticos, fueron trazadas también por el artista en el intenso final de su vida. Se trata de una colección nunca reunida hasta la fecha y de una de las mejores monografías visibles hoy en Europa. En la primavera de 2005, la exposición viajará a la National Gallery de Londres.
'La decapitación del Bautista' tiene una intensidad casi insoportable, la acción se congela en un instante de inmovilidad
Los artistas malditos atraen de forma especial al público. Ése es un hecho perceptible en las largas colas que se forman en el Capodimonte desde que, el pasado 23 de octubre, abrió sus puertas la exposición de Caravaggio (1571-1610). Hubo hace pocos años una fiebre internacional por Vincent Van Gogh y un fenómeno similar empieza a percibirse en torno a Caravaggio, que, a diferencia del impresionista holandés, alcanzó en su época un éxito extraordinario. Después cayó en un relativo olvido, y fue redescubierto a mediados del siglo XX. Ahora constituye una figura totémica, y las maravillas de la muestra Caravaggio, los últimos tiempos no harán sino acrecentar su prestigio.
Michelangelo Merisi, que tomó el nombre artístico de Francesco Sforza, marqués de Caravaggio, el noble al que su padre servía como arquitecto y administrador, tenía 35 años cuando mató a Tomassoni. Sólo el talento le había librado hasta entonces de convertirse en galeote o en carne de patíbulo, porque su carácter violento y su afición a la juerga y a la bebida le hacían frecuente protagonista de peleas tabernarias.
En 1605 ya había tenido que huir unos meses a Génova después de herir en la plaza Navona a Mariano Pasqualone por un asunto de faldas. La muerte de Tomassoni, con el que había compartido innumerables farras, resultó particularmente estúpida: estaban jugando a la raqueta, discutieron sobre si un punto había sido bueno o malo, desenfundaron las armas y corrió la sangre. Al parecer, el propio Caravaggio resultó herido.
Huyó de la policía papal al sur, donde los Colonna, viejos protectores del artista, disponían de grandes dominios. Y llegó a la corte napolitana, donde pronto se encontró desbordado de pedidos y de encargos. Aquel hombre agresivo y de escaso control emocional tenía una capacidad inigualable para transmitir sentimientos a su pintura.
Y en el bullicio y los claroscuros de las callejuelas napolitanas se forjó, en unas pocas semanas, un nuevo estilo. Nicola Spinosa, director artístico del Museo de Capodimonte, explica que Caravaggio rompió con el clasicismo renacentista en el que se había formado y ensayó claroscuros intensos que anunciaban el futuro barroco, comprimió espacios como lo haría años después Diego Velázquez y dio a su obra final una densidad insuperable. Las obras de misericordia y El martirio de Santa Úrsula, dos piezas napolitanas, ejemplifican esa transformación en el tormentoso creador. Pintó también dos Salomé con la cabeza del Bautista, una de las cuales pertenece a la colección del Palacio Real español y ha sido prestada a la muestra.
Pero Caravaggio no se quedó en Nápoles. Confiaba en que el gran maestre de la Orden de San Juan, Alof de Vignacourt, le nombrara caballero y le concediera credenciales para regresar a Roma. En julio de 1607 embarcó rumbo a Malta en una nave de la orden y permaneció en la isla casi un año. Allí pintó, además de varios retratos de Vignacourt, La decapitación del Bautista, otra de sus obras maestras. Se trata de una obra de intensidad casi insoportable (contribuyen al impacto las imágenes similares procedentes estas semanas de Irak), en la que la acción se congela en un instante de inmovilidad. La ejecución ha sido consumada y el verdugo, inclinado, se dispone a alzar la cabeza del cadáver que yace en el suelo. Caravaggio moja el pincel en la sangre de la víctima para trazar su firma sobre el lienzo. La luz, en tonos amarillentos, rojizos y grises, es la que utilizará en todas sus obras posteriores.
Michelangelo Merisi no fue capaz de mantenerse apartado de las peleas. En agosto de 1608 participó en una reyerta con armas de fuego que causó un herido grave y fue encarcelado, a la espera de juicio, en un castillo de la Orden de San Juan. Alguien le prestó una cuerda y huyó del castillo y de Malta, rumbo a Sicilia. Allí pasó otro año, entre Siracusa, Messina y Palermo, y pintó para distintas iglesias locales nuevas obras asombrosas. El sepelio de Santa Lucía, un cuadro rojo en el que el vacío superior, la disposición de las figuras y la audacia de la iluminación resultan extrañamente modernas, y La adoración de los pastores, en la que Caravaggio hace yacer en el suelo a la Virgen y el niño, son sus dos cumbres sicilianas.
Regresó a Nápoles y casi de inmediato, en octubre de 1608, fue víctima de una agresión en una taberna. Las heridas no le impidieron seguir trabajando. Creó uno de sus lienzos más célebres, el David con la cabeza de Goliat, en el que se autorretrató en los rasgos del gigante decapitado, y preparó su último viaje. Caravaggio quería regresar a Roma, su ciudad de adopción, y creía disponer de algunas garantías sobre un inminente perdón papal.
Michelangelo Merisi emprendió camino llevando consigo tres pinturas, una Magdalena y dos Bautistas, con las que obsequiar a sus futuros benefactores. En sus cuatro años de exilio había realizado al menos 40 obras (de las que se conservan la mitad, casi todas ellas en la muestra napolitana) y estaba cansado y enfermo de malaria. No llegó a Roma. La barca en la que navegaba le dejó en Porto Ercole, una isla cercana a la Toscana (otros creen que en Civitavecchia), y el pintor falleció junto a la playa, consumido por la malaria. Sus benefactores localizaron su breve equipaje y se quedaron con las tres obras que portaba. Poco después, el papa Pablo V perdonó sus delitos.
Babelia
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